Primera novela, premio, entrevistas e incluso polémica. Son, como ella misma dice en la conversación, muchas primeras veces de golpe para Andrea Genovart (Barcelona, 1993). Transmite sin embargo más capacidad de resituación que nervios, y eso que habla con una admirable ratio de palabras por segundo. Tiene por mucho las cosas más claras que la protagonista de Consum preferent (Anagrama, 2023), que le ha valido el Premi Llibres Anagrama de Novel·la. Publicada originalmente en catalán, su traducción castellana llegará en octubre.
En el libro, Alba nos conduce a través de un monólogo interior en el que actos y pensamiento, esfera pública y privada asimétricas, una con escaso margen y la otra ilimitada, se divorcian a las bravas, dejándose de hablar con el consiguiente cortocircuito que le impide saber quién es ella misma. El escenario es una Barcelona sobreestimulada e hiperdemandante que parece por momentos materializar el sueño de un sádico: fundir en analógico, y mezclar entre sí, aplicaciones de deseo y trabajo que nunca descansan.
¿Cómo está?
Un poco abrumada. Son muchas primeras veces. Publicar tiene algo muy bueno, como es toda la gente a la que le ha gustado, tener un libro salido del tiempo que pasaste escribiendo sola o estar en una editorial familiar y cercana. Pero también experimentas dinámicas de mercado que se alejan mucho de la escritura. Vives una especie de duelo de tu ingenuidad primera, ves que estás mudando la piel. Sale mi cara como autora pero leo y escribo menos que nunca. ¡Nunca había sido menos lectora y autora! Estoy contenta porque sé lo que quiero escribir ahora. Y será en términos muy diferentes de esta novela, porque me da miedo convertirme en una fórmula creativa.
Barcelona es protagonista de Consum preferent. Alba la romantiza poco y asegura que la gente llega a una ciudad que no es la suya por trabajo y ya, no por la marca del lugar ni por que quiera ser tu vecino.
Todas las ciudades modernas son complejas, frenéticas y caóticas. Pero en Barcelona creo que estamos atrapados en una polaridad de dos imágenes que se intentan vender y tratamos de conciliar sin poder lograrlo porque son antagónicas. Por un lado, es la ciudad puntera y de vanguardia que tiene que ser capital de todo. Hasta luchaba por los Juegos de Invierno hace poco. Tiene un nivel de competitividad global muy alta con Londres, Buenos Aires o Nueva York y a la vez es una ciudad que busca la cosa familiar o local en algunos discursos políticos. Es difícil que esas dos realidades convivan y no choquen. El ciudadano sufre una especie de esquizofrenia cuando se le pide en qué tipo de Barcelona cree, porque en las dos es imposible hacerlo.
En Barcelona estamos atrapados entre dos imágenes antagónicas: la ciudad de vanguardia que tiene que ser capital de todo y la ciudad que busca la cosa familiar o local en algunos discursos políticos
El ansia por identificarte con algo, con unos principios u objetivos, hacer esa especie de statement vital, es uno de los temas de la novela. Eso en un mundo en el que se nos insta a sentirnos únicos.
Tenía bastante obsesión con la identidad cuando escribía la novela, sí. Me gusta además pensarlo desde eso que dices del término diferencial. Estamos en un momento contradictorio. En un sistema con estructuras tan cerradas, tan capitalista, donde no tienes margen para no trabajar y la participación política es cada cuatro años, a la vez que ocurre todo eso, se te incentiva insistentemente para que encuentres tu vocación y tu personalidad. Eso nos lleva a pensar que lo habitual no es ser mediocre. Nos venden que si estamos conectados con una especie de intuición diferencial podremos llegar a buen puerto. Alba siempre busca que le pase algo que no le acaba pasando y luego se sorprende de que eso sea así. Ella no tiene una identidad pero tampoco el entorno le permite carecer de una.
Ha buscado que el estilo en que está escrita la novela, torrencial y fragmentado, refleje también cómo la realidad social condiciona la manera que tenemos de pensar y hablar.
Tenemos muy clara la dicotomía de que hay un adentro y un afuera. Pero, como dice Santiago López Petit, no puedes pensar desde afuera. No sé si la protagonista de mi novela puede tener distancia o en qué términos aspirar a ella. Últimamente vivimos un auge de la psicología cognitiva, eso de que todo pasa por entenderte tú, responsabilizarte tú, pero ¿hasta qué punto nos atraviesa una lógica sistémica muy fuerte? Me gustaría que la gente fuera a consulta y la psicóloga le dijera ‘es normal que te ralles porque este es el paradigma de nuestro tiempo’. En el espejo individual que nos miremos deben salir muchas más cosas al fondo, además de nosotros mismos.
¿Le caería bien Alba?
Si te cae mal es porque asistes a lo que piensa, porque ella no es una hija de puta con nadie. Quizá si supiéramos cómo piensa alguien, tampoco nos caería bien. No puedes poner la mano en el fuego porque nadie haya pensado de una forma superenvidiosa de una amistad, por ejemplo. Si Alba cae mal es porque su pensamiento no negocia con nada y, claro, ¿hasta qué punto podemos esperar que un monólogo interior responda a la convención social?
En un sistema con estructuras tan cerradas, tan capitalista, donde no tienes margen para no trabajar y la participación política es cada cuatro años, se te incentiva insistentemente para que encuentres tu vocación y tu personalidad
Está la Alba que piensa, desbocada, y la que actúa, dócil. Solo parece libre cuando está sola. ¿Es esta una novela sobre la derrota de la comunidad?
