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Yassin, con cáncer y en la calle: “Solo pido un sitio donde dormir caliente”

Pau Rodríguez

3 de febrero de 2023 21:46 h

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Cuando Yassin El Yakoubi cruzó por primera vez la puerta de la Iglesia Santa Anna de Barcelona, que hace las veces de hospital de campaña para personas sin hogar, la voluntaria que le hizo la entrevista no se lo podía creer. Este hombre, de 37 años, que apenas habla castellano, le contó su precaria situación, llevaba solo nueve meses en España, vivía en la calle, necesitaba acudir al comedor social del centro… Y estaba en tratamiento por un cáncer de colon. Un día después de publicar este reportaje, el Ayuntamiento de Barcelona le ha ofrecido costearle el alojamiento en un hotel de la ciudad con el compromiso de, a partir del lunes, encontrarle un recurso residencial más estable, acorde con su precario estado de salud.

El encuentro con la voluntaria sucedió hace unas pocas semanas. “Vine aquí porque me lo dijo un amigo, que en Santa Anna me podían ayudar y darme algo de comer”, relata Yassin. Sentado en un banco de la sacristía de la Iglesia, está flanqueado por dos voluntarios del centro: a un lado, Lahcen, que le hace de traductor. Al otro, Teresa, la mujer que le recibió el primer día y que alucinó cuando vio su informe médico del Hospital Clínic de Barcelona. No solo por la extrema fragilidad de su situación, sino porque ella padece exactamente la misma enfermedad. “Yo en casa y él, en la calle. Me pareció durísimo”, sentencia.

Yassin explica que duerme solo en el portal de un edificio, debajo de la escalera. Es una especie de trastero, describe, que le abre una mujer musulmana. “Está en el barrio del Poble-sec”, puntualiza. Allí pasa las noches desde hace tiempo. Sin luz, ni agua corriente ni, por supuesto, calefacción. 

“A veces ni me puedo levantar”

“No estoy bien”, reconoce el hombre cuando habla de su estado de salud. “Sobre todo cuando salgo de la 'quimio' me duelen las manos. Me duele también mucho la garganta cuando bebo algo frío, tengo flojera y me paso el día durmiendo...”, lamenta. “A veces ni me puedo levantar”.

Los papeles de su historial clínico, que carga siempre en la mochila junto con el volante del padrón del Ayuntamiento de Barcelona, fechan el diagnóstico de cáncer de colon en noviembre de 2022. Pero sus dolores empezaron mucho antes, al poco de llegar a Barcelona desde Tetuán, en Marruecos. 

“Mi intención era venir a trabajar para ganarme la vida. Y al principio encontré trabajo en un restaurante de Castelldefels”, explica. Las cosas no le iban mal a Yassin, que logró este empleo temporal antes del verano, sustituyendo a un conocido, y además dormía bajo techo con hermana, que vive en un piso de emergencia social con su familia. 

Pero pronto se torció todo. La hermana le dijo que no podía quedarse con ella, debido a problemas con el marido en los que Yassin prefiere no ahondar. Casi en paralelo, comenzó a tener dolores de barriga. “Estuve quince días que no iba al baño y me comencé a preocupar”, explica. Aun así, no acudió al médico hasta que tuvo un ataque de dolor que le obligó a llamar a la ambulancia. “En ese momento ya me quedé en el hospital y me operaron”, añade. 

Tres meses a la espera de un albergue

Desde entonces, Yassin convive con un tratamiento de quimioterapia y el resultado de la colostomía que le hicieron, una intervención quirúrgica que le obliga a llevar permanentemente una pequeña bolsa de plástico a la altura del abdomen por la que expulsa las heces. El hombre se toma esto último con resignación, dice. Pero ahí Teresa, la voluntaria que tiene el mismo cáncer y la misma apertura en el vientre, no puede evitar intervenir: “Él no se queja de nada, pero lo de la bolsa es algo complicado aunque estés en casa. Porque hay que limpiarla, ir con cuidado de que no salga todo disparado... No me quiero imaginar en la calle”, relata.

Yassin insiste en que lo único que le preocupa a día de hoy es poder encontrar un techo. “Solo pido un sitio limpio donde dormir caliente”, resume. Explica que acudió hace tiempo al Servicio de Atención a Inmigrantes, Emigrantes y Refugiados (Saier) del Ayuntamiento, que a su vez dice que le derivaron a la Cruz Roja. En total, calcula que hará unos tres meses que está pendiente de que le llamen de algún albergue para personas sin hogar. Pero el frío ha llegado antes que esa llamada.

En Santa Anna, mientras tanto, no se pueden creer que nadie haya decidido dar prioridad a un caso como el suyo. “El frío es muy perjudicial para una enfermedad como esta”, insiste Teresa. 

Peio Sánchez, rector de la parroquia, añade además que este no es el primer perfil de persona en una situación extrema de vulnerabilidad que les llega en los últimos meses. “Tenemos a un joven extutelado que está en diálisis y tampoco tiene techo; ayer nos llegó una mujer brasileña con su hija que se había quedado en la calle”, enumera. “Estamos viendo una falla en los servicios sociales”, advierte.

Uno de cada cuatro sintecho, con enfermedades crónicas

Desde Santa Anna, donde además de comedor social se promueven actividades de integración laboral, Sánchez toma el pulso al drama del sinhogarismo de la ciudad. Y asegura que después de la pandemia, cuando se observó un “parón” de las llegadas de nuevos demandantes de ayuda, el problema “se ha reactivado con más fuerza”. 

Su percepción coincide además con los últimos datos publicados a escala metropolitana, donde se observaba que en tan solo un año han aumentado un 15% las personas sin techo. Más del la mitad del total llegaron a la ciudad hace menos de cinco años. 

Los educadores y voluntarios que llevan décadas asistiendo a personas sin hogar saben que los problemas de salud son algo habitual entre las cerca de 1.000 personas que duermen al raso en la capital catalana (casi 2.000 si se cuenta a quienes, como Yassin, recurren a barrancas, asentamientos, naves ocupadas u otro tipo de infravivendas).

Según el último informe de la entidad Arrels, el 26% de quienes duermen en la calle padecen algún tipo de enfermedad crónica de hígado, riñones, estómago o pulmones. Pero entre los perfiles que sufren estas patologías suelen abundar los hombres más mayores y, sobre todo, que llevan ya años sin hogar.

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