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El Hombre de Acero empieza de cero arrasando su hogar

Carlos G. Vela

Barcelona —

Sucedió antes con el hombre murciélago y el hombre araña. También Superman estrena película en la que de nuevo nos relatan el origen del héroe. En realidad se quiere contar la misma historia por primera vez a un nuevo mercado potencial. Es la obsesión por el llamado reinicio de los personajes, cambiar todo para que todo siga igual, que aqueja cada vez más a Marvel y DC, las dos grandes del cómic norteamericano. Ambas compañías son ya criticadas abiertamente por varios de sus autores en nómina, que denuncian injerencias y presiones ináuditas (delirante la perla del guionista Paul Jenkins al revelar como un editor le espetó “no creo que estés comprendiendo bien al personaje. Batman no se sienta”). No interesan las historias maduras que permitan evolucionar a los héroes con mallas. Ya no se confía en el talento, si no en los estudios de mercado que exigen renovar constantemente el producto a la venta, limitándose a ligeras modificaciones, a poder ser estéticas, en un calco de la línea de marketing de Apple o Microsoft. Cualquier cambio en el statu quo (especialmente las muertes de personajes) debe ser reparado inmediatamente para evitar suspicacias de los ejecutivos de Hollywood. Las majors del cómic no quieren arriesgar el valor financiero de las creaciones que administran, sobre todo tras los beneficios facturados por sus últimas adaptaciones cinematográficas. “El caballero oscuro: la leyenda renace” (2012) recaudó a nivel mundial más de mil millones de dólares, superados por “Iron Man 3” (2013) y rebasados por “Los Vengadores” (2012), dos filmes que ponían a Marvel/Disney a la delantera de esta competición empresarial. Sin embargo, el reciente estreno norteamericano de “Hombre de acero” ha pulverizado récords amasando 125 millones de dólares en su primer fin de semana, todo un sorpasso para DC/Warner, propietaria del superhombre creado en 1932 por Siegel y Shuster.

Pese a las (tremendas) implicaciones económicas, renovar un mito no tiene porqué saldarse con un mal resultado creativo. De hecho, el “Hombre de acero” sale más airoso del cometido que por ejemplo “The Amazing Spiderman” (2012). La nueva película de Superman se presenta como un drama sobre la identidad de un joven alienígena que aprende a ser no sólo un hombre si no un superhombre. Como en la teleserie “Smallville”, el filme se centra más en Clark Kent (o Kal-El, su nombre kriptoniano) que en su alter ego con capa, pero no teman porque las escenas de acción se suceden cada diez minutos (o menos). Incluso las dos figuras paternas del personaje desfacen entuertos sin otra necesidad que regalar adrenalina al respetable. La buena noticia es que Zack Snyder (“300” y “Watchmen”, pero también “Sucker Punch”) controla el ritmo durante las más de dos horas de metraje, con una claridad de exposición nada común entre los cineastas pirotécnicos a los que se adscribe, descubriendo una sutileza a la que nos tiene poco acostumbrados, con detalles que encantarán a los fans de largo recorrido como esas primeras pruebas de vuelo dando grandes saltos a lo Hulk, que honran las primeras apariciones en papel de Superman. Tampoco decepciona un reparto encabezado por el resultón y macizo Henry Cavill, con turnos de lucimiento para Diane Lane, Kevin Costner, Russell Crowe, o Laurence Fishburne (el primer Perry White negro de la Historia), sin olvidar a una cumplidora Amy Adams (la primera Lois Lane no abofeteable de la Historia), aunque el pujante Michael Shannon como malvado General Zod deje que le robe la función una secuaz interpretada por la alemana Antje Traue. La banda sonora del veterano Hans Zimmer resulta eficaz, aunque evidentemente no alcanza a la compuesta por John Williams para “Superman” (1978), de Richard Donner, la mítica partitura que hasta ahora había sido reciclada en todas las películas, incluida “Superman Returns” (2006), la inmediata predecesora de la que nos ocupa. Donde la vapuleada versión de Bryan Singer intentaba continuar los hechos relatados en las dos primeras películas de Donner, “Hombre de acero” prefiere condensar en un sólo filme el origen de Superman y su lucha contra los renegados kriptonianos. Y aunque la de Snyder carece del humor de Superman I y II, también evita el ridículo campcamp obviando la temida kriptonita o prescindiendo de los sobrecalzoncillos del famoso traje blaugrana. Además destacan unos FX constantes pero imbricados con naturalidad, de los que disfrutarán plenamente sin necesidad del 3D (su nariz, sus ojos y su cartera agradecerán prescindir de las gafas).

