El comercio más renombrado de esta manzana de la calle Padilla, entre las calles Mallorca y Provença, es Tot Ibèric, una tienda de jamones. Y en segundo lugar, ya viene la librería Tòmiris. La vida es así, y los lectores que hemos crecido con las historietas de Pepe Gotera y Otilio sabemos que todo es mejor con un bocadillo de jamón entre las manos.
Hace ya seis años que Elena González Matas abrió esta librería. Su propia librería. Entonces, tenía 47 años, dos hijos pequeños (no demasiado), llevaba décadas trabajando para otros en el mundo de los libros, y a su librería le puso el nombre de una reina guerrera de tierras lejanas. La inauguró un mes de abril. En Catalunya, abril es el más bello los meses. Esto es porque hay un día, el 23, en que todas las ciudades, y no digamos Barcelona, se llenan de libros a más no poder. Sin embargo, en el poema La tierra baldía, dijo T.S. Eliot que abril es el mes más cruel. Siempre pasa lo mismo. Uno sueña con libros, y la realidad le pone en su sitio a jamonazos para que no se haga ilusiones. O peor aún, para que se haga otras ilusiones. Sobre el poder de las ilusiones, quien más escribió fue Balzac.
Barcelona se está convirtiendo, a pasos agigantados, en una ciudad de grandes ilusiones cimentadas sobre pequeñas librerías que, desde hace unos años, proliferan sin cesar. Cada librera (son mayoría las mujeres) y cada librero traen su propuesta personal y aportan su idea precisa e insobornable de lo que merece la pena leerse, de los libros que hay que defender, aunque nadie hable de ellos en los grandes foros. Estas librerías rebosan actividades, presentaciones, charlas, talleres, fiestas... También coinciden en la voluntad de convertir la librería en un motor del barrio. En la convicción de que entrar a comprar un libro no puede reducirse a un mero intercambio de dinero por un título de interés, sino que debe proyectarse como una forma clara de pertenecer al vecindario y de forjar un grupo de amigos. De este modo es como la cultura y el conocimiento dejan de ser exclusivamente un esfuerzo individual.
A la entrada de la librería Tòmiris hay, sobre el escaparate, un rótulo de madera, con un arco y una flecha como emblemas. Al fondo de la tienda, se abre un patio con macetas, una mesita y sillas de tijera. La luz gris y fresca del patio le hace creer a uno que está en una casita de verano, en vez de en una librería. Una casa acogedora y llena de libros. Antiguamente, el local pertenecía a unas señoras que tenían una tienda de dietética, y en la parte del fondo daban clases de yoga. Lo del yoga se acabó, y dedicaron toda esa zona a almacén. Al final, cerró la tienda y permaneció unos años sin actividad y así se convirtió todo en un almacén vacío, hasta que Elena se fijó en el sitio, y comprendió que había llegado su momento.
La acera de enfrente está ocupada toda por el mercado municipal de Sagrada Familia y por la biblioteca central del distrito de l'Eixample, de cuatro plantas de altura. Mercado y biblioteca juntos. Comercio y cultura. El viejo espíritu de Barcelona. Elena está muy contenta de tener tan cerca el mercado, porque compra allí la fruta (y también la frutera le compra a ella los libros). Y, por otra parte, le gusta mandar a sus clientes a la biblioteca para que se ahorren dinero. Básicamente, se escuchan dos tipos de música cuando se entra en la librería. Si la ha puesto Elena, todo tiene un aire más folk o, también, más de cantautor. Pero si la pone David Salvador, su socio, la cosa se vuelve más garajera. A veces, David lleva una camiseta de MC5, la banda de Detroit que radicalizó el rock en los años de la contracultura. David tocó el bajo en bandas subversivas, por ejemplo, una fue RadioError. Cuando no está ayudando en la librería, está trabajando en el diario Mundo Deportivo, en los departamentos de producción y cierre.
En Tòmiris, siempre hay clientes conversando con los libreros de lecturas, de novedades, de asuntos del barrio y de las atrocidades que ocurren en el mundo (es decir, de Trump y de Milei). Este es uno de esos sitios a los que se va mucho a saludar, pues todo el mundo sabe que los libros son muy saludables. Elena también opina que los libros son muy bonitos.
Elena, ¿qué es el ser?
Eso me gustaría saber, qué es el ser. Por eso me gusta leer.
Pero tú estudiaste filosofía.
No acabé la carrera.
¿Por qué la elegiste?
Porque me interesan muchas cosas, y entiendo que la filosofía es la base de absolutamente todo.
¿Dónde la dejaste?
En tercero. No podía con tanto. Ya trabajaba. Aparte de que, cuando eres joven, tienes la mente en otros sitios. Hoy me arrepiento. Ahora me pondría a estudiar de todo, filosofía, biología, antropología...
Cosas prácticas.
Tengo hijos que estudian, y ya voy mirando un poco las salidas que ofrecen las carreras. Quizá, hay algunas que no las haría; pero en la mayoría me encantaría matricularme. Aunque entiendo que esto no vaya a pasar. Además, creo que tampoco tengo ahora la capacidad mental como para eso. Me estoy haciendo mayor.
¿De qué trabajabas cuando estudiabas?
Al principio, estuve ayudando a un arquitecto. Le pasaba los presupuestos a máquina y con eso me sacaba un dinerito para el fin de semana. Luego, trabajé con mi padre, que tenía una empresa de congelados en Mercabarna.
¿Qué tipo de congelados?
Vendían marisco, verduras congeladas... Era una nave de Mercabarna de producto congelado.
