El doble reto de innovar en escuelas de entornos desfavorecidos

Mohammed es otro, dicen sus maestros, desde que la escuela Mas Masó ha transformado su hora de recreo en un espacio organizado de juegos y deportes. Hoy le toca a él ponerse el peto naranja fosforescente que lo convierte en responsable de que la actividad transcurra de forma agradable: “Es muy importante que nos respetemos, a mí me gusta mucho ser responsable y siempre pongo felicitaciones a todo el mundo en la hoja de incidencias, porque no hay muchos problemas”, explica el alumno de esta escuela de Salt (Girona). Desde que en Mas Masó cambiaron el recreo por un espacio de actividades lúdicas supervisadas de forma autónoma por los propios alumnos, los altos niveles de conflicto y peleas que pacedían, y que inevitablemente terminaban afectando a las clases posteriores, cayeron en picado. “Antes perdíamos casi toda la clase de después de la hora del patio resolviendo los problemas, ahora los alumnos suben calmados, un ambiente imprescindible para que aprendan”, explica Gerard Ros, director del centro.

Hace unos años, en la escuela El Prat 1, de El Prat de Llobregat (Barcelona), uno de cada cuatro alumnos no iba a clase. Unos datos alarmantes de absentismo escolar que hoy es casi inexistente “porque los niños piden a sus padres venir a la escuela”, explica su directora, Sandra Gallardo. Un proyecto educativo con la expresión artística como hilo conductor, sumado a un equipo de profesores “que cree profundamente en sus alumnos”, ha transformado de arriba abajo la que hasta entonces era la escuela más estigmatizada de la ciudad.

Si innovar es encontrar soluciones nuevas para problemas antiguos –la conflictividad en Salt, el absentismo en El Prat– nadie puede discutir que estas dos escuelas han innovado. Ahora que este concepto inunda debates y congresos educativos, las escuelas que sufren más las consecuencias de las desigualdades y la pobreza se preguntan cuál debe ser su papel en el cambio educativo. Reconocen la necesidad de transformar las formas de enseñar, pero a la vez alertan de que esta no es la única urgencia a la que deben hacer frente, y que en este camino el viento sopla en su contra y necesitan más apoyo.

El orden de prioridades educativas se trastoca, por ejemplo, cuando todos los alumnos de un colegio son de origen extranjero. En Mas Masó el catalán es la lengua extranjera; el castellano, la comuna en el recreo, y el árabe y el suajili, las lenguas maternas. Algunos de sus pupilos viven en un bloque de pisos ocupados por la PAH. “Nuestra prioridades para garantizar un clima de aprendizaje ha sido hasta ahora favorecer la cohesión social y reducir la conflictividad”, sostiene Ros. El proyecto Juego en el Patio, vinculado al currículo de Educación Física del centro, ha impactado con fuerza en la autoestima de sus alumnos, ya que los capacita para ser responsables de las actividades deportivas y de enseñar a los más pequeños.

Otro acierto de este equipo docente desde hace años ha sido sacar el máximo partido de las actividades extraescolares, para conseguir que por la tarde los niños tengan espacios de ocio educativo. Las puertas de la escuela están abiertas hasta el anochecer y se realizan en ella actividades de ocio –con monitores pagados por el centro– y talleres de deberes con los padres y madres. “Hay pequeños cambios, buenas prácticas educativas que pueden provocar grandes consecuencias: nosotros lo hemos vivido con el proyecto de patios o el taller de deberes”, dice Ros.

“La historia de la pedagogía nos recuerda que hay grandes innovaciones, desde Piaget hasta Paulo Freire, que han surgido de entornos desfavorecidos”, expone Valtencir Mendes, jefe de proyectos internacionales de la Fundación Jaume Bofill. “Hoy muchas escuelas de entornos difíciles llevan a cabo buenas prácticas, pero no lucen tanto”, explica, y añade: “No podemos ser ingenuos y pensar que con innovaciones acabaremos con las desigualdades educativas, pero sí ayudan, sobre todo a abrir la escuela a su entorno”, argumenta.

Mendes coordinó el pasado jueves en Barcelona el simposio Pedagogías innovadoras: un motor para la equidad y la calidad educativas, en el que participaron expertos internacionales y decenas de profesionales de centros educativos catalanes inmersos en entornos de pobreza. “Tenemos que capacitar al alumno para ser ciudadano de primera, como cualquier otro”, proclamaba Laia Bou, directora del instituto Mont Perdut de Terrassa, un centro con muchos alumnos en el umbral de la exclusión social y que forma parte del proyecto Escola Nova 21. “Para ello necesitamos reforzar el trabajo emocional con los alumnos, porque la carga que llevan de casa es pesadísima”, valoraba.

“¿La escuela puede ayudar a superar las diferencias que vienen de casa?”, ee preguntaba Hannah Dumond, psicóloga en el Instituto Alemán de Investigación Educativa Internacional, evocando uno de los interrogantes que mayor preocupación genera entre los docentes. “La poca investigación que tenemos sobre esto nos demuestra que hay que dotar a estas escuelas de más recursos, pero a la vez ser conscientes de que el dinero en sí mismo no va a solucionar nada: es la docencia, es el papel el maestro, el principal factor de cambio”, argumentaba. “Ya sé que esto es poner mucha presión a unos docentes a menudo desbordados, pero la parte positiva es que está en nuestras manos”, concluía.

