Se conoce como fin de siècle al periodo francés que abarca desde las últimas décadas del siglo XIX hasta las primeras del XX, en especial hasta la primera Gran Guerra, que se inicia en 1914. En esta época, toda Europa vivió un torbellino de cambios, tanto artísticos como culturales y sociales, que marcaron el devenir del siglo que comenzaba.
Fue un tiempo de gran efervescencia de vanguardias y movimientos artísticos que se plasmaron en la música, el teatro, la danza, la escritura, la poesía y, por supuesto, las artes plásticas. París fue su gran templo y capital cultural, imán para miles de artistas de todo el mundo que vivían arracimados en las estrechas calles del barrio de Montmartre, primero, y de Montparnasse, más tarde.
No fueron inmunes a esta atracción los artistas catalanes. Ahora, el Museu Picasso de Barcelona les ha dedicado una exposición para contar a través de sus ojos cómo era aquel París bohemio, canalla y fascinante, pero también oscuro, perverso en ocasiones, y miserable para los menos favorecidos.
Más de 250 obras expuestas
Comisariada por los historiadores Vinyet Panyella y Eliseu Trenc, De Montmartre a Montparnasse. Artistas catalanes en París, 1889-1914 se inicia hoy y se prolongará hasta el 29 de marzo del próximo año. Tal como destaca el director del Museu Picasso, Emmanuel Guigon, “se trata de una muestra multidisciplinar e inmersiva; no en el sentido de ser 3D, como se lleva ahora, sino porque junto a las obras pictóricas y escultóricas se incluyen numerosas fotografías y filmaciones de la época que dan contexto a la exposición”.
También apunta que “la muestra cuenta con un amplio soporte documental que se refleja en los libros, cuadernos y publicaciones de personajes del momento que hablan y perfilan aquel ambiente”. En la muestra se pueden apreciar cuadros de los consagrados Picasso, Rusiñol, Casas, Nonell, Anglada Camarassa, Clarà, Casagemas o Sunyer. Pero también de otros menos conocidos como Eveli Torent, Utrillo, Joan Sala o Gaspar Cassadó.
“En total cabe contabilizar más de 250 obras expuestas, que corresponden a 84 artistas y proceden de 59 prestadores”, presume Guigon. Con ello quiere dar cuenta de lo extenso del proyecto, que mezcla pinturas, dibujos, esculturas, aporte bibliográfico o partituras originales de músicos catalanes que residieron en París en aquella época, como Pau Casals, Isaac Albéniz o Enrique Granados. También aporta material fonográfico de dichos artistas datado en aquellos años y procedente en su mayoría de colecciones privadas.
Guigon explica que los donantes han sido muy variados e importantes, como el Museu Nacional D'Art de Catalunya (MNAC) y la colección de pintores catalanes que atesora. A su vez es, en buena parte, propiedad de la baronesa Thyssen; la red de museos de Sitges –población que fue el hogar de muchos de aquellos artistas en su retorno a Catalunya tras 1914–, la Fundación Mapfre o el Musée Picasso de París, entre otros.
Entre el cabaret y la miseria
La comisaria Vinyet Panyella apunta que la exposición pretende mostrar cómo era paisaje urbano y humano del París del momento, describiendo su realidad cotidiana y los modos de viva de la colonia bohemia y artística catalana. De esta suerte, nos acerca al trabajo de aquellos exiliados culturales y las dificultades por las que pasaban.
Las numerosas fotografías describen la ebullición ambiental de aquellos días, animada por el entonces nuevo ocio de masas, que se encarna en los parques de atracciones donde disfrutan los burgueses. Las filmaciones dan cuenta de las grandes avenidas y bulevares parisinos, así como del ambiente en los locales de fiesta. Por ello, la muestra empieza en 1889, “porque es el año de la Exposición Universal de París y el momento en que Picasso, gran referente del grupo, llega a la ciudad donde residirá ya de por vida”.