¿Ahí qué hacías?
De administrativa, facturación... Tenía que llamar a los clientes para cobrar facturas. Hacía todo eso porque me tocaba. Pero me costaba muchísimo trabajar con mi padre y con mi hermana. Éramos muy diferentes.
¿En qué?
Bueno, teníamos caracteres incompatibles, yo quería vivir de otra manera. Quería ser hippie. Soñaba con tener una furgoneta e ir por los mercados, arriba y abajo. Ser feriante. También me hubiera encantado cuidar caballos.
¿Eras lectora entonces?
Ya era lectora. Y mi madre era muy lectora.
¿Te aficionó ella?
Sí, sí, fue mi madre quien me enganchó a la lectura.
¿Cómo fue?
Como casi todas las mujeres de aquella época, mi madre no trabajaba y era de Círculo de Lectores. Tenía tiempo para leer. O sacaba tiempo para ello. Cada dos semanas, venía un vendedor de Círculo con un montón de libros y con la revista. Yo miraba la revista y decía: ¡Ah, pues esto igual está bien! Mi madre nunca tuvo un no para un libro.
¿Mirabais juntas la revista?
¡Sí! Era muy entretenido. Cuando veías los títulos y las portadas, se convertía en un momento emocionante. Y eso que aquellas revistas eran bastante cutres comparado con lo que se haría ahora.
Soñaba con tener una furgoneta e ir por los mercados, arriba y abajo. Ser feriante
¿Hubo algún libro entonces que te influyera especialmente?
Me acuerdo de empezar a leer Stephen King gracias a mi madre. Yo era muy joven. Y me encantaba leerlo. Pero el libro que más recuerdo, que de verdad viví como un cambio de chip, fue El retorno de los brujos.
Madre mía, Louis Pauwles y Jacques Bergier. ¡A mí también me marcó El retorno de los brujos! Tiene una historia flipante para mí. Me lo descubrió un tipo misterioso, en un bar, en el barrio gótico. Era un hombre sudoroso y sin afeitar. Un tío solitario que bebía cerveza en una mesa. Iba con un traje desgastado. No sé por qué, pero me senté con él. Y empezamos hablar y me habló de ese libro de una manera que me dejó fascinado. Con mucho conocimiento de lo que decía. Una mezcla de pasión e ironía. También me habló de René Guénon y de Fulcanelli, que entonces no los conocía. Me los descubrió él. Cuando se fue, me dio su teléfono y quedamos para el día siguiente en el bar, con el propósito de seguir hablando de libros. Me presenté y no apareció. Probé al otro día, y tampoco. Así que llamé al número que me había dado. Cogió el teléfono una mujer que parecía anciana. Me dijo que era su madre y que hacía mucho que no le veía. Nunca más volví a verle.
Es un libro mágico. A mí me lo descubrió mi madre cuando yo no tenía ni 18 años. Lo compró porque era muy ecléctica, y esos temas le interesaban. Lo mencionó en alguna sobremesa y entonces le dije: ¡Yo quiero leerlo! Y la verdad es que me abrió una puerta a otra manera de ver las cosas. Seguramente, ahora lo leería y diría qué horror. Porque, cuando recuperas un libro pasados los años, muchas veces no se repite lo que sentías.
¡Cómo qué horror! ¡Esas puertas están todavía ahí!
A lo mejor, es cierto. Me fascinan esas puertas. Recuerdo que también leí Las puertas de la percepción, de Aldous Huxley.
¿Y después de El retorno de los brujos, seguiste leyendo a Pauwles y a Bergier?
No los conocía. No me quedé con los nombres. Entonces, no era muy consciente de quiénes eran los autores del libro. Luego vi que se habían publicado más cosas de ellos por separado, pero yo no los seguí. Nunca he sido muy de seguir autores. He preferido ir picoteando.
De todas maneras, esto no significa que tengas una mentalidad esotérica, ni que creas en el pensamiento mágico...
No, qué va. No creo en nada de eso. Realmente, no sé en qué creo. Por un lado, me parece que necesitamos tener un pensamiento mágico, que la magia le da sentido a la vida. Pero creo más en la imaginación. En que hay cosas que, si somos capaces de imaginarlas, es que pueden existir mágicamente. Creo que la magia existe. Pero no tengo fe.
Es todo una contradicción.
Yo vivo mucho en la contradicción.
¿Qué otros libros te influyeron?
Hubo uno fundamental y anterior a todo esto. Un corazón débil, un relato de Dostoievski que me impactó para siempre. Lo leí a los 13 años. Pero no recuerdo nada en concreto. Sólo que ese cuento me conmovió. Tanto que, cuando Godall lo editó en catalán hace unos años, no me atreví a volver a leerlo. Me daba miedo perder aquella sensación. Y, claro, me influyó muchísimo La metamorfosis, de Kafka, que la compramos en una edición ilustrada, de Círculo. Y esto te va a sorprender, me gusta mucho Cela. Si tuviera que decirte solo una obra suya, te diría La colmena o, quizá, Pascual Duarte.
¿Cómo convertiste el amor a los libros en tu trabajo?
Todo empezó después de trabajar con mi padre. Cuando dejé los congelados, estuve haciendo un poco de todo. Pero mi padre tenía muchos hermanos, y dos de mis tías empezaron a trabajar en el mundo editorial. Entonces les dije aquello de: ¡Ay!, si te enteras de algo... Y así fue cómo me llamaron para hacer un inventario.
¿Dónde?
