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Curro Gadella, un poeta del barrio: “Gracias a nosotros, los flamenquitos, unos cuantos pudieron ser alcaldes”

Curro Gadella, el pasado viernes en en los aledaños del río Besòs.
27 de septiembre de 2024 22:30 h

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Fue el primer escritor al que conocí. Entonces Curro Gadella trabajaba en la brigada municipal de obras de Sant Adrià de Besòs. Me lo encontraba al salir del instituto. Bueno, iba en su busca. Curro andaba siempre con aquel uniforme de color mostaza, trabajando, levantando las baldosas de una acera, clavando un banco en la calle. Era de un color raro aquella ropa, entre marrón y mostaza. Del bolsillo de arriba de la camisa, le salía el boli Bic. El capuchón azul. Cuando se le ocurría un verso, dejaba lo que estaba haciendo, y lo apuntaba con su bolígrafo en el papel de un saco de cemento. Era un poeta obrero. Su hermano, Enrique, que murió hace tiempo, fue toda una celebridad del mundo flamenco barcelonés. Dio aliento a las peñas flamencas del extrarradio. Era un profundo conocedor del cante, y los grandes artistas, y los más modestos, se hospedaban en su casa, en Sant Adrià, si venían a cantar por esta parte del extrarradio.

Yo le llevaba mis primeras poesías a Curro Gadella para que las leyera, y me decía que le parecían raras, pero siempre me daba ánimos. Fue entonces cuando me prestó el libro Años y leguas, de Gabriel Miró, en la colección RTV de la Biblioteca Básica Salvat. El lomo del libro era del color de su ropa de trabajo. Nos influenciaban cosas diferentes. Él estaba en el mundo del flamenco, y escribía así. Yo copiaba las canciones de Patti Smith, y a eso yo le llamaba influencias.

El mundo de las peñas flamencas era duro. Se encontraba en los sótanos de los bares, en los bajos de los bloques. Los artistas tenían que estar a la altura de un público de trabajadores explotados que buscaban refugio, olvido, en el cante. Los domingos por la mañana estaban muy activas las peñas. Otra gente iba a misa, y otra, a la pastelería. La calles, entonces, eran silenciosas, y solo se oía el ladrido de los perros callejeros. Las esquinas olían a pollo a l'ast, y los descampados estaban llenos de coches recién lavados con cubo y esponja. También eran coches recién comprados. Al igual que su hermano Enrique, Curro Gadella acompañaba a artistas flamencos y, además, presentaba las actuaciones en las peñas. Eran los años de la Transición, y la izquierda abrazó sin prejuicios todas las formas de cultura. Porque la cultura era la vida. En los barrios, los vecinos se comprometieron políticamente, por la cuenta que les traía. Se comprometieron para tener médicos, para tener colegios, para dejar de subir a su casa con el barro pegado a los zapatos y a los bajos de los pantalones. La democracia no era una teoría política, era el derecho a vivir.

Curro Gadella, con sus hojas en la mano, arengaba a los vecinos, recitaba sus poesías, en los primeros actos políticos. Así eran los poetas obreros. Poco después, cuando se inauguró Ràdio Ciutat de Badalona, debutó con un programa de cante y poesía, que se llamaba Hora Flamenca. Lo hacía en directo, antes la vida sucedía en directo, los domingos por las mañanas. Fue un exitazo y tenía muchos oyentes. Luego tuvo más programas en Ràdio Ciutat, como Abanico de Cantes, que era diario; El Mentidero, que era de entrevistas, y Puerta Grande, que era de toros. En esa emisora se tiró 27 años seguidos llevando programas.

Este pasado septiembre, Curro Gadella ha cumplido 81 años. Actualmente, cuida de su mujer, Carmen, que padece una diabetes muy grave. Gadella cree que se le complicó la enfermedad a raíz de haber pasado el Covid. Lo pasaron juntos, hace tres años, y él también nota cosas raras desde entonces.

Su último libro reúne en forma de estampas los recuerdos de cuando trabajó en las parcelas del Plan Badajoz, y se titula Historias de San Rafael de Olivenza. 1956-1962 (ed. Ayuntamiento de Olivenza, 2022). Su familia y él son de Olivenza. Hemos quedado en un banco, frente al río Besòs, que, en la época de la que hablamos, fue uno de los ríos más contaminados de Europa. Hoy, esa parte del río se llama Parque Fluvial del Besòs. Ha sido recuperada ecológicamente y la han ajardinado. Estos días, se celebra el juicio contra Ditecsa, la fabrica de reciclado de disolventes, que en 2019 provocó un vertido tóxico que acabó con el 99% de los peces del río. Curro Gadella mira más allá del río, hacia el horizonte, hacia los bloques de la otra orilla, donde empezó todo.

