Dentro del bus de fans de Puigdemont: “Dos horas de viaje no es nada comparado con lo que le han hecho a él”
Maria y su madre han llegado puntuales a la estación de autobuses de Fabra i Puig de Barcelona. Si no fuese por un nutrido grupo de las Joventuts Nacionalistes de Catalunya, la reunión bien podría ser una salida del Imserso. “Traemos bocadillos, frutos secos, bebidas… ¡De todo!”, explica Maria con algo de entusiasmo. “Hay ganas de ver al president”, murmura su madre.
El grupo lo forma un centenar de personas dispuestas, en la tarde de un jueves laborable, a subirse a un autocar a las 16h para ir hasta la localidad del Sur de Francia de Argelès-sur-Mer y presenciar el acto de inicio de campaña de Carles Puigdemont. Son dos horas y media de ida y las mismas de vuelta, en una “aventura” que acabará cerca de la medianoche en la misma estación de autobuses.
A las 15:47 h. irrumpe en la estación el primer autocar con el rostro de Puigdemont. Lleva rotulado el lema “Catalunya necessita lideratge”. Se escucha un generoso aplauso, como si en su interior viajara el expresident. Cinco minutos después llega el segundo vehículo, con el lema “Catalunya necessita un bon Govern”. Los presentes lo reciben con otro aplauso.
Los dos autocares restantes —“Catalunya necessita solucions” y “Catalunya necessita fer-se respectar”— llegan poco después, ya sin aplausos. Nos dirigimos hacia ellos para ver qué mensaje nos llevará hasta Francia.
Nos asignan el “Catalunya necessita fer-se respectar”, pero al subir constatamos que está prácticamente vacío: somos solo ocho personas. Al poco rato entra alguien de la organización y nos advierte de que probablemente nos reasignarán a otro autocar que también está medio desocupado.
— ¡Pues que vengan ellos al nuestro!— se queja un jubilado que ya no se quiere mover.
— Es que nos interesa más que circule el de “Catalunya necessita un bon Govern”, responde el miembro de la organización. El jubilado y los otros siete viajeros acatamos la decisión y cambiamos de autocar. En el nuevo vehículo sumamos, entre todos, unas 20 personas.
Una mujer, Laura, empieza a pasar lista uno por uno. La primera en ser llamada es una tal Pilar, que no ha venido. Laura la llama por teléfono para pedir explicaciones y Pilar responde que finalmente no vendrá. “Qué poco compromiso”, murmura otra señora.
La segunda persona de la lista tampoco ha venido y Laura la llama, identificándose como “la responsable del bus del president”. A Laura le vuelven a dar calabazas y hay un momento de incertidumbre. “¿Podemos ir tirando mientras?”, se lamenta un septuagenario que a medida que avance la tarde se erigirá como el gruñón oficial de la excursión.
La gente empieza a impacientarse, pero Laura quiere comprobar que no falta nadie. Sigue recitando nombres hasta que canta el de Neus Munté (concejal de Junts en Barcelona y ex vicepresidenta del Govern) y también el del director de comunicación del partido, Pere Martí. La gente se mira extrañada. Ninguno de los dos está presente pero finalmente, sobre las 16:15 h, partimos hacia Francia con un aplauso.
El viaje discurre tranquilo, incluso aburrido, y algunos hacen cábalas sobre si el trayecto en el autocar de las juventudes hubiese sido una mejor opción. Las batallitas de desplazamientos del procés —“yo estuve en la mani de Bruselas”, “yo en la de Madrid”— ocupan las conversaciones entre las personas que no se conocen. Otros miran el móvil o incluso echan una cabezadita
Argelèrs-sur-Mer recibe a la comitiva con lluvia, pero la gente ha venido preparada con paraguas, chubasqueros y de todo un poco. El acto se celebra en un pabellón y en el exterior se han colocado decenas de mesitas de picnic en un cobertizo junto a unos futbolines, unos tableros de dardos, un par de food trucks y unos aseos portátiles. Es en este recinto donde se repetirán todos los actos del expresident durante la campaña que está a punto de empezar.
En las mesitas de picnic cena un bocadillo una señora mayor que ha venido sola junto a Macu, su perro. “Dormimos en la furgoneta y así pasaremos unos días por aquí”, explica con amabilidad. “Ya lo hice hace unas semanas para el acto de Elna (Francia) y fue un planazo”.
El acto arranca con un vídeo promocional que va directo a la fibra. Aparecen imágenes del 1 de octubre, de Puigdemont en Bruselas y en la salida de una cárcel en Alemania, de Carme Forcadell en el Parlament… El candidato de Junts juega con un elemento sentimental, abona mejor que nadie la nostalgia y logra emocionar a los presentes: a algunos se les escapan lágrimas. Entra el expresident al recinto y todo el mundo se pone en pie.
Intervienen Laura Borràs, Josep Turull, Josep Rull (cita a Nelson Mandela) y también algunos candidatos independientes que se han incorporado a las listas. Puigdemont despliega un discurso vehemente, con dardos sobre todo para el PSC y el “Estado español”. El candidato reivindica su tarea desde Bruselas durante el último lustro y trata de insuflar orgullo a los presentes. “¡Somos catalanes y debemos ir por el mundo como catalanes!”, espeta animado.
Al salir, la cola para comprar algo en los food trucks le quita el hambre a cualquiera. Sigue lloviendo y los simpatizantes de Puigdemont cenan en las mesitas de picnic. Un par de ellos va totalmente disfrazado con prendas llenas de esteladas, pero el ambiente dista mucho de ser una fiesta a pesar del reggaetón catalán que suena por los altavoces. Al grupo, formado mayoritariamente por jubilados, se le ve algo cansado. Nadie usa tampoco los futbolines ni juega a los dardos.
Pere y Mariona, de Palafrugell (Girona), están satisfechos con la aventura. “Ha sido emocionante, intenso”, explica ella mientras come. “Al final esto se trata de seguir movilizados”, añade él. Al cabo de poco rato sale el expresident del recinto y saluda a los comensales. La diputada en el Congreso Miriam Nogueras se implica un poco más y se mezcla con los presentes para sacarse unas fotos.
A las 21:00 nos llaman para subir a los autocares que vuelven a Barcelona. En esta ocasión el vehículo está más lleno y el señor gruñón se queja cuando son ya las 21:15 h y el vehículo sigue sin arrancar. “¡Que no voy a llegar al metro!”, refunfuña.
Finalmente abandonamos el lugar y regresamos por la carretera ya a oscuras. Apenas nadie habla en el vehículo excepto Maria y su madre, que repasan en los móviles las fotos que han tomado con una sonrisa sincera.
“Ha sido una aventura, una experiencia distinta, pero nos vamos ya a la cama”, explican al bajar del autobús, cuando faltan minutos para medianoche. ¿No están cansadas? “Dos horas de viaje de ida y dos de vuelta no es nada comparado con todo lo que le han hecho a él”, responden.
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