Desahucios, la cara más amarga de Catalunya
“Vinieron cuatro Mossos, tres funcionarios del juzgado y un cerrajero, para poder cambiar la cerradura. Yo estaba sola en casa con mi novio. Les estábamos esperando. Nos fuimos de casa sin llevarnos nada. Ellos cambiaron la cerradura. Tres días más tarde volvimos a entrar y entonces fuimos nosotros los que volvimos a cambiar la cerradura”. La familia de Sali Arreaga, de 24 años, hace casi un año que vive de okupa en su casa, en el barrio de Ca N'Anglada, en Terrassa.
Tres de las cuatro personas que forman la familia de Sali perdieron su empleo y no pudieron seguir pagando la hipoteca. Poco después de volver a ocupar su piso, según recuerdan, temían que les volvieran a desalojar. Pero un año después ya han perdido el miedo. Si los echan, volverán a entrar o encontrarán otro piso. No tienen alternativa. Sin embargo, muchas de sus pertenencias continúan en cajas.
Para muchas familias la espera del desalojo es uno de los peores momentos. En la calle comienzan a llegar los vecinos que quieren dar su apoyo y dentro de casa se ven los preparativos por si sale mal. Bolsas y cajas.
Carlos y Verónica, de Hospitalet, esperan dentro de casa. En silencio. Han procurado que las dos hijas no estén, para ahorrarles una experiencia demasiado dura. Afuera, ruido, pancartas y gritos.
La familia de Luis Vera también perdió su piso por no poder hacer frente a la hipoteca. “Ojalá que no me la hubieran dado nunca, y nos hubieramos ido de alquiler”, lamenta. En diciembre de 2011, durante una manifestación organizada por la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) de Terrassa, un grupo de vecinos ocupó un bloque entero de once pisos. Una de las viviendas ocupadas fue para su familia. Como en tantos otros casos, la solidaridad entre los vecinos fue fundamental para sacar a su familia de la calle. “Una mano limpia la otra”, dice Luis, que procura no perderse ni un acto de la PAH.
El trabajo de la PAH ha sido fundamental para evitar numerosos desalojos en ciudades de todo el Estado. Han liderado concentraciones en las puertas de las viviendas que los juzgados habían ordenado desalojar. Su solidaridad es de vital importancia para las familias que están a punto de perder su casa. A punto de perderlo todo. Son la demostración más evidente que las protestas sociales sí que sirven.
En las concentraciones de apoyo se suman vecinos, otros afectados que también viven con la amenaza del desalojo y militantes.
Además de evitar los desahucios, la PAH ha trasladado las protestas dentro de los bancos y cajas de ahorros que no aceptan la dación en pago.
Los dramas que provocan los desalojos no siempre salen a la luz. Miguel Ángel Domingo, vecino de Granada, se suicidó en su casa antes de que le desalojaran. Hubo muestras de apoyo en todo el Estado.