Sólo entrar, la sala Becket nos vuelve a desubicar. Escenario alargado, alargadísimo, cinco únicas filas para el público, larguísimas también. Una cortina recorre el escenario de lado a lado, un sofá en cada esquina, separando físicamente al matrimonio de la casa, un mueble bar, un bufé con platos, copas, una lámpara de mesa... Es el marco donde Sergi Belbel encaja Vells temps, una obra que mezcla con habilidad los recuerdos y la imaginación, el presente y el pasado, la causa y la consecuencia. Y nos plantea preguntas trascendentales: ¿vivimos una realidad suplantada por los recuerdos? ¿Vivimos un presente imaginado? ¿Hemos vivido un mismo pasado? ¿Hay alguien que nos hace creer los propios recuerdos, quizás inventados, hasta el punto de que hemos construido nuestra vivencia basándonos en una mentira?
Una mujer va a pasar unos días a casa de una amiga de juventud, aquella época de la vida en que todo es mágico, todo es impulsivo, todo es emocionante. Nada que ver con la vida que esta mujer lleva ahora con su marido, quien la asalta con preguntas presuntamente inocentes sobre la esperada visitante. Anna llega ilusionada por ver a su amiga; Kate sólo tenía a una amiga, Ana, que le robaba la ropa interior. (¿O tal vez no...?) Las dos mujeres eran polos opuestos (quizás se complementaban).
Desde los primeros minutos de la función se mastica esta atmósfera inquietante. La llegada de la amiga activará los recuerdos y todo comenzará a mezclarse. Canciones, películas, amigos, un montón de vivencias que Kate no recuerda pero que, a medida que crece la inquietud, comienza a aceptar. El marido, Deeley, siente una curiosidad casi enfermiza, agresiva. Pregunta, pregunta y pregunta y se convierte en un actor del pasado, descubriéndonos una realidad que nos confunde. La entrada del marido en la narración de las mujeres (de Anna, básicamente) nos hace ver la fragilidad de las relaciones humanas, los celos, la incomprensión, el silencio. La tensión se dispara, Kate reacciona y, de repente, es otra. El tono, la voz, los recuerdos. Ha cambiado. De repente, el presente queda sacudido, irreconocible.
Se puede hablar de Universo pinteriano. Y aquí está ambientada la obra. El autor nos lleva al pasado sin abandonar el presente. Y es inquietante. Y lo hace como un maestro. Pinter puro y duro. Pinter admirado y Pinter detestado. Quien busque esta confusión encontrará Vells temps una obra deliciosa y cautivadora (el trabajo actoral, sobre todo el de Carlos Martínez, es fantástico). Quien no se sienta atraído por este universo disfrutará de una representación intensa e inquietante, pero no acabará de caer atrapado en ella.
Sólo entrar, la sala Becket nos vuelve a desubicar. Escenario alargado, alargadísimo, cinco únicas filas para el público, larguísimas también. Una cortina recorre el escenario de lado a lado, un sofá en cada esquina, separando físicamente al matrimonio de la casa, un mueble bar, un bufé con platos, copas, una lámpara de mesa... Es el marco donde Sergi Belbel encaja Vells temps, una obra que mezcla con habilidad los recuerdos y la imaginación, el presente y el pasado, la causa y la consecuencia. Y nos plantea preguntas trascendentales: ¿vivimos una realidad suplantada por los recuerdos? ¿Vivimos un presente imaginado? ¿Hemos vivido un mismo pasado? ¿Hay alguien que nos hace creer los propios recuerdos, quizás inventados, hasta el punto de que hemos construido nuestra vivencia basándonos en una mentira?
Una mujer va a pasar unos días a casa de una amiga de juventud, aquella época de la vida en que todo es mágico, todo es impulsivo, todo es emocionante. Nada que ver con la vida que esta mujer lleva ahora con su marido, quien la asalta con preguntas presuntamente inocentes sobre la esperada visitante. Anna llega ilusionada por ver a su amiga; Kate sólo tenía a una amiga, Ana, que le robaba la ropa interior. (¿O tal vez no...?) Las dos mujeres eran polos opuestos (quizás se complementaban).