De Montmartre a Montparnasse. Artistas catalanes en París, 1889-1914 también da cuenta, explica la comisaria, de los momentos de ocio de la colonia catalana y de su presencia en los espectáculos del momento, sobre todo cafés y cabarets, que les inspiran numerosos cuadros y dibujos, algunos de ellos presentes en la muestra. Ahora bien, no oculta los prostíbulos y sobre todo las prostitutas, retratadas por Casas, Picasso y otros artistas.
Para Panyella, el relato de la exposición “es doble: paisajes y personas; esto es los bulevares y los espectáculos, pero también la gente pobre desahuciada –que pinta Nonell–, los burgueses y las lavanderas con su vida miserable –que pinta Sunyer–, o los suicidios”. Subraya que “esta es la visión que aquellos artistas tuvieron de París”.
Las “españoladas”
Finalmente, destaca el apartado de las llamadas “españoladas”, obras de regusto folclórico español y orientalizante que reproducían tópicos de la península. Tuvieron una gran demanda en Francia a finales del siglo XIX, en gran parte por el efecto tuvo la ópera Carmen de Bizet. La muestra contiene diversas obras a este respecto, algunas con pura intención comercial, pero otras, como destaca Panyella, de calidad considerable. Cita El tango, una obra del Claudi Castelucho pintada en 1908 que muestra a un trío flamenco bailando.
El apartado de las “españoladas” también recoge las partituras de piezas como la suite Iberia de Albeniz o las Goyescas de Granados, que si bien deben inscribirse dentro de la música romántica nacionalista española, tuvieron enorme acogida en París. También se pueden escuchar grabaciones de discos para gramófono de la época.
De Montmartre a Montparnasse buscando alquileres baratos
La muestra cita el nombre de dos de los barrios más populares de París, porque la colonia catalana habitó principalmente en ellos, aunque también en el barrio latino. El primer sitio al que llegan es al Montmartre bohemio de fin de siglo XIX; el segundo el Montparnasse, que se consolida como lugar relacionado con el arte desde principios del siglo XX.
“Ambos eran sumamente pobres y peligrosos, por lo que los alquileres eran muy baratos, ideales para aquellos bohemios que apenas podían ganarse la vida, detalla Eliseu Trenc, el otro comisario de la exposición”. A este respecto, Trenc desvela que el núcleo duro del grupo tenía una vida dura y austera “porque primaban la libertad de creación frente al beneficio económico”. Aunque matiza que no todos tenían los mismos principios“.
Los artistas consagrados, que sacrificaron al principio el beneficio por su arte y exponían en la galería de Berthe Weil, vivían en los citados barrios, pero “los menos conocidos, que se dedicaron a la pintura y el dibujo de una manera profesional, se mudaron a los barrios burgueses, que era donde vivían sus clientes”.
Muchos de estos artistas menos conocidos, sin embargo, triunfaron comercialmente. Trenc cita el ejemplo del impresionista Gaspar Cassadó, “al que el ayuntamiento de París nombra paisajista oficial de la ciudad y le permite pintar donde quiera”. También a Joan Sala, “que llegó a ser uno de los retratistas más solicitados a nivel internacional”. En el apartado de los consagrados, asegura que pocos triunfaron en el momento. El que tuvo mayor proyección, al menos hasta la irrupción de Picasso, fue Anglada Camarassa. “Se considera que hay tres grandes pintores del ámbito hispánico en toda Europa en esos años: Anglada-camarasa, Zuloaga y, sobre todo, Sorolla”, sentencia el comisario.
Respecto a las obras más relevantes de la muestra, aunque subrayen los comisarios que es una exposición que solo se puede explicar por su conjunto, Panyella ha querido citar la importancia de algunas obras presentes. Destaca Novela Romántica de Rusiñol y La blanchisseuse du quartier du Belleville, de Sunyer, que muestra la dureza del trabajo de las lavanderas. Otra pintura que cita es Le paón blanc de Anglada Camarassa y, finalmente, “los tres dibujos que Josep Clarà le hizo a la bailarina Isabella Duncan”.