¡Ay qué ver, el río, Curro!

¡Pero qué verde y qué bonito! ¿Verdad? Yo lo he conocido, tú, tal vez también, cuando era una auténtica cloaca. Olía mal, era como un arrope el agua. No había vida de ninguna clase. Hoy está bonito el río.

Una pasada.

Lástima que siga habiendo empresas desaprensivas, o gente desaprensiva, no sé quién es el culpable, si la empresa, si la fábrica o el que la dirige. Hace poco, hubo un escape por ahí arriba y se ha cargado la fauna toda. Hay gente, me cuentan, que pone lazos para coger conejos entre las cañas. En fin, que cada uno...

Cuando vienen riadas, bueno, llevamos años de sequía, pero cuando venían riadas se morían los conejos, se ahogaban.

Bueno, bueno, pero eso es una manera natural. Otros se escapan, otros se escapan.

También es verdad.

Pero es que, ahora, la gente no necesita tanto ir a cazar. En mis tiempos de muchacho, yo cazaba conejos y pájaros y todo lo que pillaba; pero es que no había otra cosa para comer. Pero ahora...

¿Era solo para comer?

¿Hombre, para qué iba a ser?

¿Dónde, en Olivenza?

En Olivenza. Y en cualquier punto de España ocurría lo mismo. En los años que me crié, uno se comía todo lo que pillaba. Y, claro, era legítimo cazar; pero ahora me parece una estupidez y una tontería.

Olivenza fue de Portugal varios siglos.

¡Aún se habla el portugués! Mi padre y mi madre hablaban entre ellos en portugués y a nosotros, a sus hijos, nos hablaban en castellano. Y yo, eu falo portugês también. Soy totalmente bilingüe. Mis dos apellidos, Gadella Señorón, son portugueses. Gadella significa mechón. Un mechón de pelo.

La palabras son agentes dobles. La palabra portuguesa gadella es la misma que en castellano da guedeja. ¿Curro, tú has escrito poesía en portugués?

Mucha. Y la he publicado en libros. Y también he escrito letras flamencas en portugués, fandangos.

En tu libro de recuerdos de la colonia de San Rafael de Olivenza hablas de toda esa época.

Bueno, ahí hablo de una parte, un eslabón más de lo que he vivido. Pero fueron más tragos que eso. Allí tenía, cuando llegué a ese pueblo nuevo, San Rafael, lo hicieron para el famoso Plan Badajoz, que el Plan Badajoz no era salir de paseo con una extremeña, era otra cosa, pues allí fui con 14 años; pero antes ya había pasado yo mis malos tragos. Con 8 años, me pasaba el día guardando cochinos y tres vaquitas que tenía el dueño del molino donde me crié. Las vaquitas no me daban ningún ruido, las dejaba en un sitio, y allí estaban; pero, los cochinos, cuando iba a por uno que me faltaba, volvía y no estaban los otros. Me pasaba los días llorando, descalzo, las piernas todas llenas de pinchos, infectadas siempre las pantorrillas. Bueno..., era una misera.

¿Y dónde estaba el cochino que se había escapado?

Pues en las huertas cercanas y allá donde hubiera una golosina. Un cochino, para guardarlo, eso es lo más complicado del mundo. Esos están pensando siempre y cavilando. Si un cochino prueba algo en un sitio, ya ni come donde tiene que comer. Está solo pensando en irse para allá y, en cuanto puede, se va. Y ya puedes hacerle lo que quieras, que en cuanto puede se vuelve otra vez al sitio. Y claro, traía uno, y ya no estaban los otros. Iba a por los otros, ya no estaba aquel.

Para volverse loco... Un crío de 8 años.

