Desde las doce de la mañana hasta las nueve de la noche. Cuatro horas de viaje en autobús, bocatas en la mochila, camiseta amarilla y esteladas –senyera indepentista– en la mano. Dos horas de pie en medio de una carretera a las afueras de Reus, la avenida de Bellissens, y todo por un instante, el minuto 14 de las cinco de la tarde, las 17.14, para reivindicar la independencia de Cataluña.
Unas 250 personas, distribuidas en cuatro autobuses, se desplazaron desde el barrio barcelonés de Horta Guinardó hasta Reus para participar en la Via Catalana. Como gran parte de los cientos de miles –1,6 millones, según la Consejería catalana de Interior– que han formado parte de una cadena humana de 400 kilómetros desde la frontera con Francia hasta el límite con la Comunidad Valenciana. Mireia, una de las participantes, se ufanaba desde las 9.00 de la mañana en tenerlo todo preparado: bocadillos, botellas de agua, chubasqueros por si llueve, las camisetas amarillas, el color de la movilización. Y las banderas. A las 18.00, cuando se disolvió la cadena, afirmó: “Es como un orgasmo, los preliminares fueron excitantes y ahora hemos llegado al clímax”. “Lo que queremos es que nos dejen votar”, aseguraba Adam: “¿Por qué no nos dejan? Queremos que se nos respete”, insistía este leridano.
En el viaje de ida, el periodista Antonio Baños confesaba: “Es emocionante ver cómo nos hemos ido juntando todos desde que hemos salido de casa, pero siempre tienes la duda de si la convocatoria tendrá éxito, si habrá gente suficiente... ”. Al final, la ha habido: “Ya está hecho, pero no nos daremos cuenta de la trascendencia hasta que veamos las imágenes y comprobemos que se ha completado toda la cadena. No somos del todo conscientes. Esto, sobre todo, es un mensaje para fuera de España. Los socios europeos seguro que le preguntarán a Rajoy, 'si tanta gente quiere la independencia y el derecho a decidir, ¿qué vas a hacer?”.
Manu, periodista, insiste en el mensaje: “Derecho a decidir e independencia de Cataluña”.
La cadena ha sido una expresión de fuerza del movimiento independentista, movilizando a cientos de miles de personas para cubrir los 778 tramos en los que se ha dividido. En el 211, a las 16.00 ya estaba formada la cadena. La hora y cuarto que faltaba hasta el momento cumbre de las 17.14 se ha pasado haciendo la ola y entonando Els Segadors, El Canto a la Senyera, gritos de independencia y el “boti, boti, boti, espanyol qui no boti”.
Ariadna, profesora de Historia en un instituto y participante de la marea de la Educación –amarilla en Cataluña–, terciaba: “Yo soy independentista de baja intensidad. No tengo nada que ver con Millet y compañía, que nos han robado a todos. Pero pienso que quizás, si el ámbito es más reducido, los tendremos más mano para evitar que nos roben”.
Una cuenta atrás anuncia la llegada de las 17.14. Es el momento culminante del acto, con foto aérea incluida, en recuerdo de la Guerra de Sucesión que inauguró la monarquía de los Borbones con los decretos de Nueva Planta de Felipe V, por los que quedaron abolidas las leyes e instituciones propias del Reino de Valencia, del Reino de Aragón, del Principado de Cataluña y del Reino de Mallorca, integrantes de la Corona de Aragón, que había apoyado al archiduque Carlos.
¿Y, ahora, qué? “Han de sentarse a negociar, no puede ser que no se hablen. Han de tener en cuenta todo esto que está pasando”, afirma Baños. Mientras, Manu, otro de los integrantes de la cadena humana, busca en el transistor una emisora para seguir el discruso de Carme Forcadell, la presidenta de la Assamblea Nacional de Catalunya, organizadora de la movilización. Cuando se empiezan a oír sus palabras, se arremolinan a su alrededor un grupo de personas, que acompañan el himno de Els Segadors, que empieza a sonar como colofón al discurso, cerca de las 18.00, suena Els Segadors a través del altavoz de la radio.
Es el punto final de la Via. Los asistentes se disgregan con tranquilidad, unos a los coches aparcados en los arcenes, otros, en autobús. Sin grandes emociones ni muestras de efusividad. Pero con la expectación e incertidumbre de qué pasará a partir del 12 de septiembre y cómo influirá esta demostración organizada de fuerza.