Y hasta aquí lo bueno. Porque no estaremos ante un blockbuster descerebrado al uso, pero tampoco faltan los agujeros de guión característicos del último cine envasado en Hollywood.blockbuster El productor de “Hombre de acero” es Christopher Nolan, director de los tres últimos Batman, y aquí repite con el escritor de dicha saga, David S. Goyer (también perpetrador de todas las adaptaciones de Ghost Rider y Blade). En el empecinamiento de Nolan por infundir realismo a los superhéroes, el “Hombre de acero” se queda a medio camino entre lo mejor de “Batman Begins” y lo peor de “El caballero oscuro: la leyenda renace”. Dejando a un lado límites naturales en la capacidad creativa de productor y guionista, es muy probable que las injerencias de algunos ejecutivos de grandes estudios como Warner sean tan insultantes como las de algunos editores de Marvel y DC. Se nota en el filme cuando se obliga al espectador inteligente a forzar demasiado la suspensión de la credibilidad y tragar con las absurdas acciones de unos personajes con una correcta progresión emocional, pero sin profundidad ni coherencia interna. Por no hablar de superpuñetazos que no rompen escafandras, o de cauterizar heridas con supervisión láser sin antes apartar la ropa. O de novedades que levantaran ampollas entre los fans más puristas del cómic como la exhibición impúdica de la doble identidad supuestamente secreta; el tronchante episodio de un Pa Kent emperrado en salvar un perro (cuando era claramente un trabajo para Superman); o el polémico clímax, que no vamos a revelar aquí pero que defenderíamos a ultranza si el superhéroe hubiera mostrado verdadera preocupación por la seguridad humana durante la película, en lugar de zurrar espectacularmente a sus enemigos sin evitar las zonas pobladas ni importarle los daños colaterales que aniquilan buena parte de Smallville y Metrópolis (las califica de hogar, ¡imagínese lo que haría en su ciudad, amigo!). El villano da en el clavo: “yo nací para proteger Kriptón, tú has elegido la Tierra”. Si Zod apostaba por la eugenesia para salvar su planeta, Superman es su perfecto reverso y en el proceso de salvarnos no parece importarle que muramos unos centenares (a excepción de elegidos como Lois, fiel a su tradicional caída de muy alto).

También hay quien anda molesto con ciertas referencias cristianas: Clark tiene 33 años, se le ve flotar con los brazos en cruz, y se confiesa ante un cura que le recomienda “un salto de fe” (curiosamente el mismo consejo que se daba en la última película de Batman, o cuando Nolan defenestró al Señor de la Noche). Pero era “Superman Returns” de Singer la que se regodeaba en el símil del mesias católico. En “Hombre de acero” brilla otra relación que resulta más delicada y es la del superhombre con la U.S. Army. El kriptoniano no tarda en colaborar con el Ejército de los EE.UU., o al menos con un par de miembros de su cúpula que sin consultar ni a su propio Gobierno se bastan para tomar decisiones que afectan al planeta entero. En el fragor de las destructivas batallas, Superman se gana su alineación (o alienación) con los militares esforzándose por salvar soldados y a sus cazas (por lo visto forman parte del agraciado grupo liderado por Lois). Dicho esto y aunque el extraterrestre amague su condición de inmigrante ilegal con un emotivo “me he criado en Kansas, no puedo ser más americano”, lo cierto es que la del “Hombre de acero” no es la versión del personaje que rezuma más propaganda estadounidense (como atestiguan los cómics de la IIª Guerra Mundial). Aún así, resulta inquietante la complicidad entre el superser más poderoso de la Tierra y el Ejército de la (aún) principal potencia mundial. Ahí la peli capta perfectamente la esencia del tebeo. Como siempre ha dicho Bats, el gran boy-scout azul es un calzonazos.