Me llevó una de mis tías a Edicions La Magrana. Fue en la época de Carles Jordi Guardiola. Y allí estuve un tiempo colaborando ocasionalmente.
¿Lo trataste? Es uno de los más prestigiosos editores en lengua catalana.
No tuve mucha relación directa con él. Yo era muy joven y él ya era un señor. Me imponía. Recuerdo sobre todo el buen rollo que había en el equipo.
La personalidad de tu librería es tu propia personalidad
¿Conociste a algún autor de la casa?
¡A Jesús Moncada! Era el primer escritor importante al que conocía, y fue una maravilla. Fue en una feria del libro. Antiguamente, se celebraba en paseo de Gràcia, pero ya no se hace esa feria. Un año que estuve trabajando allí, en la caseta de La Magrana, vino Jesús Moncada a firmar.
¿Ya habías leído Camí de sirga?
No. Lo leí en aquel momento. No sabes cómo que impactó su humanidad. Creo que Jesús Moncada es el escritor que más huella me ha dejado personalmente. Era un hombre muy querido, y un autor muy respetado. Y aun así no se trataba de alguien con ego. Para nada. Como los dos vivíamos en el barrio de Gràcia, seguimos hablando. Más tarde, conocí a otros autores, y empecé a caer de la parra; porque, a veces, conocer a un escritor es decepcionante.
Con los autores pasa como con las películas, casi siempre es mejor el libro.
Es que conocerlos es perder la magia. Una puede querer conocer a un autor o puede admirar mucho a un editor, y en el momento en que se lo encuentra se cae todo. Pero esto no significa que no tengas que mantenerte en la objetividad de decir, bueno, personalmente me cae fatal, pero sigue siendo muy bueno en lo suyo.
Elena, ¿crees que la vida de un artista impugna o justifica su obra?
Es todo muy contradictorio. Todos tenemos cosas buenas y cosas malas. A un artista prefiero valorarlo por su obra. No por su vida, ni por su carácter. Hay que poner límites a lo que es personal y distanciarlo de la obra. Pero es difícil hacerlo.
¿La política de la cancelación qué te parece?
Me parece mal. Si, por ejemplo, ahora me dices que uno de mis autores vivos preferidos es un violador o es un asesino, voy a tener muchas dudas para seguir leyéndolo. Creo que el límite está ahí, en el mal, pero si son cosas cuestionables, quizá no sean tan decisivas. Yo no entiendo, por ejemplo, este acoso y derribo que se hace ahora contra Picasso. Lo puedo entender; pero lo entiendo porque lo vemos desde el año 2024, pero en 1973 las cosas no se veían así. Y Picasso continúa siendo uno de los mayores artistas que ha dado el mundo. Creo que hay que valorar su obra y no su vida. Nadie está libre de culpa. Nadie tiene una vida impoluta. No lo veo justo.
Seguimos en la contradicción.
Lo malo de la contradicción es que no te lleva a una respuesta.
En un artista, hay que poner límites a lo que es personal y distanciarlo de la obra
¿Cuál fue tu primer trabajo estable con los libros?
La época que estuve en el aeropuerto, en la terminal B. En el kiosco librería. Era una concesión de Prodesa, que están especializados en kioscos y librerías de estaciones de tren, centros comerciales...
¿Qué aprendiste allí?
El aeropuerto es una experiencia muy bestia, porque tiene muchísimo volumen de trabajo y de gestión. Y cuando has estado con periódicos y revistas, adquieres una capacidad de trabajo considerable. Aprendes a gestionar el stock de manera muy rápida. Piensa que los periódicos los tienes que gestionar día a día; las revistas tienes que gestionarlas semanal o mensualmente. Otras son quincenales. Tener todo ese control es muy importante para llevar una librería. Y al mismo tiempo, siempre estaba al corriente de las novedades editoriales.
¿Te atraían las novedades?
Sí, pero todavía no tenía formado mi criterio. Es algo que sucede poco a poco. Entonces ya sabía que me gustaba más el ensayo que la novela. Pero, aun así, me lo pasaba muy bien leyendo algunas novelas. Era la época en que empezaba a imponerse el fenómeno best seller y, claro, me encontraba con libros que a lo mejor no me interesaban tanto.
¿Cuándo te diste cuenta de que se había formado tu gusto como lectora?
Cuando fui a trabajar a la Fnac, de l'Illa. Ahí me definí muchísimo. Me centré en el ensayo y en la poesía.
¿Para trabajar en una librería, había que pasar algún tipo de selección cultural?
A mí, fue la experiencia en la librería del aeropuerto lo que me abrió la puerta de la Fnac, porque allí también estuve llevando el kiosco. Y los libros. Hacía un poco las dos cosas. Tenía experiencia de gestión.
¿Ya sentías que serías librera?
Me gustaba mucho estar con el papel. Pero lo de librera propietaria vino más tarde.
¿Mientras tanto, qué paso?
Un día me enteré de que querían instalar una gran librería en Barcelona. Llamé y me contrataron. Era La Casa del Libro, que iba a abrir una tienda en pleno paseo de Gràcia.
¿Te hacía ilusión trabajar en un sitio tan grande?
Sí, sí. Fue una etapa muy bonita, porque ahí aprendí muchísimo.
¿Cuánto tiempo estuviste?
Dieciocho años.
¿Cómo empezó todo eso?
Antes de que se inaugurase la librería, empezamos a prepararlo todo en lo que era la librería Austral, en la calle Roger de Llúria, que estaba especializada en Derecho. La librería no era muy grande, pero abajo tenían unos sótanos inmensos, y allí trabajábamos preparando el fondo de La Casa del Libro, haciendo los pedidos, documentando minuciosamente los libros, porque entonces todavía se hacía todo a mano. Muchos aprendimos allí a documentar.