Así estuve hasta los 13 años, que ya empecé a ser hombre, sí. Porque ya iba a las cuadrillas. Aprendiendo en la escarda, en la siega, en las eras..., empecé a labrar con una yunta de mula, como los hombres. Pero, hasta entonces, era un niño que no pintaba nada. Todo el mundo te empujaba. Veía venir a un guardia, y yo iba con el cochino por delante, y pensaba: Bueno, ya está... Eran guardias de verde, que les decíamos, guardas jurados de campo. Cuando veía llegar a uno montado en el caballo, y yo con un cochino por delante, me decía a mí mismo: ¡Ya la tenemos! No temía lo que a mí me pudiera hacer, que no me iba a hacer nada, no. Pero el guardia empezaba: ¿Y tu padre, dónde está? Mi padre estaba trabajando fuera, o no estaba. Pues, mire usted, mi padre viene por la noche solo, porque está trabajando en tal sitio. Pues le dices a tu padre que la próxima vez... Bueno... Unos miedos... ¿Y cómo le cuento a mi padre que se me fueron los cochinos? ¿Qué estaba yo haciendo entonces para que se me fueran los cochinos?

¿Estabas escribiendo poesía ya?

No, no, vino después. Empecé a escribir poesía en ese pueblo de la historia de San Rafael. Fue a raíz de la muerte de una muchacha que comió cicuta y se envenenó. Detrás, había una historia de amor y un engaño. Me dejó traumatizado. Ahí, en el libro de San Rafael, es donde está el cuento de Rosita, que es el nombre de la muchacha. Por ella, por ese caso, escribí mis primeros versos.

Yo veo a los emigrantes y me los como a besos.

Eso te impresionó.

¡Si hasta me quedé mudo! Se me fue la voz. Estuve casi un mes sin poder hablar.

Y cuando hablaste, fue escribiendo.

Sí, escribí unos versos, que no sé dónde fueron a parar. Los quisiera recordar, recobrar de algún modo; pero fueron de mano en mano y, al final, me quedé sin ellos.

Tu voz era la escritura.

Sí, sí, sí. Exploté con ello. Pero ya ves tú mi grado de analfabetismo cómo era, que yo confundía plañir, pensaba que era cantar. Luego me enteré de que era llorar.

¿Cómo fuiste aprendiendo esas cosas?

Mi padre, ya ves tú lo que son las cosas, mi padre antes de la República fue a la escuela, y yo, 42 años después, la vida era así, yo no fui a la escuela nunca. La dictadura me cogió a mí de lleno. A él, lo había cogido también, pero él ya sabía lo que sabía. Había ido al colegio antes de la guerra. Cuando acabó, durante un tiempo, mis padres vivieron casi escondidos en el pueblo. Estuvieron a punto de fusilarlo a mi padre. Era socialista. Luego mi padre ya no pudo levantar la voz. Pero leía como si hablara. Nos leía de noche en los cortijos, antes de acostarnos. A veces, se cabreaba porque era muy nervioso. Nos leía las novelas del barquero de Cantillana, que es el tal Curro Jiménez. Eran unos libracos enormes. También las aventuras de otro bandolero, José María el Tempranillo. Y Los Miserables, de Víctor Hugo. Todo eso, mi padre nos lo leía por las noches después de cenar, a la luz de un candil. A veces se enfadaba porque el candil empezaba a chisporretear y no veía. Y se cagaba en todo lo que verdeaba, y decía: ¡Vámonos a acostar!

Así te aficionaste a la literatura.

Así, ya ves. Mi padre había visto algo en mí. Porque yo soñaba con la escuela y dibujaba por los caminos con el garrote. ¿Y esto quién lo ha dibujado? Esto es un caballo; esto, un burro; esto, un perro... Era yo quien lo dibujaba. Los caminos eran mi lienzo natural. Por las noches, yo oía a mi padre hablar con mi madre. Yo dormía en la habitación de al lado, y mi padre decía: ¿Qué hacemos con este niño, Guillermina? En el campo, no lo podemos llevar a la escuela. Y este niño debería estar en algún sitio, porque hay que ver qué ocurrencias tiene y qué cosas. Y mi madre le decía a mi padre: ¡Ay, Enrique! Bueno, pues mi padre encontró la manera de que yo aprendiese a leer. Empezó a traerme tebeos, que en el kiosco del pueblo los cambiaban unos por otros, y de segunda mano valían baratos. Cada vez que iba al pueblo, mi padre me traía un puñado de tebeos. Yo no sabía leer, pero él me leía todas las historietas. De este modo, me las aprendía de memoria, y cuando pasaba alguien por allí, le decía: ¡Yo ya sé leer! ¿Sí?, ¡pues léeme! Yo cogía el tebeo, y recitaba de punta a cabo; pero algunos, qué inocencia de niño, algunos me decían: Para, para, para..., no empieces desde el principio y empieza de aquí para adelante, en la mitad. Y ya me perdía y me descubrían que no sabía leer. Sí, pero mi padre fue el que me enseñó a leer.

