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La obligada dieta de las neveras

Dicen los expertos que la esperanza de vida tiene que ver, entre otros factores, con aquello que comemos y con nuestros hábitos alimenticios. Y estos dos parámetros, a su vez, están relacionados con la capacidad económica que tenemos, aunque la proporción no sea siempre equivalente.

“Barcelona es una ciudad donde la distribución de la polarización es muy representativa”, asegura el economista Santiago Niño Becerra. “Entre unos barrios y otros puede haber hasta seis años de diferencia en la esperanza de vida y eso tiene que ver, aunque no sólo, con la alimentación y con la renta”, abunda.

El aumento constante del desempleo y la persistencia de la crisis no han hecho sino agravar las diferencias e incluso modificar patrones en barrios otrora mayoritariamente bienestantes. “La crisis tendrá un impacto en la salud y en esperanza de vida, que decrecerá en los próximos años”, asegura Niño Becerra.

“De entrada, ya vemos cómo el consumo de marca blanca se ha disparado y cómo se recuperan antiguas pautas, como la mayor frecuencia de compra, o cómo algunas marcas ya están distribuyendo por unidades, como sucedía en el pasado y es habitual en otros países”, añade el economista.

Estos cambios obligados por la nueva y acuciante situación económica se plasman en este recorrido por las neveras y las despensas de diversas familias de cuatro barrios de Barcelona: desde el más acomodado Sarrià-Sant Gervasi hasta la heterogénea Ciutat Vella, pasando por el popular Nou Barris y el desahogado Eixample. En cada uno de estos barrios, hemos elegido, de modo aleatorio, a tres familias con dos hijos viviendo en el hogar.

Las conclusiones, que sólo pretenden ser ilustrativas, son las que fotografiamos y relatamos a continuación.

Nou Barris

Nou Barris

En Nou Barris, los efectos de la crisis se dejan notar en las neveras. Es un barrio obrero, familiarizado con el paro. Y a sus vecinos no les queda más remedio que adecuar sus despensas a las nuevas circunstancias.

En la casa de Silvia Teller y de Miguel Díaz, el cinturón ha ido sumando agujeros a medida que las circunstancias laborales de la familia se han ido deteriorando. El paro sobrevenido de Miguel y una rebaja del 15% en el salario de Silvia, funcionaria interina, han obligado a la familia, que completan Iker y Laia, de nueve años, a hacer números y redefinir sus hábitos de compra. La nevera y la despensa se llevan ahora unos 550 euros mensuales, lo que supone la mitad del sueldo de Silvia y entre unos 150 y 200 euros menos de lo que la familia se gastaba antes en comida.

Con una hipoteca a sus espaldas y un gasto fijo de 226 euros mensuales en el comedor escolar de los niños, que cursan 4º de Primaria, a Silvia y a Miguel no les ha quedado más remedio que mudar ciertas costumbres para reducir la partida presupuestaria dedicada a alimentación. “Nunca nos ha dolido gastar en comida, que antes era lo que más dinero se llevaba, pero ahora estamos obligados a mirarlo más”, señala Silvia.

La fiambrera ha sustituido al menú de restaurante en los mediodías laborales, y la carne, que antes procedía de la carnicería, ahora viene de cadenas como el Área de Guisona cuyos precios son más económicos. “Además, para el resto de la compra –añade Silvia-, vamos a más sitios que antes, en función de dónde encontramos el mejor precio”. El pescado ya no siempre es fresco –el congelador está ahora más lleno­-, y la fruta y la verdura continúan obligándolos a salir de compra entre dos y tres veces por semana.

Con el marido también en paro, la situación es similar en la casa de Yolanda cuya familia destina entre 600 y 700 euros a comer. “Pero ahora busco productos más baratos y gasto unos 200 euros menos que antes”, asegura. “También voy más al día porque compro en diferentes sitios, buscando el mejor precio, y no todo en el súper, una vez al mes, como solía hacer”, añade.

Por el comedor de sus hijos (Alejandro, de 11 años, y Ahinoa, de 7), Yolanda paga, además, 214 euros. “Nuestra situación económica ha cambiado drásticamente, pero aún así, sigo comprando la verdura, la fruta, la carne y el embutido en el mercado; me ofrece más confianza. En contrapartida, ya no salimos a comer fuera los sábados y domingos, como hacíamos antes”, concluye Yolanda.

Sarrià-Sant Gervasi

Sarrià-Sant Gervasi

Considerada una de las zonas bienestantes de Barcelona, Sarrià-Sant Gervasi nos conduce por un abanico presupuestario muy diverso. Así, la media, unos 650 euros mensuales, resulta de los 800 euros que se gastan, por ejemplo, Mapi y Carlos cuyos hijos adolescentes imponen ya sus gustos y la compra de productos antes poco habituales (refrescos y bollería), combinados con los 350 euros que presupuestan David Fàbregues y Federica Biondi, la familia de la foto, pasando por los 700 que destinan Carlos y Conchita, con hijos ya en la veintena.