¿En qué consiste documentar?
Es dar de alta un libro, decidir en qué sección va a ir, indicar las páginas que tiene, describir la encuadernación... Todo eso.
Y un puñado de jóvenes libreras y libreros fuisteis los encargados de formar ese fondo.
Sí. Fue en aquel sótano donde se gestó La Casa del Libro. De hecho, mientras trabajábamos en el sótano, el local de paseo de Gràcia aún estaba en obras.
¿Cómo lo creasteis?
Pues mirábamos catálogos y decíamos: quiero esto, quiero esto también... Había un fondo previo, que ya estaba dado de alta, porque venía desde la Casa del Libro de Madrid, de Gran Vía; pero había otro fondo que teníamos que crear desde aquí, sobre todo el fondo en catalán.
¿De qué sección te encargaste?
De Humanidades. Entonces ya había empezado a estudiar filosofía. Fue una época muy bonita; porque piensa que eso se abrió con un presupuesto inmenso. Podía pedir todo lo que quisiera.
Barra libre.
Era como pedir en el catálogo de Círculo a lo bestia. Era lo quiero todo, todo lo que me interesa puedo pedirlo. Era sensacional. Aquella tienda se abrió con más de 250.000 libros. Nadie nos puso ni límites, ni ningún tipo de censura. Podía pedir todos los libros que quisiera.
Al pasear entre aquellas estanterías, ¿te sentías como en tu propia biblioteca?
Exacto. Los habíamos escogido nosotros. Y también los habíamos colocado uno a uno. Cuando llegaban los libros que habíamos pedido, los dejábamos en un palé, que luego teníamos que llevar a la librería, en paseo de Gràcia. Llegamos a llevar los palés a pie, arrastrándolos por la acera, por toda la calle. Teníamos camiones, evidentemente, pero para hacer las cosas más rápidas llevábamos los palés andando desde Roger de Llúria. Nos reíamos muchísimo. Y luego, todos esos libros tenías que ponerlos en sus correspondientes estanterías. Había que darle forma a todo aquello y ordenarlo de algún modo.
¿Para elegir los libros os asesoraban expertos?
Todo era muy personal. A mí me ayudó mucho el padre de un amigo, que era psicoanalista lacaniano, y yo no tenía ni idea de Psicología. El hombre me traía manuales a mi casa para que adquiriera unas nociones elementales de Psicología, y así ver cómo iba a organizar aquella sección. Antes de la inauguración, lo llamé para enseñarle cómo había quedado la sección de Psicología y que me dijera qué cambios había que hacer para tener una sección un poco decente.
Fuiste muy libre.
Pero es que mi jefa, la directora general de la cadena de librerías, Charo, era una tía que sabía muy bien cómo crear una gran librería y confiaba mucho en nosotros. De modo que nos dejaba mucha libertad para montar la secciones. Transmitía su amor por los libros. La verdad es que tuve mucha suerte.
Nunca lo hubiera dicho de un grupo comercial tan poderoso.
Sí, sí. Al principio, La Casa del Libro fue una muy buena librería. Además, había una cosa que a mí me gustaba mucho, y es que aquella jefa nuestra era una mujer que había empezado como librera en Gran Vía, en Madrid. Había sido una simple librera como nosotras. Seguramente, nuestros criterios literarios eran muy distintos, pero ella sabía perfectamente cuál es el trabajo de un librero, y lo respetaba.
Quería tener una librería de barrio para no tratar el libro como un mero producto
¿Cuál es el trabajo de un librero?
Consiste en tener cariño por lo que estás tocando. Y en leer siempre. Y, también, en intentar conocer a la persona a la que estás mirando, pues tienes que recomendarle un libro. Para un librero, tan necesario como conocer los libros, es conocer a las personas. Y por supuesto, tienes que estar informada permanentemente.
¿Te informas mediante los suplementos literarios?
En absoluto. Me informo sobre todo por los distribuidores. Evidentemente, sí que miro los suplementos; pero, en general, las críticas que traen son más recomendaciones personales del periodista, que otra cosa. Prefiero fiarme de mi sentido. La crítica que se publica hoy día produce mucha desconfianza.
Ser librero resulta muy creativo.
Depende, por momentos creo que, actualmente, hay sitios donde ya no es tan creativo.
Pero también se están abriendo en Barcelona un montón de pequeñas librerías. Se respira esa creatividad en todas.
Sí, sí. Y todas esas pequeñas librerías son diferentes, ninguna se parece a otra. En nada, ni siquiera en el fondo que ofrecen. Esto es porque la pequeña librería te permite hacer una selección de lo que a ti te gusta. Darle un estilo. Por suerte, tenemos muchos libros en el mercado, con lo cual tú puedes formar la personalidad de tu librería, que al final es tu propia personalidad. Es como cuando vas a casa de alguien y quieres conocerle mejor. Lo primero que hago es mirar su biblioteca.
¿Qué tenéis en común todas estas pequeñas librerías, además de no pareceros?
Hay un perfil que se repite. Las ha montado un librero que sale rebotado de trabajar en librerías. No le ha gustado lo que ha visto, le desagrada la experiencia que ha vivido, pero no quiere renunciar a su vocación de librero y está dispuesto a hacerlo a su manera.
¿En el caso de tu librería, Tòmiris, se mantiene esa idea inicial?
