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'La fugida', el documental que describe cómo los jesuitas encubrían a sus pederastas de Barcelona enviándolos a Bolivia

La fugida aborda el viaje de huida de los curas bajo sospecha de abusos sexuales desde los colegios jesuíticos de Barcelona al Colegio Juan XXIII de Cochabamba (Bolivia), donde estudiaban aprendices con altas capacidades e hijos de líderes mineros de la región. Los sacerdotes escapaban de las denuncias, de la presión de las familias de las víctimas y en un caso hasta de una condena en firme. Lo hacían encubiertos, para no tener que hacer frente a sus posibles responsabilidades morales y penales, y sobre todo para no tener que abandonar la orden, en la que siguen.

La historia se cuenta en el documental presentado esta semana en DocsBarcelona y que será emitido el próximo 18 de junio en el programa Sense Ficció de TV3. Ha sido producido por la plataforma audiovisual 3Cat, por El Periódico y la productora Ottokar, y está dirigido por Josep Morell, Marc M. Sarrado y Guillem Sánchez, periodista que lleva ocho años investigando abusos sexuales a menores en centros religiosos. 

Pero La fugida va sobre todo de las vidas rotas, a menudo irreparables, de niñas y niños inocentes a los que se suponía que estos sacerdotes debían cuidar, orientar o proteger. Es la historia de la huida de Lluís Tó, Francesc Peris, Pere Sala, Alfonso Pedraja y otros, pero también la de los supervivientes de sus ofensas.

Testimonio de unas vidas rotas

La historia de Laura Calzada, abusada presuntamente por Francesc Peris –quien ha confesado las agresiones sexuales– en los Jesuitas de Casp en los 80, que todavía hoy necesita gestionar su ira practicando boxeo. La historia de Enric Soler, también víctima del mismo pedófilo en el mismo colegio, quien asegura que los abusos que sufrió de niño se llevaron por delante su vida emocional. “Ahora entiendo por qué la última vez que abracé a mi hermana fue cuándo se murió mi abuelo, en 1991. Ahora entiendo por qué no he abrazado nunca a mi hermano”, dice en el documental.

La historia de Jordi de la Mata, abusado presuntamente por el padre Pere Sala en los Jesuitas de Sarrià también en los 80 y que durante el documental no deja de llorar por el dolor emocional que siente y le persigue a pesar de los años pasados, un dolor que aflora cuando explica que siempre salía meado del colegio tras los abusos, una señal de alarma que sus mayores nunca supieron o quisieron ver.

Un sufrimiento que le ha conducido a las drogas, a la inestabilidad emocional y a la cárcel y que ahora trata de mitigar visibilizando el infierno al que fue sometido por alguien a quien amaba desde su inocencia infantil. Es el mismo sufrimiento que expresan el resto de víctimas: el haber sido violentadas por alguien en quien confiaban; el no poder entender cómo ese ser al que amaban ciegamente les hizo lo que les hizo. Les arrebató la fe en la humanidad, un derecho de toda persona.

Es la historia también de la periodista Alessandra Martín, víctima del primer caso de pederastia sentenciado en firme en España, en 1992, y en el que el padre Lluis Tó, ya fallecido, fue condenado a dos años de cárcel que nunca cumplió. Se le despidió del colegio de los Jesuitas de Sarrià, también conocido como Sant Ignasi, centro donde tradicionalmente se han educado las élites barcelonesas, con una gran fiesta y tras un juicio en el que se cuestionaron las supuestas “actitudes coquetas” de la niña de ocho años que entonces era Martín.

Rumbo a Bolivia

Tó, Peris y tantos otros que puedan aparecer a partir de la emisión de este documental –De la Mata, quien también afirma que fue abusado por Tó en una ocasión, asegura que en cuanto se puso a investigar quedó impresionado de la cantidad de testimonios que apuntaron a este sacerdote– encontraron refugio en la huida a Bolivia, propiciada por la orden para tapar sus escándalos en Barcelona. Y con ello, el problema cruzó el Atlántico para aterrizar en el Colegio Juan XXIII de Cochabamba.