Es en la capacidad de los maestros de adaptarse a las necesidades diversas de sus alumnos donde radica una de las claves de la equidad, añadía Dumond. En este sentido existe el compromiso de la Generalitat de garantizar que los llamados centros de alta complejidad tengan una ratio máxima de 22 alumnos por aula.

Atraer a las familias poco a poco

No todas las escuelas salen adelante con ello. Las hay que consiguen mejorar los resultados de sus alumnos, pero en su particular carrera de obstáculos aún no han logrado romper la barrera de segregación que las condena a tener una concentración elevada de alumnado de familias en situación de vulnerabilidad. En este sentido, son relevantes los primeros datos a partir del programa magnet (impulsado por la Fundación Jaume Bofill, el departamento de Enseñanza y el Instituto de Ciencias de la Educación de la UAB) de transformación de escuelas que se alien con entidades e instituciones de su entorno para romper la segregación social que sufren. Poco a poco la demanda familiar aflora en algunos de estos centros.

Un caso exitoso –no todos lo son– es el de la escuela Josep Maria de Sagarra de Barcelona. El curso 2012-2013 tenían un 44% de alumno de origen inmigrante –en su barrio, Vallcarca, este porcentaje es del 13%–, tenían plazas vacantes en general en todas las etapas y, en P-3, ese año las inscripciones fueron en un 70% de alumnos con los dos padres de origen extranjero. Cuatro años después, con un programa magnet de colaboración con el museo MACBA, la escuela ha recibido para el curso 2016-2017 más demanda de plazas (35) de las que puede ofrecer (25). Además, ahora ya sólo el 40% de quienes se preinscriben en P-3 tienen familia de origen extranjero.

Los impulsores de este programa, inspirado en las Magnet Schools de Estados Unidos, reconocen que aún es pronto para extraer conclusiones contundentes, pero sí han detectado que en los centros donde se implanta este plan se detecta un aumento de motivación del alumnado, un aumento de la implicación de las familias y una mejora de la percepción social de la escuela.

Innovación educativa y desigualdades

La innovación educativa –o, si se prefiere, la capacidad de los maestros de lograr aprendizajes valiosos y perdurables para sus alumnos– es un factor que atrae cada vez a más familias. Y no precisamente en escuelas e institutos con el estigma de la alta complejidad, sino sobre todo en el resto de centros. La semana pasada unas 300 familias se concentraron en Barcelona para denunciar que sus hijos se han quedado sin plaza en centros públicos que aplican metodologías activas y participativas. ¿Puede el fenómeno de la innovación ensanchar la distancia que separa los centros más demandados del resto?

“Si se quiere avanzar hacia una escuela y un sistema educativo al servicio de la equidad es necesario que el debate sobre innovación vaya de la mano del debate sobre la segregación escolar”, sostiene la socióloga Aina Tarabini en un artículo en El Diari de l'Educació. “Para innovar se necesitan ciertas condiciones y la segregación no hace más que jugar en contra de este proceso. Es por ello que la primera acción de la Administración educativa debe ser la acción preferente sobre las escuelas que no llenan plaza en primera opción”, añade. “No estamos diciendo que no se pueda o no se deba innovar hasta que no se resuelva la segregación del sistema, pero son aspectos que no se pueden separar y sobre los que hay que actuar en paralelo o, más bien, de forma articulada”, sentencia esta socióloga.

Mendes coincide en que deben ser procesos que avancen en paralelo. “No podemos decir a las escuelas que detengan su mejora, sino que tenemos que conseguir que estas contagien los centros de su entorno”, expone.

El método, al servicio de la necesidad

Cuando en la escuela Mas Masó preguntamos si se consideran innovadores por los cambios que han afrontado, su director encoge los hombros. Han recibido algunos premios, eso sí: hace unas semanas por el proyecto del taller de deberes en familia. Tal ha sido el éxito de este programa, implementado en colaboración con la Fundación Ser.Gi, que desde el actual curso se ha constituido un grupo flexible de padres y madres que entra en clase también en horario lectivo con sus hijos para “reforzar el vínculo” entre familias, escuela y alumnos.

“Nuestros objetivos son fortalecer la cohesión social y el logro de las competencias básicas entre el alumnado, y para ello hacemos los cambios que sean necesarios”, apunta. Ros tiene la sensación de que escuelas como la suya no se pueden permitir el nivel de incertidumbre que generan ciertos procesos innovadores. “Tenemos momentos de trabajo por proyectos, o por rincones, pero no debemos perder de vista que nuestros alumnos necesitan mucho refuerzo en competencias básicas de lectura, escritura y matemáticas, y debemos asegurarnos de que esto se consigue”, puntualiza. “La metodología tiene que ir al servicio de las necesidades”, argumenta.

Estos días se realizan en el Mas Masó, como en la práctica totalidad de los centros escolares catalanes, las pruebas externalizadas de competencias básicas de Primaria (las que prevé la LOMCE, pero que la Generalitat aplica a su manera desde hace ocho años). Sus alumnos han mejorado con el tiempo. “Pero quizás lo harían más si las preguntas tuvieran que ver con lo que ellos conocen: un año les pedían que escribieran una redacción sobre dónde habían ido de vacaciones”, se lamenta. La triste realidad es que pocos se pueden permitir salir de Salt en verano.