Claro que sí. Creo que acerté con mi idea. Cuando abrí, tenía las ideas muy claras. Pero también sabía que mi propuesta podía fallar. Tal vez, si hubiera tenido una línea más literaria, con más ficción y menos ensayo, facturaría más, es cierto. En cualquier caso, la selección que hice de novela y la selección que hice de ensayo a la gente del barrio le ha gustado.
Siempre que vengo a tu librería, hay niños con sus padres.
Los niños leen mucho hasta cierta edad. Después, hay una época en que dejan de leer, y a partir de ahí ellos ya tienen la libertad de volver a leer. Te puedes encontrar con gente joven que te dice: es que necesito conocer, necesito leer, dame algo, porque hace años que no leo.
¿Cómo orientas a esa persona?
Preguntándole qué estudia, qué le gustaba en su época de lector, qué le interesa ahora... Y al final, siempre le digo: si me equivoco, por favor, vuelve, devuélveme el libro y buscamos otro.
¿Se suele equivocar uno al aconsejar?
La parte prescriptiva es muy arriesgada. Por supuesto que te puedes equivocar. Otras veces, aciertas a la primera. A veces, ha entrado una persona y solo mirándole a los ojos he sabido qué libro me iba a pedir. Suena muy raro, pero me ha pasado. No me preguntes por qué. Hay mucha intuición, pero también hay mucho rodaje. Son muchos años vendiendo libros y hablando con la gente.
¿Cuál es la recompensa de acertar?
Que vuelve el cliente. No sólo es la gente del barrio. Es gente que, a lo mejor viene de más lejos; pero, cuando vienen a Barcelona y tienen que ir a una librería, vuelven a la tuya porque hasta ahora les has acertado el gusto.
La imagen de la librería la creas con los libros que tienes
Estás muy cerca de la Sagrada Familia, ¿tienes una librería céntrica o una librería de barrio?
La Sagrada Familia puede ser una frontera, y yo estoy fuera de esa frontera. Por poco, pero esta es ya una zona un poco olvidada. Esta es una librería de barrio.
Desde que abriste hace seis años, ¿se ha gentrificado el barrio?
Sí que se gentrifica. La gente se está yendo por culpa de los alquileres. Hay muchos vecinos que me han dicho que seguramente tendrán que irse.
¿A ti también te suben alquiler?
El alquiler que pago ya es muy alto, con lo cual, si me lo suben, no voy a poder soportarlo. Creo que ya estoy en el límite. Pero, bueno, la última firma la hice este año para otros siete años. Tengo todo ese tiempo por delante. Si hay más subidas, no voy a poder asumirlo, De hecho, ya me cuesta mucho ahora.
¿Cuántos libros hay que vender cada día?
Aquí, lo ideal sería vender más de treinta libros diarios de lunes a domingo. Y luego está el gran día de ventas, que es Sant Jordi. Nosotros podemos vender más de novecientos libros solo en ese día. Y eso que es una librería de barrio.
¿Es lo que tú querías montar?
Totalmente. Yo quería tener una librería de barrio. Lo vi claro en La Casa del Libro. Allí aprendí muchas cosas buenas, pero aprendí muchísimo de lo malo.
¿Qué es lo malo?
Trabajar solo con números. Tratar el libro como un mero producto. Fue lo que sucedió al final. Mientras montábamos la librería, no pasaba. Yo siempre digo que empezamos como libreros y acabamos como números.
¿Cómo se convierte un libro en número?
Pues se convierte en número cuando el librero empieza a pactar los espacios con las editoriales. Mira, yo tengo en esta mesa los libros que a mí me da la gana. Puede ser productiva, o no, porque esos libros se pueden vender o no. Pero imagina que ahora viene una editorial y me dice: si pones ahí mis libros, te voy a pagar equis dinero por darme visibilidad. También se convierte en un número cuando tú tienes un buen libro y la editorial te dice que ese libro lleva tantos meses en la estantería y no se ha vendido y, como no hay rotación, se lo tienes que devolver. Cuando tú sabes que ese libro merece estar ahí el tiempo que haga falta. Aunque lleve un año o dos en la estantería. Porque al final acabarás vendiéndolo, ya que el libro es bueno.
Y le da prestigio a la librería.
La imagen de la librería la creas con los libros que tienes. Y un día, vendrá alguien que sabrá valorar ese libro tan bueno que no se vendía. No necesariamente tendrás que venderlo tú, sino que vendrá una persona lo verá, lo apreciará y lo comprará.
¿En Tòmiris han intentado comprarte una mesa?
No, no. Eso pasa en las grandes librerías. La facturación de esta librería es ridícula para dar lugar a eso.
¿Abriste tu propia librería para librarte de todo eso?
Empezaron a hacer cambios en el Grupo Planeta, en el departamento financiero, y esto se reflejó en la cadena de librerías. Entonces, empecé a ver que eso a mí no me gustaba, pero que quería seguir siendo librera.
Una vez me dijiste que, aunque te tocaran millones en la lotería, seguirías siendo librera.
Es que es muy divertido. O sea, tener una librería es muy duro. Ahora mismo, por ejemplo, tengo un problema. No tengo dinero, no tengo liquidez, pero también sé que llegará Navidad, y esto se solucionará. Pero es muy duro.
¿También es duro compaginarlo con la vida familiar?
Por suerte, mis hijos ya son mayores, y eso está como más superado. Pero si hubieran sido pequeños, seguramente no hubiese podido. Es un trabajo duro. Requiere mucha dedicación. No solo de horarios de ventas. También de gestión, y de poner y quitar libros. Las estanterías no son flexibles. En ellas, cabe lo que cabe. Con lo cual, tienes que estar jugando al Tetris todo el día.
