Las denuncias de abusos sexuales por parte de exalumnos de Maristas Sants-Les Corts en Barcelona, reconocidas en el caso del pederasta confeso Joaquín Benítez, han sacudido a la comunidad escolar. ¿Cómo se pudo mantener en secreto un caso tan grave de abuso de menores, incluso después de que el colegio tuviera constancia de lo sucedido y expulsara al abusador? En este caso, al largo y duro silencio de las víctimas –quien ha sufrido abusos puede tardar décadas en contarlo– hay que añadirle que el colegio no consideró necesario comunicar los hechos a la Administración. Es más, este jueves la justicia ha informado que la dirección de Maristas se negó en 2011 a colaborar con los Mossos.
El silencio lo rompió Manuel B., que con la denuncia de los abusos sufridos por su hijo –que ahora tiene 21 años– ha propiciado un auténtico goteo de demandas que alcanzan a cuatro profesores, solo uno de ellos en activo a día de hoy, precisamente el subdirector, que ha sido destituido del cargo este mismo jueves. Hasta la fecha, se cuentan unas 20 denuncias por abusos en las últimas décadas, según fuentes policiales recogidas por El Periódico. De estas, solamente cuatro están ya en manos del juzgado número 6 de Barcelona, que instruye la causa de Benítez. Además, éste ha sido el único que ha confesado los abusos, mientras que los otros tres lo niegan o no se han pronunciado.
“Tardan en contarlo porque el abuso se basa en la culpa”
Mientras se suceden las denuncias muchos se preguntan por qué nadie detectó antes ni comunicó después los hechos. Que el hijo de Manuel B. fuera incapaz de contar a sus padres los abusos que sufrió mientras era alumno de ESO no es nada extraño. Al contrario. Las víctimas suelen tardar mucho más, y este es un tiempo que suele jugar a favor del pederasta, puesto que los delitos prescriben. “Las víctimas tardan porque el abuso se basa en la culpa y la vergüenza”, expone Pilar Polo, psicóloga de la Fundación Vicky Bernadette, que trabaja con víctimas de estos abusos. “A nadie le gusta contarlo porque cree que van a dudar de su palabra”, dice. En el caso de las mujeres, según Polo, suelen contar su historia de horror entre los 26 y los 35 años, “cuando se acercan a la maternidad o crean una familia”.
El profesor fue despedido del centro en 2011, después de que una familia –diferente a la de Manuel B.– contara a la dirección del centro los abusos sufridos por su hijo. El equipo directivo puso el caso en manos de la Fiscalía de Menores, pero no lo transmitió ni a la Dirección General de Atención a la Infancia y la Adolescencia (DGAIA) ni al departamento de Enseñanza, pese a que el protocolo marco aprobado en 2006 así lo indica.
El incomprensible silencio de la escuela
La investigación de la Fiscalía no prosperó, porque la familia quiso proteger la intimidad de su hijo, pero si la escuela hubiera puesto el caso en conocimiento de la Administración quizás se podría haber evitado que Joaquín Benítez siguiera trabajando unos años más en contacto con niños (fue socorrista y monitor de deporte cerca de Girona en 2014 y 2015). Tampoco optaron los Maristas por comunicar la denuncia de abusos a las familias del propio centro.
El departamento de Enseñanza ya ha anunciado que si el juez confirma que no cumplió el protocolo correctamente les aplicarán medidas sancionadoras, desde una multa económica hasta la retirada del concierto educativo a la Fundación Champagnat, titular de todos los centros Maristas. Sin embargo, el centro podría alegar que pese a que el protocolo marco de abusos de menores se aprobó en 2006, su concreción para el ámbito educativo no estuvo listo hasta junio de 2012.
Para Polo –y pese a la forma de proceder de Maristas– los protocolos actuales son “bastante claros y eficientes: sabemos a quienes debemos dirigirnos”. Pero el problema no es la actuación ante los abusos, sino la prevención.
La prevención, entre el currículum y la confianza
No es solo la vergüenza y la culpa lo que impide a las víctimas hablar, según Polo, sino también el clima de “tabú i secreto” en relación a los abusos. “Si a la gente le das permiso para hablar, habla”, resume. “Hay que dejarles claros a los niños que tienen derecho a hablar, a pedir ayuda y a exigir que los adultos les escuchen”, zanja Polo.
Para esta psicóloga, no hay edad demasiado temprana para empezar la prevención contra abusos sexuales, aunque sea de forma no explícita. “A los 7 y 8 años se pueden empezar a hablar cosas claras, pero antes se pueden introducir conceptos como la intimidad”, detalla, y pone por ejemplo la posibilidad de contar el cuento de la Caperucita Roja en clave de prevención, tratando conceptos como el engaño y la confianza.