Con precisión de contable, aunque sea periodista, David Fàbregues anota cuántos euros destinan a cada tipo de producto que consumen: 80 euros para fruta y verdura, 50 en carne, 40 en pescado... Las circunstancias obligan. En esta casa, sólo entra el salario de Federica, consultora externa en contabilidad y finanzas de una empresa italiana, y la pensión mínima de David, que ya ha agotado el subsidio de paro que percibía hace unos meses. Entonces, el gasto en comida ascendía hasta los 400 euros, sin contar los 300 más que se dejan en el comedor escolar de Marc (10 años) y Tobia (7 años). “Ahora, la situación económica ha empeorado y hemos tenido que reducir un poco el presupuesto”, cuenta David.

Pese a ello, los hábitos de compra incluyen tiendas ecológicas cada uno o dos días y el mercado en la calle, una vez a la semana. A las tiendas de alimentación suelen ir una vez al mes y, al supermercado, una o dos por semana. Un día de carne y otro de pescado son obligatorios en la cena semanal y, el resto, se cubren con pasta y arroz.

En la casa de Carlos y Conchita, en cambio, todo el producto fresco, la carne roja, el pescado, la frutas, las verduras y las legumbres provienen del mercado. Y el pescado, con un 10 por ciento del presupuesto, unos 70 euros, es la partida que más se lleva. En la de Mapi y Carlos, con dos adolescentes en plena etapa de crecimiento, la compra semanal apenas llega al fin de semana y el gasto mayor se lo llevan la pasta, el arroz y las galletas.

Eixample

Eixample

Situado en el rango medio-alto de la escala económica de la ciudad, el Eixample no es por ello ajeno a los efectos de la crisis económica y laboral. Así, el presupuesto mensual para alimentación de las familias consultadas gira en torno a los 500 euros, si todas las comidas se hacen en casa. Pero se dispara hasta los 800 o 900 euros, si los niños se quedan a comer en el colegio o alguno de los padres se ve obligado a hacer alguna comida fuera del hogar.

Es el caso de Marina Curto, madre de Tatiana (15 años) y de Nicolay (13 años), la familia monoparental elegida para el reportaje fotográfico. Los tres comen fuera de casa, al mediodía, entre semana. Y eso supone unos 400 euros cada mes. Son ineludibles. Marina trabaja fuera de Barcelona ciudad. Y su sueldo, que no se ha visto afectado por la crisis económica, es el único que entra en casa.

De ahí, salen también los otros 400 euros que destina al resto de comidas. Una buena parte de esta partida se va en lácteos, embutidos y huevos. Otra, en carne, que es más habitual que el pescado –casi siempre congelado-, en su mesa. “Suelo comprar marcas blancas, de modo que todo es bastante económico”, apunta Marina, que los viernes delega la compra general en la canguro de sus hijos.

Su fórmula para ahorrar incluye también el modo de cocinar: “Se puede comer rápido, bien y barato utilizando la olla exprés”, asegura. “Ahora, hago más potajes que antes”.

En familias como la de Agustín e Isabel, cuyos hijos son veinteañeros, la clave del ahorro radica en aprovechar, casi a diario, las ofertas de los diferentes supermercados. “Puedo ahorrar hasta dos euros en la garrafa de agua de cinco litros”, asegura Agustín, responsable de administrar los 800 euros que percibe del subsidio del paro. De este modo, la familia puede permitirse acompañar de pescado la verdura –de huerto propio- que cenan casi cada noche.

Ciutat Vella

Variopinto, interclasista y diverso como ningún otro, el barrio de Ciutat Vella dificulta el trazo de una foto precisa. Los presupuestos en alimentación son tan variados como lo son el tipo de familias que lo habitan.

Entre las consultadas, la de Fina, apenas afectada por la sacudida económica –“Quizás, comamos un poco menos de pescado, pero ya está”-, la cuenta no baja de los 800 euros mensuales, sin contar el comedor escolar de sus gemelos de 11 años. La de Montse y Ramón, en el reportaje fotográfico, los números no superan los 300 euros al mes.

Con dos hijos adolescentes, Oriol (19 años) y Laia (16 años), esta familia se ajusta el cinturón al máximo para no estirar más el brazo que la manga. Ramón conserva su trabajo en un aparcamiento del barrio. Pero nunca se sabe.

Esos 300 euros les dan para comer mucha fruta y verdura, poco pescado -y casi siempre congelado-, y carne, la justa. Suelen comprar los jueves, en las tiendas del barrio, y procuran que se les queden sueltas las menos cosas posibles. “Es la manera de cuadrar números”, asegura Montse.

Los 800 euros de Fina, en cambio, le permiten seguir comprando el pescado, la carne y el pollo en el mercado. La fruta y la verdura, en los payeses. Y el pan, como antiguamente, en la panadería. Es más caro, pero más sabroso y mejor.

“El siguiente paso que deberíamos ver es el de coordinar las compras entre dos o tres personas”, apunta Niño Becerra. “Aún no se ha dado y no sé si se dará porque el español medio es muy individualista. Pero sería bueno”, concluye el economista.

Dicen los expertos que la esperanza de vida tiene que ver, entre otros factores, con aquello que comemos y con nuestros hábitos alimenticios. Y estos dos parámetros, a su vez, están relacionados con la capacidad económica que tenemos, aunque la proporción no sea siempre equivalente.

“Barcelona es una ciudad donde la distribución de la polarización es muy representativa”, asegura el economista Santiago Niño Becerra. “Entre unos barrios y otros puede haber hasta seis años de diferencia en la esperanza de vida y eso tiene que ver, aunque no sólo, con la alimentación y con la renta”, abunda.