¿En el ordenador?
¡No, hombre, no! Quiero decir que estás todo el rato buscando un hueco para poner un libro, y cuando ya no encuentras ese hueco tienes que plantearte quitar otros.
¿Te da pena devolverlos?
Depende de qué, no me cuesta absolutamente nada hacer devoluciones. Pero depende de qué, me duele.
¿Hay libros que no quisieras tener?
Más bien hay libros que aquí no entran. Según qué autores, tipo Jiménez Losantos, todo este tipo de cosas yo no las tengo.
Eso es censurar, Elena.
No, porque si un cliente me lo pide, yo se lo voy a traer, por supuesto.
¿Cómo supiste que había llegado el momento de abrir tu librería?
Creo que todo se debe a que siempre he sido un poco rebelde.
¿Contra quién te rebelaste?
Cuando la dirección me quiso cortar las alas. Me rebelé contra esa manera de trabajar.
¿Hasta dónde querías llegar?
Bueno, si yo estaba en Humanidades, y apostaba por un libro, pues entraba en el sistema y compraba el libro. Pero, de repente, empezaron a decirme: tú ya no puedes comprar los libros. O también me decían: este libro lleva aquí desde tal época, tienes que devolverlo. Pero yo no lo devolvía porque continuaba pensando que era importante que estuviera.
En las grandes librerías, los empleados ibais con un chaleco. ¿Te sentías cómoda?
Me molestaba. Pero lo contrarrestaba llevando una ropa vieja. Me gusta ir siempre rota. Así que iba con ropa vieja y rota. No me decían nada. Iba con los pantalones totalmente rotos y el chaleco.
Las pequeñas distribuidoras nos ayudan a los libreros igual que los libreros ayudamos al lector
¿Has vuelto a pasar por esos sitios?
Pero sin entrar. La última vez que pasé por delante de paseo de Gràcia, vi cómo estaba el escaparate, bueno, la parte de dentro, las primeras estanterías, y suspiré de alivio por haberme ido. Todo eran libros de cara, lo que llaman facing. Entró muy a saco el marketing en las tiendas, en el sector, con esa palabra que odio, que se llama retail.
Creo que significa minorista en inglés, al por menor... Bueno, en todos los idiomas quiere decir lo mismo: algo pequeño. Cuando mi madre cosía, tenía un canasto lleno de retales.
Pues, con esa jerga, empezaron a llegar personas para dirigir la cadena de librerías, que venían del Alcampo, del Decathlon, del C&A, es decir, que no habían estado con libros. Ni tan solo eran lectores. No tenían ningún cariño hacia los libros que teníamos en las manos. Sostenían que hay unas reglas fundamentales que lo mismo sirven para vender bragas como para vender libros.
Y fue entonces cuando te piraste.
Sí, lo dejé, y me apunté a un curso de formación en Barcelona Activa, que es una agencia de desarrollo del Ayuntamiento. Pero, en realidad, montar la librería era algo que tenía muy meditado desde hacía tiempo. Hacía ya años que tenía un Excel con un plan de empresa para abrir mi librería.
¿Qué tipo de formación buscabas?
Para montar la librería, me lo tenía que plantear como empresaria, no solo como librera. Así que necesitaba formación para abrir un comercio y no ir tan perdida. De libros, sí que sé; pero no tengo ni idea de nada más. Entonces, me apunté al proyecto para tienda de barrio. Se llamaba comercio de proximidad.
Y te libraste del marketing.
No, no. También te hablaban de marketing, eran gente de comercio, pero con otros puntos de vista. Sí que te decían cómo tienes que poner las cosas para crear puntos calientes.
¿Cómo se crea un punto caliente en una librería?
Con novedades. Se parte de que el punto caliente es la novedad que más se va a vender.
¿Eso lo has subvertido o has acabado aplicándolo?
Eso lo he antiaplicado. Porque, como tengo ese punto rebelde, me dije: pues a mí no me da la gana hacer las cosas como piensan que tengo que hacerlas, y voy a hacerlas como yo quiera. Entonces, la novedad que veo que se va a vender más, como ya sé que va a venderse, la coloco más abajo, y arriba pongo los libros que me hace ilusión que descubra el lector.
¿Cómo descubriste este local?
Pasaba por aquí cada día, porque mis hijos todavía iban al Ramon Llull y hacíamos este camino. Siempre veía el local en alquiler, pero luego no podía encontrarlo por Internet. Hasta que un día pude entrar a preguntar y, cuando vi el sitio por dentro, me dije: ¡ya está!
¿Fue el patio lo que te convenció?
Un patio siempre da mucho encanto. Pero, sobre todo, me atrajo la luz, que entrara luz natural. A mí me gustan las librerías con luz, no las librerías oscuras. Cuando visité el local y abrieron las ventanas, dije: ¡guau, esto es muy bonito!
¿Pediste un préstamo?
No, porque, como en La Casa del Libro me porté mal, me dieron el dinero que necesitaba. Vamos, me indemnizaron. Yo no fui la única rebelde. Pero tuve la suerte de que me indemnizaron. A otras personas, las desterraron. Las enviaron a trabajar a tiendas en La Maquinista, en Cornellà...
¿Qué hiciste para que te despidieran?
Le dije al director general lo que pensaba.
¿De él o de la tienda?