Entremezclados con los testimonios de las víctimas españolas, aparecen las confesiones del otro lado: niñas y niños de esta institución, hasta 400 según los cálculos de las asociaciones de víctimas bolivianas. Allí, los pedófilos pudieron ejercer su actividad criminal con mucha mayor impunidad. En primer lugar, tal como relata un exnovicio –que asegura que fue expulsado de la orden al denunciar los presuntos delitos del padre Tó–, porque el poder de la Compañía de Jesús en Bolivia es extraordinario: “Construyen puentes y carreteras, están detrás de numerosas ONG”.

Por lo tanto, denunciar en Bolivia es mucho más difícil y arriesgado que en Catalunya. A pesar de ello, las víctimas han conseguido asociarse en distintas agrupaciones y se manifiestan con regularidad. Por otro lado se trata de un país con una gran desigualdad, donde una porción importante de la población vive en el umbral de la pobreza, por lo que las víctimas se han visto condenadas a la incomprensión y al silencio para apaciguar sus sufrimientos. Relata una de las víctimas que aquellas que no están en la agrupación “pululan por las calles cuando no han terminado en manicomios”.

La justicia de Dios según los jesuitas

Pero lo más hiriente, y lo que mejor retrata la actitud de la Compañía de Jesús, tal vez sea el testimonio del novicio que denunció a Tó quien, paradójicamente, daba clases de moral y ética sexual. Antes de hacerlo preguntó qué se debía hacer en casos de abusos a menores. La respuesta desde las altas esferas de la orden fue, según él: “Cuando la justicia de Dios ha entrado, la justicia del hombre no tiene nada que hacer”. Y prosigue explicando que la justicia de Dios solo requería confesión y arrepentimiento.

Otro testimonio boliviano es en este caso el de una trabajadora del Juan XXIII que coincidió con Francesc Peris en los 80. No llevaba en el colegio más de un año –estaba planeado que estuviera veinte– y el escándalo por su comportamiento fue tal que tuvo que huir a un nuevo destino, siempre bajo la protección de la orden. Cuenta la trabajadora que en una ocasión en que habían llegado niñas nuevas, Peris pidió estar a solas con varias de ellas. Tal como pasaban por su despacho, salían llorando. En este caso las denuncias de la trabajadora surtieron efecto y el pederasta fue apartado. Otro testimonio de lo sucedido en el Juan XXIII también relata cómo Tó entraba por la noche en los cuartos y se dedicaba practicar tocamientos a los menores en sus partes íntimas.

Finalmente, el documental deja claro que hasta fechas recientes la impunidad para los sacerdotes pederastas ha sido total. Tó murió en su cama sin cumplir condena. Francesc Jufresa, el abogado que llevó su acusación en la causa penal de 1992, lo recuerda como “una persona que durante el juicio no mostró ningún tipo de emoción mientras se relataba lo que había hecho con Alessandra Martín”. También explica Jufresa que recibió decenas de llamadas de gente poderosa recomendándole que no llevara la causa contra Tó, algo que le sigue indignando y enojando incluso 32 años después.

Peris, de más de 80 años, vive en una residencia y recientemente ha sido trasladado fuera de Catalunya en previsión de cómo se desarrollen los acontecimientos tras la emisión del documental. Antes, El País había puesto luz sobre este asunto a raíz del caso de otro cura jesuita madrileño, Alfonso Pedrajas, que relató los abusos que cometió en su estancia en Bolivia en un diario que un sobrino entregó al periódico 12 años después de su muerte.

La reticencia de la orden a reconocer la organizada y sistemática red de traslado de presuntos pedófilos a Bolivia se puede reconocer en el documental en la figura de su delegado, Pau Vidal, que niega su existencia. Si bien sí reconoce, con una inquietante expresión fácil que a ratos se antoja impostada, que se tenía conocimiento de las actividades de Lluís Tó desde 1968 y nadie le apartó. Al contrario, el documental demuestra que se le protegió.