¿Te acuerdas de qué tebeos eran?

Bueno, el Roberto Alcázar y Pedrín famoso. Y, de todos los tebeos, el llamado TBO. A mí me ha gustado mucho el TBO. Las historias de La familia Ulises y de toda esa gente. Más tarde, ya de grande, coincidí con el dibujante que hacía Mortadelo y Filemón.

Con el PSUC, corrimos todos los rincones de Badalona haciendo campaña.

¿Con Ibáñez?

Sí, sí, sí. Pero pero ya de grande. Coincidí con él y otros dibujantes en la calle Mayor de Gracia, de Barcelona. Había una casa que alquilaba como un estudio, y allí estaban Francisco Ibáñez y algunos dibujantes más. Yo iba a pulir cuernos, porque había un artista que, con cuernos del matadero, traía un saco de cuernos, hacía peces y pajarillos. Y bueno, cogía el tío la mola y se ponía a hacer figuras. Y yo iba a pulirlas. Y mi hermano Enrique, también. Y allí estaban todos estos dibujantes. En Navidad, recuerdo que hacían las tarjetas para felicitar, los christmas. Y los llenaban de pintura y los emborronaban. Y yo me decía: Esta gente, cómo dibuja. Yo dibujo de una vez y no hago eso. Bueno, pues lo emborronaban todo de pintura, y más pintura, y otra pintura. Ahora le pongo azul sobre negro... Y yo me decía: Qué manera de dibujar tiene esta gente. Los dibujos los colgaban como si fueran pañuelos a secar en un cordelito con su pinza. Y, cuando estaban secos, ya se ve que los imprimían y tal.

¿Hablabas con los dibujantes?

Mucho, era una gente muy agradable y muy, muy, muy cercana; pero, claro, muy distante al mismo tiempo. Porque yo era un tonto pelado que iba allí a trabajar. No sabía que ellos tenían la importancia que tenían. ¡Y ya ves tú quiénes eran!

¿En qué consiste el trabajo de pulir cuernos?

Pues lo que hacía era ayudar al que tallaba la figura. Claro, cuando pones en la mola un cuerno, pues se queda basto. Queda arañado. Queda... Entonces yo iba a darle el brillo. Preparaba la pulidora, zuuummm, y le ponía un poco de cera y arrimaba la figura, gggrrrrrrrrrr, hasta que quedaba brillante como si fuera de cristal.

¿Para qué eran esos cuernos?

Los vendían como figuras, pisapapeles, de adorno en las casas... Yo tuve mucho tiempo una cigüeña y un pajarillo dándose el pico el uno al otro, sobre un tronco que era otro cuerno. Hacían cosas muy bonitas.

Antes llegar a Barcelona, habías sido emigrante en Suiza. ¿Qué piensas de la emigración?

¡Ah, la emigración! A ver. ¡Dígame usted! ¡Pregúnteme usted! Por que yo... Yo he sido emigrante, sí. Y entiendo tanto a los emigrantes de ahora... Yo cumplí los 19 años en Suiza, ordeñando vacas, entre otras cosas.

¿Y qué hacías allí ordeñando vacas?

Coño, fui a trabajar al campo. Salí del campo para ir al campo. Entonces, a los 19 años éramos menores de edad para todo, menos para trabajar. Me fui a Lausana. La cuestión es que me pagaban a tres francos la hora. Para mí eran dos francos, y uno para el Franco de aquí. Y ese era el negocio. Los suizos cobraban entonces cuatro francos, yo cobraba tres y uno era para Franco. ¿Quién se lo quedaría?

¿En Suiza, cómo te sentías tratado tú? ¿Igual que nosotros tratamos a los emigrantes?

No tan mal. No tan mal. Pero mal. El último mono de la cuerda era yo. Los suizos mantenían una cierta distancia; pero, claro, mi contrato era que el sábado y domingo yo tenía descanso, y yo no descansé ni sábado, ni domingo, nunca. ¡Curro!, Francis, me llamaban Francis. ¡Francis! ¡A las cuatro de la mañana, a ordeñar la vaca! Sábado y domingo, también. Fui un día a Ginebra, que era donde estaba la embajada española. ¿Qué le pasa a usted? Mire usted, que mi contrato pone que los sábados y domingos tengo descanso, y yo no paro de trabajar ahí. ¡Joder, no hacéis nada más que protestar! ¡Pues, si no estás a gusto, te vas para España!, me dijo el embajador aquel nuestro. Vale, vale, estamos defendidos. A los italianos no les hacían eso. Los llevaban más tiesos que a una vela a los patrones. Los españoles no pintábamos nada en ninguna parte.