Solo le dije que una librería no había que tratarla así, que había que tratarla con un poco de cariño. Y que a las personas también había que tratarlas un poco más de cariño.
¿Te sentías maltratada?
Te cuento una historia. Había una chica con la que yo no me llevaba bien. Entonces, por la baja de la directora de la tienda de paseo de Gràcia, esta chica pasó a ocupar su puesto. Yo no me llevaba bien con ella, pero ella no era una mala profesional. Una cosa no tiene que ver con la otra. Las dos éramos lo suficientemente inteligentes para saber que, a lo mejor, personalmente no congeniábamos, pero profesionalmente teníamos que entendernos. Pero, de repente, el director general cogió y la destituyó de su cargo porque le dio la gana. Y ese día me vino con una sonrisa de oreja a oreja y me dijo: estarás contenta, que me he cargado a esta chica. Ahí me encendí y le dije absolutamente de todo. Y con la indemnización, monté esta librería.
Quedarme leyendo un domingo por la tarde es casi un acto religioso
¿Con cuántos libros empezaste?
Pues igual con cinco mil y pico.
¿Eso es poco o normal?
Cinco mil era poco. Lo que pasa es que tuve una ventaja, y es que, como había estado trabajando muchos años en una librería que me dio visibilidad, las distribuidoras me conocían, sabían quién era, y me ofrecieron muchas facilidades. Es muy diferente tener que empezar desde cero. Hay gente que, a lo mejor, sale del posgrado de librerías, pero todavía no ha trabajado en ninguna, y no está dentro del sector, de modo que se encuentran con muchísimas más dificultades que yo a la hora de abrir su librería.
Creía que las distribuidoras eran las malas de la película.
No, eso depende. En mi caso, la mayoría son amigas. Quizá los editores no piensen así. Pero, con las que yo trabajo, estoy muy contenta. Lo que sucede es que no trabajo con todas, porque hay un sector de distribución con el que no quiero trabajar, y punto.
¿Te pierdes algún tipo de libro a causa de esta decisión?
Quizá me puedo perder algo, pero no es relevante.
¿Cuál es la razón para no trabajar con esas distribuidoras?
Pues porque son grandes grupos que se comen todo lo pequeño y lo no tan pequeño. Yo valoro mucho, en el trato con la distribuidora, disponer de contacto directo con tu comercial. Si tienes un problema, o si preparas una presentación, un evento, o se te presenta un caso especial, puedes acudir a ellos y te atienden. Tienes una relación fluida, aunque solo te vengan a ver de cuando en cuando. Muchas veces, vienen para proponerte algo que creen que te cuadra, porque conocen tu estilo, tu gusto. Ayudan a los libreros en el mismo sentido en que los libreros ayudamos al lector.
¿Las que no ayudan así cómo trabajan?
Te viene un gran grupo y lo que quiere es que le pidas todo a ellos para cumplir unos mínimos y, a cambio, servirte los libros en un solo día o dos. Ofrecen esa inmediatez que tanto se cree necesitar hoy día. Por eso, encargas un libro en una librería y te lo traen al día siguiente. La gente se ha acostumbrado a esto. Ya nadie quiere esperar. Además, te lo ponen muy fácil, porque con un solo servidor te ahorras trabajo de facturación; pero te cargas el trabajo de esas otras distribuidoras que te están cuidando y te están asesorando. Con eso, yo no puedo, porque significa ir en contra de mis principios.
¿Actualmente cuántos libros tienes aquí?
Ahora mismo, unos nueve mil o diez mil. Ahora estoy sobreestocada.
¿Diseñaste tú la tienda en tu casa, la dibujaste con un lápiz y un papel?
De punta a punta. Cogí un metro, medí cada pared, calculé las estanterías que quería y me hice una idea de los libros que me podían caber. Tenía la experiencia previa de haber montado una librería muy grande.
¿Dónde compraste las estanterías? Tienen algo doméstico, familiar.
Claro, son del Leroy Merlin, las compré por Internet. La verdad es que si no tienes medios para decorar, pero tienes libros, puede quedar muy bonito, porque los libros son muy bonitos.
Oye, Elena, ¿a ti te ayudaron los amigos a pintar, montar las estanterías, poner los libros ordenadamente en cada balda?
Sí, me ayudaron. Menos mal. Solo tuve que contratar a alguien para hacer el suelo, dar una última mano de pintura y cuatro cosas. El local estaba muy viejo, pero nos quedó muy bien.
¿Cómo se te ocurrió el nombre de Tòmiris?
Es un homenaje a una mujer libre, una guerrera. Era una amazona de un pueblo escita, la reina de los masagetas. Se llamaba Tòmiris. (Se escribe así en catalán, con el acento abierto en la o.) Aparece en las crónicas de los griegos. Aquellos griegos eran unos misóginos. Odiaban a las mujeres libres; sin embargo, les regalaban a sus mujeres vasijas decoradas con figuras de guerreras amazonas, con sus arcos. Todo es una contradicción. Yo tomé partido por ellas. Por las bárbaras y por las rebeldes que iban a caballo. Y también me gustan porque pertenecen a la literatura oral, más que a la escrita. Adoro las historias que no tienen un relato escrito, pero que podemos leer a través de la arqueología y de los objetos. Me gustan mucho los libros, pero más todavía las historias que no están en los libros.
¡Ah! ¡Por eso hay un arco dibujado en el rótulo de la librería, en la calle. Es un rótulo precioso de madera.
¡Me lo hizo una amiga, que es artista! Se llama Rosa Castells. Nos conocemos desde P3. Rosa se dedica al diseño, a la estampación y, sobre todo, a la pintura sobre seda. Es una maravilla.
