“El silencio se produce o te lo producen. A veces, cuando te lo producen, el silencio puede ser más elocuente que las palabras ”. Con estas palabras, Feliu Ventura empieza el retrato de lo que fue su viaje a Uruguay, Argentina y Chile, entre febrero y marzo de 2012. Invitado con motivo de la bienal catalano-urugaiana impulsada por el festival Barnasants, el cantautor valenciano ha convertido lo que tenía que ser un documental sobre su gira en una reflexión sobre el peso de la música en la perdurabilidad de la memoria histórica. Ha tenido mucho que ver uno de los referentes más importantes para Feliu Ventura, Víctor Jara. El cantautor, poeta y activista chileno, asesinado por los militares, se convirtió en uno de los símbolos de la lucha en Chile y en todos los países latinoamericanos oprimidos. Bajo la misma mirada, Ventura canta a la tumba de Jara, visita Población Nogales, donde vivió de joven el cantautor chileno, y habla con la viuda. Joan Jara declara, con aceptación y optimismo, pero sin perder el espíritu luchador, que a Víctor Jara lo mataron “para poetizar la denuncia”. Música y poesía encarnan la rebelión de los pueblos. Quererlas ahogar es querer ahogar el ser humano.
Entrevistas, actuaciones en directo y visitas a espacios históricos y de memoria se combinan a lo largo del documental, que ha tenido mucho cuidado en la imagen, desde la cual la emoción y la vivencia atraviesan directamente la retina. En Santiago de Chile, la visita a una casa de detención y tortura, donde el sótano había quedado casi intacto desde entonces, fue una de las experiencias que hicieron cambiar la perspectiva del documental. Los gritos por las torturas que se perpetraron en La Discotheque –bautizada así porque los militares ponían la música muy alta cuando retenían a alguien– aún están enganchados en el óxido de las tuberías. E igual de terrible es el testimonio de Miguel Solowej, que fue torturado y encarcelado durante nueve meses “sólo por ser feliz y llevar el pelo largo; no militaba”.
El exilio como herida de guerra también es expresado con la emoción a flor de piel. En Montevideo, por ejemplo, Feliu Ventura es invitado a la Casa de los Valencianos y visita el Casal Catalán, herederos y testigos de los exiliados por culpa de la Guerra Civil y los años de dictadura franquista. En Chile, en una entrevista profundamente sentida, el pintor José Balmes se vuelve a sentir un niño desamparado cuando recuerda con lágrimas en los ojos su exilio con el barco Winnipeg, que el poeta Pablo Neruda, entonces cónsul de Chile en Francia, alquiló para salvar dos millares de republicanos españoles y catalanes exiliados. Era en septiembre de 1939. En Balmes, la impotencia le pesa más cuando se reconoce doblemente exiliado, también por la represión militar chilena, y termina declarando como quien levanta una bandera que “el arte es un arma de paz”.
El silencio de la música
Música y silencio, indisociables, toman un significado de reivindicación y recuerdo a las víctimas de las dictaduras. Las de aquí y las de allá. La música contra el silencio impuesto, pero también la música contra la pérdida de la memoria. En este sentido, no es en vano que “el último que olvida el ser humano cuando pierde la memoria son las canciones que sabe y recuerda”, afirma Feliu Ventura, que añade que “la música sirve a un bailarín para recordar la danza que debe bailar, y nuestra vida es una danza”, como lo es el tango, en el que “el movimiento de los círculos, en dirección contraria a las agujas del reloj, es una metáfora de la vida contra la muerte, contra el olvido”.
El documental La memoria de la música se puede ver hoy sábado, día 5, en el canal 33 a partir de las 21.30 horas (http://www.tv3.cat/3alacarta/#/directes/33).
“El silencio se produce o te lo producen. A veces, cuando te lo producen, el silencio puede ser más elocuente que las palabras ”. Con estas palabras, Feliu Ventura empieza el retrato de lo que fue su viaje a Uruguay, Argentina y Chile, entre febrero y marzo de 2012. Invitado con motivo de la bienal catalano-urugaiana impulsada por el festival Barnasants, el cantautor valenciano ha convertido lo que tenía que ser un documental sobre su gira en una reflexión sobre el peso de la música en la perdurabilidad de la memoria histórica. Ha tenido mucho que ver uno de los referentes más importantes para Feliu Ventura, Víctor Jara. El cantautor, poeta y activista chileno, asesinado por los militares, se convirtió en uno de los símbolos de la lucha en Chile y en todos los países latinoamericanos oprimidos. Bajo la misma mirada, Ventura canta a la tumba de Jara, visita Población Nogales, donde vivió de joven el cantautor chileno, y habla con la viuda. Joan Jara declara, con aceptación y optimismo, pero sin perder el espíritu luchador, que a Víctor Jara lo mataron “para poetizar la denuncia”. Música y poesía encarnan la rebelión de los pueblos. Quererlas ahogar es querer ahogar el ser humano.
Entrevistas, actuaciones en directo y visitas a espacios históricos y de memoria se combinan a lo largo del documental, que ha tenido mucho cuidado en la imagen, desde la cual la emoción y la vivencia atraviesan directamente la retina. En Santiago de Chile, la visita a una casa de detención y tortura, donde el sótano había quedado casi intacto desde entonces, fue una de las experiencias que hicieron cambiar la perspectiva del documental. Los gritos por las torturas que se perpetraron en La Discotheque –bautizada así porque los militares ponían la música muy alta cuando retenían a alguien– aún están enganchados en el óxido de las tuberías. E igual de terrible es el testimonio de Miguel Solowej, que fue torturado y encarcelado durante nueve meses “sólo por ser feliz y llevar el pelo largo; no militaba”.