Sucedió antes con el hombre murciélago y el hombre araña. También Superman estrena película en la que de nuevo nos relatan el origen del héroe. En realidad se quiere contar la misma historia por primera vez a un nuevo mercado potencial. Es la obsesión por el llamado reinicio de los personajes, cambiar todo para que todo siga igual, que aqueja cada vez más a Marvel y DC, las dos grandes del cómic norteamericano. Ambas compañías son ya criticadas abiertamente por varios de sus autores en nómina, que denuncian injerencias y presiones ináuditas (delirante la perla del guionista Paul Jenkins al revelar como un editor le espetó “no creo que estés comprendiendo bien al personaje. Batman no se sienta”). No interesan las historias maduras que permitan evolucionar a los héroes con mallas. Ya no se confía en el talento, si no en los estudios de mercado que exigen renovar constantemente el producto a la venta, limitándose a ligeras modificaciones, a poder ser estéticas, en un calco de la línea de marketing de Apple o Microsoft. Cualquier cambio en el statu quo (especialmente las muertes de personajes) debe ser reparado inmediatamente para evitar suspicacias de los ejecutivos de Hollywood. Las majors del cómic no quieren arriesgar el valor financiero de las creaciones que administran, sobre todo tras los beneficios facturados por sus últimas adaptaciones cinematográficas. “El caballero oscuro: la leyenda renace” (2012) recaudó a nivel mundial más de mil millones de dólares, superados por “Iron Man 3” (2013) y rebasados por “Los Vengadores” (2012), dos filmes que ponían a Marvel/Disney a la delantera de esta competición empresarial. Sin embargo, el reciente estreno norteamericano de “Hombre de acero” ha pulverizado récords amasando 125 millones de dólares en su primer fin de semana, todo un sorpasso para DC/Warner, propietaria del superhombre creado en 1932 por Siegel y Shuster.

Pese a las (tremendas) implicaciones económicas, renovar un mito no tiene porqué saldarse con un mal resultado creativo. De hecho, el “Hombre de acero” sale más airoso del cometido que por ejemplo “The Amazing Spiderman” (2012). La nueva película de Superman se presenta como un drama sobre la identidad de un joven alienígena que aprende a ser no sólo un hombre si no un superhombre. Como en la teleserie “Smallville”, el filme se centra más en Clark Kent (o Kal-El, su nombre kriptoniano) que en su alter ego con capa, pero no teman porque las escenas de acción se suceden cada diez minutos (o menos). Incluso las dos figuras paternas del personaje desfacen entuertos sin otra necesidad que regalar adrenalina al respetable. La buena noticia es que Zack Snyder (“300” y “Watchmen”, pero también “Sucker Punch”) controla el ritmo durante las más de dos horas de metraje, con una claridad de exposición nada común entre los cineastas pirotécnicos a los que se adscribe, descubriendo una sutileza a la que nos tiene poco acostumbrados, con detalles que encantarán a los fans de largo recorrido como esas primeras pruebas de vuelo dando grandes saltos a lo Hulk, que honran las primeras apariciones en papel de Superman. Tampoco decepciona un reparto encabezado por el resultón y macizo Henry Cavill, con turnos de lucimiento para Diane Lane, Kevin Costner, Russell Crowe, o Laurence Fishburne (el primer Perry White negro de la Historia), sin olvidar a una cumplidora Amy Adams (la primera Lois Lane no abofeteable de la Historia), aunque el pujante Michael Shannon como malvado General Zod deje que le robe la función una secuaz interpretada por la alemana Antje Traue. La banda sonora del veterano Hans Zimmer resulta eficaz, aunque evidentemente no alcanza a la compuesta por John Williams para “Superman” (1978), de Richard Donner, la mítica partitura que hasta ahora había sido reciclada en todas las películas, incluida “Superman Returns” (2006), la inmediata predecesora de la que nos ocupa. Donde la vapuleada versión de Bryan Singer intentaba continuar los hechos relatados en las dos primeras películas de Donner, “Hombre de acero” prefiere condensar en un sólo filme el origen de Superman y su lucha contra los renegados kriptonianos. Y aunque la de Snyder carece del humor de Superman I y II, también evita el ridículo campcamp obviando la temida kriptonita o prescindiendo de los sobrecalzoncillos del famoso traje blaugrana. Además destacan unos FX constantes pero imbricados con naturalidad, de los que disfrutarán plenamente sin necesidad del 3D (su nariz, sus ojos y su cartera agradecerán prescindir de las gafas).