Si te fijas en su entorno hay proyectos comunitarios que tampoco la incluyen. Berta no le dice que forme parte de su editorial. Uri es periodista y dice que pasa de ver las noticias. No les interesa mucho lo colectivo. Alba no piensa en términos de comunidad, pero ellos tampoco y lo que hay de fondo es que están en una ciudad que tampoco lo hace en términos de colectividad. Alba es muy consciente de su entorno. Tiene un pensamiento neurótico, con el componente de egocentrismo que eso conlleva. Su identidad es a través de la negación, se piensa a sí misma a través de los demás. Para Berta es una tonta que no lee. Para Jordi, una gandula. Para Uri, alguien sin personalidad. Para sus padres, una indisciplinada. Pero ese pensarte mediante los demás te hace precisamente centrarte en ti misma.
Y es ahí donde en la novela aparece algo muy interesante: ese modo goblin, un presunto autocuidado que lleve casi a una autolesión a través de la autocondescendencia y el abandono.
También la idea del cuidado es algo que hemos asumido mediante lo que nos han dicho. Y me interesaba mucho la comida, que es algo que hacemos cada día y está cargada de significados: lo que comes, si es mucho o poco, acompañada o sola, durante cuánto tiempo, a qué horas. Una cosa tan primitiva y placentera que organizamos y ejecutamos de la forma más racional posible. Me interesaba crear un espacio que no estuviera atravesado por todo eso. Muchas veces la gente me ha preguntado si Alba tiene un trastorno alimenticio, pero no, lo que tiene es una relación animal con la comida, que a la vez es su manera de responder a la saturación del entorno. De la misma manera que sale a la calle y no para de asumir imperativos, no para de engullir comida que no le acaba de sentar bien ni termina de procesar.
Comer puede ser lo más comunitario del mundo y también lo más íntimo.
Claro, ella no piensa si tendría que comer una cosa u otra. Solo quiere llegar al piso, cerrar y pimpam, porque vete a saber cuánto durará ese momento antes de que llegue cualquier estímulo o pensamiento intrusivo.
Supongo que en el chaparrón de estímulos juegan un papel las redes.
Cambian la dinámica del pensamiento. No haces ningún proceso para construir nada, sino que estás en un nivel intelectual pasivo en el que solo recibes impactos y todo lo que formules será ‘en reacción a’. Es difícil tener curiosidad de forma genuina sin que nada te interpele y tú respondas desde el deseo. Es muy limitante. Son algo prefabricado que da resultados bajo una lógica de intercambio. Las elecciones digitales que haces son para recibir algo determinado que sabes lo que es. Nos exponemos para recoger. Es un trabajo porque inviertes tiempo en ello. Y no tener redes puede suponer que ya no estés en el imaginario de otra persona.
El catalán con puntuales interrupciones y frases hechas en castellano en el que está escrita la novela ha generado alguna crítica.
Comprendo la polémica y hay cosas en ella que tienen sentido. Lo que me cuesta más es entender ciertas dinámicas a la hora de hacer llegar la crítica. Tenía claro que quería escribir con este estilo. Y es buena señal que haya debate porque si no estaríamos ante un panorama cultural más inerte. El punto de partida es que hay elecciones creativas basadas en prioridades y la cuestión es cómo se concilia el deseo creativo con el marco sociolingüístico de una realidad.
Me molesta es que se utilice el término generacional solo cuando se habla de determinada franja de edad. Es un término neutral. Es como si no hubiera gente de 50 años que escribe novelas sobre su tiempo y sus coetáneos
¿Es difícil evitar la etiqueta de novela generacional?
Yo no tengo problema en que me digan que es una novela generacional en el sentido de que refleja un tiempo y unas coordenadas determinadas. Lo que me molesta es que se utilice el término generacional solo cuando se habla de determinada franja de edad. Es un término neutral. Es como si no hubiera gente de 50 años que escribe novelas sobre su tiempo y sus coetáneos. Cuando se habla de ‘cosas de jóvenes’ se banaliza el discurso porque se da a entender que estamos hablando de una fase emotiva que no tiene que ver con el contexto histórico y político.
¿Hay un sesgo de clase creativo a la hora de tener el tiempo y la tranquilidad suficiente como para escribir una novela?
Sí, por eso los escritores que se dedican la mayoría del tiempo a escribir sin ser best sellers lo hacen empalmando becas y residencias artísticas. Es la única manera de tener un marco medio seguro. Yo soy autónoma, siempre he trabajado de muchas cosas a la vez, fragmentadas, que equivalieran a una jornada completa con su sueldo, con todo el desgaste mental que supone pasar de una tarea a otra. Para escribir necesitaba tiempo y descanso. Escribir implica el sacrificio de la soledad. Si escribes 250 páginas es difícil encontrar en tu entorno a alguien con el tiempo y la generosidad de darte feedback y sin esa validación externa cuesta aguantar emocionalmente.
Además, para escribir, una persona joven renuncia a cierta vida social. La escritora británica Shelagh Delaney dijo que su obra de teatro Un sabor a miel la comenzó como novela hasta que asumió que estaba demasiado ocupada bailando como para escribir 80.000 palabras.
Y renuncias además solo por una pequeña posibilidad cuando es una primera novela, cuando no tienes nombre, acuerdos o un lector fiel. Tu primera novela casi no la esperas ni tú misma. Es muy fácil abandonar porque tú solo ves un documento en el ordenador, palabras que nadie ha leído. Por tanto, ninguna persona puede animarte sino desde el cariño, no desde la lectura. Lo que me servía para tirar adelante era una lógica infame por lo productiva: si he perdido este tiempo, voy a hasta el final. No es un buen punto de partida, pero sobreponerme pasaba por ser consciente de aquello a lo que había renunciado.