¿Lees en la librería?
Imposible. No se puede leer aquí. Es muy difícil, no puedes estar concentrada. A ratos, voy hojeando libros. Leo a la noche y el fin de semana. Leer es una de mis actividades principales del fin de semana. Quedarme leyendo un sábado por la tarde o un domingo por la tarde es casi un acto religioso.
Algunos, en los grandes grupos editoriales, creen que hay unas reglas que lo mismo sirven para vender bragas como para vender libros
¿Quién te compró el primer libro en Tòmiris?
La primera persona que entró en la librería... Pues, mira, me acuerdo. Fue un chico, lo que no recuerdo ahora es su nombre, sí que se dedicaba al arte. Y se llevó un libro de Schiller. Es este, siempre tengo un ejemplar, siempre lo repongo, fue el primero que vendí: Cartes sobre l'educació estètica de l'home. Editado por Adesiara y traducido por el profesor Jordi Llovet.
Vaya nivelazo.
He tenido mucha suerte con la librería. Porque otra de las primeras personas que entraron, David, es hoy mi socio en la librería. Un día apareció por aquí, empezó a venir y nos hicimos amigos. Siempre le ha gustado mucho el mundo de los libros. El caso es que enseguida se puso a colaborar, hasta que se convirtió en una pieza clave de todo esto. Es muy, muy lector. Lee de todo. Quizás, él tiene el punto más literario y yo el más ensayístico, pero eso también da equilibrio.
¿De qué parte se encarga?
Además de ayudar en lo más pesado, que es colocar libros, David también se dedica a hacer los carteles de las actividades. Es muy bueno diseñando. Ha hecho el logo de la librería que sale en las tarjetas y en Internet, que es el sofá que tenemos en la sala de dentro. Lo de elegir libros todavía me lo deja a mí. Yo intento meterle en la rueda. Le digo: venga, ¿qué cogerías? Pero prefiere que los seleccione yo. Y eso que nunca falla cuando recomienda libros. También me ayuda en la programación de actos, a decidir a quién traemos. Otras veces, organizamos cenas en la librería y elegimos entre los dos a los invitados. Trabajar así es divertido. Pero, sobre todo, está muy bien tener con quién llorar. En esto me ayuda muchísimo, me da apoyo para resistir. A veces, se desmorona una. Por ejemplo, cuando llevas una temporada de ventas muy flojas y no ves la salida del túnel. Pero ya hemos salido de un montón de crisis.
En el mundo de las librerías, las mujeres sois mayoría.
Sobre todo, a partir de los últimos años. En la mayoría de las librerías que se abren en Barcelona, están al frente mujeres. Creo que no sólo sucede en el terreno de las librerías; en muchos otros ámbitos, el porcentaje de mujeres que se hacen autónomas es cada vez mayor. Diría que se debe a que las mujeres hemos tenido que inventarnos nuestros puestos de trabajo. Aun así, hay una discriminación de género muy grande. Me refiero a las librerías. Si eres una mujer joven, ni los jefes ni los clientes te toman en serio. Por ser joven y también por ser mujer. No se fían de tus recomendaciones. Y no sólo viene por parte de los hombres, es en general. Creo que la gente empieza a confiar en ti cuando empiezan a salirte un poco de canas.
¿Qué sentías cuando recomendabas un libro y no te hacían caso?
La verdad es que entonces no era tan consciente como lo soy ahora. De esto, te das cuenta más tarde. También hay otra cuestión de género que es importante señalar, y es el tema de la maternidad. Cuando una decide tener hijos, de entrada, no lo sabes; pero, de repente, te encuentras con que se te limita absolutamente todo. Hasta que no tienes criados a los hijos, que ya más o menos pueden andar un poco solos, vas a tener las manos totalmente atadas. Y si no las tienes, te las atan los demás. Que una mujer tenga hijos, o no, es decisivo para que cuenten o no con ella.
¿Cómo te influyó la maternidad a la hora de abrir la librería?
Ya los tenía un poco criados. Así que pude hacerlo. Pero si mis hijos hubieran sido más pequeños, quizá me hubiera planteado no abrirla. O igual sí la hubiera abierto. Me hubiese ido a otro sitio donde tuviera un espacio para que pudieran estar mis hijos conmigo. No lo sé. No sé qué hubiera pasado.
¿De no encontrar este local, la hubieras montado en cualquier otro barrio?
Estoy muy bien aquí. Pero hay barrios donde pienso que habría que montar una librería ya. De hecho, si ahora tuviera que volver a empezar, me iría al barrio de la Verneda. Creo que la Verneda merece ahora mismo una buena librería.
¿Qué es lo mejor de ser librera?
Que es la vida en directo. Ves a los clientes crecer. Algunos venían de niños con sus padres, y ahora se compran ellos solos los libros. Otras clientas venían embarazadas y ahora traen a sus hijos. También ves que se mueren algunos clientes a los que quieres mucho. Y hay casos de lectores alucinantes. Hay un hombre que vive en la calle, y que tiene un aspecto, pues eso, de alguien que tiene que vivir en la calle, y de vez en cuando entra con el dinero que ha juntado para comprarse un libro. Suelen ser libros de misticismo y espiritualidad. Es lo que le gusta. Pero lo mejor de todo es cuando vienen los clientes y no es para comprar. Vienen simplemente porque les apetece hablar. Eso me encanta. Se hacen muchos amigos en una librería, y eso es una de las mejores cosas que me pueden pasar.
9