“He descubierto que las raíces de nuestra vida moral están completamente podridas, que la base de nuestra sociedad está corrompida por la mentira”. Es una de las muchas frases desesperadas, duras, ensordecedoras que el dramaturgo y poeta noruego Henrik Ibsen puso en boca de Thomas Stockmann, protagonista de Un enemigo del pueblo. Han pasado más de 130 años y la frase, como toda la obra, sigue vigente. Esta es la principal clave del éxito de los dos últimos montajes teatrales de esta obra que hemos visto en Barcelona: la de Oriol Tarrasón, Stockmann, que se estrenó en mayo del año pasado en Sala Muntaner, y la de Miguel del Arco, que mantiene el título original, que triunfó en el Lliure esta temporada. Dos montajes antagónicos: el primero, “con cuatro perras”, haciendo uso de la imaginación, al más puro estilo de la compañía Les Antonietes, en un formato deliciosamente pequeño y aprovechado hasta la última gota; el segundo, con una escenografía desbordante, con cañerías de agua y con grandes nombres en el reparto. La primera versión se está reponiendo en la misma Muntaner; la segunda, en vista del éxito conseguido, podría repetirir en Barcelona.
Los dos directores tienen muy claro por qué han escogido esta obra: “Su actualidad ayudó a que la envergadura del proyecto no fuera un problema, sino todo el contrario, nos convenció de la necesidad de salir adelante”, dice Oriol Tarrasón, que ha reducido el texto original centrándolo en la figura de Thomas Stockmann. “Creo que es el más político de los textos clásicos y parece que el interés por la política se ha incrementado en los últimos años”. Miguel del Arco argumenta su elección en Pirandello: “Decía que el teatro siempre tiene que tener un ojo puesto en la actualidad si quiere ser el lugar donde se representa la vida”. Kamikaze Producciones, la compañía de Del Arco, está ahora representando en Madrid El misántropo, de Molière: “Habla sobre la carencia de honestidad, la hipocresía y lo difícil que es para el ser humano encontrar la verdad... Bastante actual, también. Los clásicos lo son porque lanzan preguntas que nunca tendrán respuesta pero que el ser humano necesita hacerse constantemente (o se tendría que hacer para evitar el encefalograma plano)”.
Tarrasón cree que Ibsen no escribió un texto político pero que ahora mismo su interpretación sín que lo es. Del Arco considera la obra “profundamente política”: “Ibsen pretextó algunas disculpas ante el escándalo que se montó en su estreno porque ponía en tela de juicio la democracia moderna cuando esta apenas echaba a andar. Por eso creo que fue una función políticamente conflictiva en su momento y lo es ahora”.
La verdad y la transparencia
“La verdad necesita fundamentos mucho más fuertes que cualquier mentira”, escribe Ibsen. “Es cierto, la verdad siempre hay que demostrarla; la mentira siempre corre a su aire. Paradojas del lenguaje”, dice Tarrasón. Del Arco considera que esto pasa porque todos tendemos a creernos las mentiras que nos explicamos, mientras que para que la verdad se levante hay que ser muuuuy convincente. Y, aún así, siempre hay alguien a quien le conviene inventarse algo“. Pero la gente parece que no se dé cuenta. Cómo si le conviniera no darse cuenta de ciertas cosas.
Ibsen recurre a la metáfora del agua para acentuar la podredumbre de nuestra sociedad: “Es un recurso tan efectivo por su sencillez: sin agua no hay vida... y aún así, al ser humano le cuesta reaccionar”, dice Del Arco. Igual que el madrileño, el catalán también convierte el agua en un elemento clave de su montaje: “Creo que Ibsen utiliza el agua como metáfora de la necesidad de limpiar la sociedad corrupta”, explica. “Le hemos querido dar toda la importancia posible, utilizándola incluso como arma agresora contra Stockmann”.
Las acreditadas mayorías
Los dos directores coinciden en abrir al público la escena de la asamblea (en que los poderes fácticos convierten a Stockmann en enemigo del pueblo), en una manera de demostrar cómo se manipulan las masas. (¡A mí me entran ganas de tirarle una pedrada al alcalde!) “Romper la cuarta pared da más fuerza a la escena”, reconoce Tarrasón, gran valedor de este recurso teatral. “Dejamos que el público participe de la manipulación a la cual se le somete en el día a día”. Lo que está claro es que las mayorías se convierten (en la obra, por lo tanto, en la realidad...) en un instrumento del poder.
Y aquí empieza a entrar a escena la actualidad con nombres y apellidos...: “La prueba es que el PP tiene un poder enorme gracias a la mayoría, aunque en el fondo sólo tenga un 15% de los votos, más o menos”, sostiene Tarrasón. Uno se siente tentado de pedir a los dos directores que pongan nombres actuales a los personajes de la obra... “No acabaríamos nunca”, ríe Tarrasón. Del Arco no se corta: “Así como a los thomas stockmanns que hay por todas partes cuesta encontrarlos, le das una patada a una piedra y aparecen cientos peters stockmanns [hermano del protagonista y alcalde corrupto]. Cristóbal Montoro, si no tuviera aquella voz tan desagradable, podría interpretarlo de fábula. Aún sabiendo que se está cargando el tejido cultural del país y a pesar de que gente muy cercana a él lo está advirtiendo, sigue emperrado en hundirnos en la miseria”.
El panorama, ciertamente, es desolador (digo yo). Seguro que existen muchos stockmanns silenciados por el poder... ¿Hay esperanza? “Hay que creer que sí”, dice Tarrasón, “igual que el poder genera la manipulación, el pueblo genera stockmanns de manera natural. Creo que es imprescindible para que el sistema no se hunda”.
“He descubierto que las raíces de nuestra vida moral están completamente podridas, que la base de nuestra sociedad está corrompida por la mentira”. Es una de las muchas frases desesperadas, duras, ensordecedoras que el dramaturgo y poeta noruego Henrik Ibsen puso en boca de Thomas Stockmann, protagonista de Un enemigo del pueblo. Han pasado más de 130 años y la frase, como toda la obra, sigue vigente. Esta es la principal clave del éxito de los dos últimos montajes teatrales de esta obra que hemos visto en Barcelona: la de Oriol Tarrasón, Stockmann, que se estrenó en mayo del año pasado en Sala Muntaner, y la de Miguel del Arco, que mantiene el título original, que triunfó en el Lliure esta temporada. Dos montajes antagónicos: el primero, “con cuatro perras”, haciendo uso de la imaginación, al más puro estilo de la compañía Les Antonietes, en un formato deliciosamente pequeño y aprovechado hasta la última gota; el segundo, con una escenografía desbordante, con cañerías de agua y con grandes nombres en el reparto. La primera versión se está reponiendo en la misma Muntaner; la segunda, en vista del éxito conseguido, podría repetirir en Barcelona.