¡Es el decrecimiento, estúpido!

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El sábado 6 de julio, la manifestación PROU! Posem Límits Al Turisme reunió en Barcelona a miles de personas que marcharon por el decrecimiento turístico. Según una encuesta del CEO, el 61% de la población de Barcelona considera que se ha ido demasiado lejos en cuanto a turistización en la ciudad.

La manifestación del día 6 superó ampliamente los niveles de asistencia de otras citas locales contra este fenómeno, un conflicto que hasta ahora preocupaba a muchas personas en muchos barrios, pero que tenía dificultades para movilizar a su base social.

Al día siguiente, muchas de las personas de la organización nos sorprendíamos al ver que la prensa reflejaba de manera fiel las demandas leídas en el manifiesto final, pues anteriormente a menudo se habían centrado en anécdotas o acusaciones de turismofobia. El lunes, cuando los lobbies ya habían tenido tiempo de hacer las llamadas pertinentes, la cosa cambió.

Pasó de ser “la mayor movilización sobre turismo en Barcelona” a ser “la mani de las pistolas de agua”. Sí, algunas personas portaban este juguete en la manifestación y utilizaron a turistas como blanco. “¡Violencia! ¡Acoso!”, clamaban algunos medios, que pronto se trasladaron a la prensa internacional, dando a la cita una proyección mundial. Eso, por un lado fue útil, pero por otro conllevó el trabajo extra de explicar algo tan sencillo como que disparar agua con una pistola de juguete no es violencia.

Violencia es que te expulsen de tu casa o te doblen el alquiler, es la explotación a la que son sometidas las kellys (camareras de habitación en hoteles), no poder dormir noche tras noche por el ruido o ver cómo no te puedes subir al autobús que te lleva al trabajo porque va lleno de turistas.

Y es que no se trata de las pistolas de agua… ¡es el decrecimiento turístico! El lema de la manifestación y el manifiesto que se usó para la convocatoria lo dejaban bien claro. Y el que cerró la manifestación junto a la playa de Sant Sebastià lo concretaba en trece demandas concretas, ambiciosas y viables a corto plazo.

Las primeras demandas se centran la movilidad, contaminación y emergencia climática: reducción drástica y urgente del tráfico de aviones y la eliminación de los cruceros. El segundo grupo se refiere al conflicto entre alojamiento turístico y derecho a la vivienda. Se reclama detener la apertura de hoteles y pisos turísticos, recuperar los Airbnb existentes para su uso como vivienda habitual, la regulación del alquiler de temporada y nuevos protocolos para luchar contra el alquiler vacacional ilegal hasta acabar con él.

Las y los trabajadores del sector turístico han de ser prioridad en el proceso. Se deben mejorar su condiciones laborales y salariales y, además, se debe garantizar su reinserción después del proceso de decrecimiento turístico y reconfiguración de la economía.

También es necesaria la reapertura de los espacios públicos cerrados y museizados -con la excusa de preservarlos para su explotación-, proteger el comercio de proximidad y una regulación de bares y terrazas que tenga como prioridad el descanso vecinal y garantice la movilidad a pie.

Hay que acabar con los privilegios del sector turístico, por ejemplo en la gestión del agua. Es inaceptable que, mientras los demás sectores económicos asumen restricciones hídricas por la sequía, los alojamientos pretendan llenar sus piscinas, cosa prohibida en el caso de las domésticas.

En cuanto a macroeventos como la Copa Amèrica de vela, la propuesta es clara: obligatoriedad de informes de impacto en movilidad, vivienda y medio ambiente y, una vez realizados, celebración de plebiscitos populares vinculantes.

Otra medida fundamental es el final de la promoción pública del turismo, y de las subvenciones y exenciones fiscales. Así como la transformación de Turismo de Barcelona (ente encargado de la promoción turística) en la agencia que gestione el propio proceso de decrecimiento turístico y de fomento de alternativas económicas compatibles con la vida en la ciudad y en el planeta.

También habrá que cobrar a la industria turística por los servicios públicos que utiliza y explota cada día como los servicios de limpieza, el transporte público, la seguridad o la gestión de residuos… Hay que recordar que los turistas representan aproximadamente el 10% de las personas que hay en la ciudad cada día, y el sector se lucra con la explotación de estos servicios sin contribuir a su financiación.

Por último, hacen falta políticas turísticas de transformación radical del sector, diseñadas pensando en el interés público, el derecho al descanso y al ocio de la población local. Especialmente políticas centradas en valores de proximidad, asociacionismo y economía social y solidaria.

De modo que, cuando alguien pretenda debatir contigo sobre la regulación de armas de agua en Barcelona, recuerda decirle: “¡Es el decrecimiento turístico, estúpido!”.