Las lámparas y los belenes de madera, dos de los artículos que más se venden en la tienda, son la especialidad de Rafael Montserrat. Pero lo que él quiere enseñar con orgullo es el violín en el que lleva trabajando meses, con su arco y su funda. “Esto no se vende, ¿eh?”, deja claro desde el principio.
A sus 56 años, y tras media vida durmiendo en la calle, Rafael es desde hace un año uno de los usuarios de ‘La Troballa’ (en castellano significa “el hallazgo”), un taller ocupacional de la Fundación Arrels, en la calle Ample de Barcelona, pensado para quienes están tratando de dejar atrás una vida sin hogar. Junto a él, una veintena de personas se reparten por la nave, cada mesa dedicada a una labor: costura, encuadernado, carpintería, cerámica…
El taller, que lleva en funcionamiento desde hace 20 años, y por el que han pasado casi 500 personas, está de estreno este mes. Arrels ha decidido reconvertir el vestíbulo que da acceso al local en una pequeña tienda, para vender los productos que elaboran los usuarios y reinvertir las ganancias en ayudas para las personas sinhogar. Un modesto escaparate ofrece a los compradores libretas, collares, pendientes, lámparas, almohadas, velas, taburetes… Todos los artículos tienen en común que están hechos con materiales reciclados y que son obra de personas que hasta hace un tiempo dormían al raso.
Rafael, que vive en un piso compartido de Arrels desde hace un año y acude un par de veces a la semana a La Troballa, explica de entrada que la importancia del taller es difícil de comprender si no se conoce la realidad de las personas sinhogar. En primer lugar, porque el solo hecho de tener el tiempo ocupado en una tarea concreta es ya un paso fundamental. “En la calle, ¿qué haces? Pues gastar si tienes dinero y beber en el parque. Estás todo el día sin horario ni calendario, pasando el tiempo y pasando frío. Aquí te dan desayuno y además te relacionas bien con alguna gente”, resume.
El perfil de los usuarios de La Troballa son los que se conocen como cronificados. Es decir, hombres y mujeres que han pasado tanto tiempo sin techo que han desarrollado otros problemas, como trastornos mentales o pérdida de habilidades sociales, que hacen que su reinserción sea muy complicada. De ahí que la asistencia al local, que se suele limitar a unas 25 personas como máximo, sea de lo más libre. Para no poner presión a nadie. “El horario es flexible, hacen el que quieren, y cada uno decide qué implicación quiere tener, desde el que viene cada día hasta el que pide que no le agobies”, explica Anna Rodríguez, una de las educadoras de la fundación.
Desde los inicios del taller, era habitual que algunas de las manualidades que hacían los usuarios se acabasen vendiendo. A veces a los propios voluntarios, después a algunas empresas que hacían encargos para regalos. Un clásico, por ejemplo, eran las rosas de Sant Jordi. Hasta que finalmente desde Arrels vieron que podía ser útil abrir una tienda.
“La tienda es importante porque ven que lo que hacen se valora. Cuando comprueban que a la gente le gusta y que lo compran, se dan cuenta de que el fruto de su trabajo no es ninguna chorrada, que no hacen las cosas por hacer, sino que son bonitas y útiles”, argumenta Maria Donlo, una de las voluntarias más veteranas. Lo corrobora Rafael: “Esto es para que la gente aprenda y sepa lo que hacemos. Les estamos demostrando a todos de lo que somos capaces, de que podemos emplear nuestro tiempo en algo positivo”.
Según este barcelonés, la visión que tiene la sociedad del sinhogarismo no ha cambiado nada en las últimas décadas. “Siguen rechazándonos porque lo primero que ven es a un borracho o a un mangui… Pero es que yo no sé ni leer ni escribir. Que se paren y piensen por qué alguien está sin hogar”, reclama.
Un éxito de ventas
Lo cierto es que desde que abrió el 1 de diciembre la tienda está siendo un éxito, sobre todo en cuanto a los pedidos online. En el taller explican que no dan abasto. “Lo que ha ocurrido es que la demanda ha sido muy superior a nuestro ritmo… Ha sido una locura. Pero lo que no hacemos es traspasar esto a los usuarios, claro, que no se estresen”, comenta Anna Rodríguez. Por ejemplo, sacaron a la venta 400 calendarios de adviento y los agotaron en días. Con las tazas de cerámica, más o menos lo mismo.
“El objetivo no es tanto como fuente de ingresos sino porque la gente nos lo pedía y daba sentido a las personas que formaban parte del taller”, explica Ferran Busquets, presidente de esta entidad que desde 1987 trabaja para erradicar el sinhogarismo, que hoy afecta a unas 2.000 personas. No obstante, ante el repentino éxito inicial no descartan plantear algún tipo de remuneración para los usuarios.
Además, detrás de La Troballa está la idea de poner en contacto la realidad de las personas sin techo con el resto de la ciudadanía. Admás de una tienda-taller, Arrels quiere convertir el espacio de divulgación y de charlas, por ejemplo para explicar qué debes hacer si ves a alguien durmiendo en la calle. O para compartir un rato haciendo los talleres con niños o familias, propone Ferran Busquets.