Las 'bibliotecas' de objetos se abren paso: “¿Por qué comprar un taladro si apenas lo usas? ¡Tómalo prestado!”
Grapadoras eléctricas, sierras de calar, taladros, muletas, pies ortopédicos, vaporettas, tiendas de campaña, altavoces portátiles, ventiladores, esquís, paelleros, cunas de bebé desmontables… El catálogo de objetos, almacenados en una pequeña sala de un centro cívico de Barcelona, no puede ser más dispar. Pero aunque no lo parezca, tienen algo en común. “Son artículos que no son baratos, que se usan poco y que para mucha gente no merece la pena comprarlos”, describe María Oller.
Son en total más de 420 objetos los que conforman el inventario de la Biblioteca de les Coses, uno de los primeros almacenes de préstamo de objetos a bajo coste abiertos en España, hace tres años. Ubicado en el local público Ca l’Isidret, en el barrio del Poblenou, Oller es la encargada de gestionarlo. El proyecto nació en 2020 a imagen y semejanza de The Library of Things, un movimiento con mucha presencia en países anglosajones como Canadá o Reino Unido y con una filosofía parecida: prestar herramientas de uso ocasional para evitar el consumismo. En Londres ha superado las decenas de miles de préstamos.
En España, hasta hace poco estas iniciativas eran inexistentes. Sí hay negocios de alquiler por días de herramientas, sobre todo de maquinaria pesada, y orientados a empresas agrícolas o de construcción. Incluso grandes almacenes como Leroy Merlín se han apuntado a la tendencia. Pero con precios que nada tienen que ver con estas incipientes bibliotecas de objetos, que fijan pagos testimoniales.
Desde que abrió la primera Biblioteca de les Coses, solo en Catalunya se cuentan más de media docena de iniciativas de este tipo. Cuatro en Barcelona, una en Tarragona, Reus, Tiana, Vic… También en Valencia, este mismo mes, ha abierto la Objeteca, por ahora solo online. “Desde que abrimos nos ha contactado mucha gente para replicar el modelo. Todo el mundo suele quedar maravillado y sorprendido de que esta idea no se hubiese llevado a cabo antes”, argumenta Oller.
Como la mayoría de bibliotecas de objetos –o todotecas, objetecas o cosatecas, según a quién se pregunte–, esta de Barcelona se puso en marcha a partir de donaciones de vecinos y empresas del barrio. Impulsada por la cooperativa Nusos y la entidad Rezero, hoy cuenta con otras dos sucursales en la capital catalana. Su catálogo, al que se accede por su web, distingue entre artículos de bricolaje, crianza, limpieza y hogar, ocio y aventura, material de oficina y salud y cuidados.
Estos días previos a vacaciones, comenta Oller, lo que triunfa son los préstamos para viajes. “Cunas de bebés, sillitas para el coche, tiendas de campaña…”, enumera. Pero si hay un artículo estrella, en este y cualquier otro almacén de préstamos, es el taladro. “Es el que más dejamos a mucha distancia del segundo, que es la sierra de calar. ¿Para qué te vas a comprar uno si apenas lo usas? Tómalo prestado”, concluye la responsable de este espacio.
Ahorrar, reducir el consumismo y ganar espacio
Que esta herramienta sea la más codiciada tiene que ver con el tipo de perfil de usuarios de la Biblioteca de las Cosas. “A menudo son personas que acaban de llegar al barrio y tienen que hacer tareas del hogar pero no conocen a nadie ni tienen a la familia cerca para pedírselo prestado”, expone. La mayoría, de hecho, son herramientas que se suelen prestar entre vecinos si hay buena relación. Pero en las ciudades cada vez hay más movilidad entre vecinos y más dificultad para fortalecer estas relaciones.
Daniel Pardo, responsable de La Caixa d’Eines i Feines, otro proyecto similar en el distrito de Ciutat Vella, describe las motivaciones sus usuarios. “La primera es económica, para ahorrar. Y la segunda es política, para reducir residuos y consumos. Gente que decide romper con la lógica de ‘si necesito, compro’, sin tener en cuenta cuántas veces lo usará”, expresa. Y aún hay un tercer motivo para algunos usuarios: que no tienen trastero donde guardarlo.
En su caso, Pardo asegura que barajaban la idea de iniciar esta biblioteca de objetos desde 2014, pero que por el precio de los alquileres no lo veían viable. Hasta que se enteraron de que se había abierto una en el barrio del Poblenou. “Fue un subidón, gente que pensaba lo mismo que nosotros y lo había llevado a cabo… ¡No estábamos locos!”, rememora.
Ellos abrieron las puertas en mayo de 2021. Tienen 270 socios y funcionan también con préstamos de entre uno y cinco euros. “Lo más curioso es que el proyecto agrada más allá de clases sociales y de ideología”, comenta Pardo, que durante la conversación atiende a una mujer que ha acudido al almacén para llevarse una mesa de cámping, sillas y vasos para celebrar un cumpleaños.
La lista de lo más prestado en La Caixa d’Eines i Feines también la encabeza el taladro (44 veces este año), seguido de la sierra de calar, un carro de ruedas muy usado para traslados, caladoras eléctricas, llaves inglesas, radiales, bicicletas, máquinas de coser… Y uno de los artículos más valiosos en todas estas bibliotecas son las sillas de ruedas, que a veces se necesitan de un día para otro y con un precio que pone en apuros a muchas familias.
Más sostenibilidad que viabilidad económica
Uno de los resultados que más enorgullecen a estas iniciativas es la cantidad de residuos que consiguen evitar. La Biblioteca de les Coses registra el peso de cada objeto que presta y, mediante una calculadora de CO2 de la Asociación Española de Recuperadores de Economía Social y Solidaria, puede estimar el volumen de ahorro. En 2022 fueron 932 kilos de residuos, 778.335 litros de agua y 2.681 kilos de emisiones equivalentes a dióxido de carbono.
Pero la otra cara de estas iniciativas es su viabilidad económica. Se trata de proyectos privados que, a pesar de tener un coste muy reducido, no se sostienen con los ingresos de los préstamos. En la Biblioteca de les Coses, lo que ganan con ello les sirve básicamente para financiar el mantenimiento de su catálogo y algunas actividades complementarias. En La Caixa d’Eines i Feines cubren con los préstamos el 30% del presupuesto anual, que incluye el alquiler del local y la media jornada “precaria” que cobra Pardo.
Para cubrir el resto, funcionan con subvenciones. “Es muy difícil mantener el carácter popular del proyecto y a la vez ser autosuficiente”, resume Pardo.
Pero lejos de verlo como una limitación, Pardo argumenta que debería ser un objetivo de la Administración asumir estas iniciativas y expandirlas para que estén en cada barrio. Lo mismo que ocurre con las bibliotecas, un modelo que hoy nadie cuestiona. “Los gobiernos hacen discursos sobre cambio climático, ecología y economía circular y este es un proyecto barato, práctico y que hace una tarea de concienciación a través de la praxis”.
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