Has dicho que todo esto te ayuda a entender a los emigrantes actuales.

Cómo que si me ayuda, ¡me los como a besos!

Y nada más llegar a Barcelona, te pusiste a trabajar ¿en qué?

Uf. Nunca trabajé en un solo trabajo. He tenido desgracia yo. El primer trabajo, cuando llegué a Barcelona fue (señala hacia la otra orilla del río) en la Maresma, por el barrio del Besòs. En un taller donde estaban haciendo las instalaciones para montar una fábrica, no sé de qué. Estuve trabajando un mes allí. Había un campo de fútbol, donde está la cochera de Levante de los autobuses, que le llamaban el Materiales, y fue la primera vez que vi... Bueno, ya había visto uno en Badajoz, el de Badajoz también tenía césped, este fue el segundo campo de fútbol con césped que vi. Mi hermano, que trabajaba en los autobuses, vivía en aquel barrio, en la Maresma, y allí, a los tres días de estar, fui a trabajar a aquel taller, a 17 pesetas la hora. Y me digo: ¡Joder, esto es un capitalazo! En el pueblo, trabajabas ocho horas y te he pagaban 30 pesetas. Y luego empezaron a construir el barrio de la Paz.

Le pusieron ese nombre para conmemorar los 25 años de paz franquista. Aún se llama así, La Pau.

Exactamente. Del taller me fui a trabajar de paleta a las obras de La Paz. Pero, cada vez que tenía un rato, me iba a pulir cuernos. Luego trabajé en la Fruco, la fábrica de zumo, en la calle Valencia, que es donde estaba la primitiva fábrica.

El flamenco es una protesta y un grito. Hasta en el amor.

¿Qué tenías que hacer?

Pues, ahí, a embotellar y ayudar a los que molían la fruta, que era fruta auténtica y de verdad. En fin. Los últimos cinco o seis meses, estuve repartiendo con el camión. Iba hasta Lloret de Mar con el del camión, un hombre mayor, el señor Frau, buena gente. Era un catalán, viejo, formal, muy buena gente. Me iba con él de ayudante a descargar y a cargar.

¿Y ya dejaste los cuernos?

¡Qué va! De ahí, de la Fruco, iba a los cuernos; de los cuernos, me fui a una fundición, al Buen Pastor, la Carin, que eran unos alemanes de esos nazis que se vinieron a refugiarse aquí, y montaron ahí una fundición.

Hombre, ¿cómo sabes que eran nazis?

Porque eran alemanes y... nazis. Nazis, sí. ¡Totales! ¡Hombreee! Y además tampoco lo escondían mucho, y toda la gente que tenían allí trabajando en los sitios de más o menos confianza, todos esos habían estado en la División Azul. Eran todos enchufaditos. Era así, y por eso digo que eran nazis. Ojo, que luego se comportaron bien; porque, cuando cerraron, nos reunieron los viejos, que eran dos socios, y un hijo de uno, que era era ingeniero y se puso al mando de aquello y se vino abajo la empresa. Entonces nos reunieron y nos dijeron: Tenemos que cerrar la empresa, se indemnizará a todo el mundo porque ese, que es mi hijo, no sirve para esto. Lo dijo el alemán, eh. Serios eran. Y puso al hijo a parir, y dijo que no servía y que tenían que cerrar porque ellos ya eran mayores. Y, ahí, ahí, empecé yo mis movimientos políticos.

¿Te concienciaste solo? ¿Te contactó alguien?

No, me enredé yo solo porque vi que era un trabajo muy criminal. Casi todo el mundo tenía quemaduras por los hornos de la fundición. La gente iba con quemaduras enormes en la barriga y en la cara. Yo andaba con un tractor de esos, cómo se llama, un toro. Era el que cargaba y descargaba los camiones, y luego cargaba los hornos. Con dos horquillas cogía los materiales y los metía por la boca del horno a cierta distancia, eran unas horquillas largas, y las vaciaba dentro del horno. Si iba un hierro mojado, pegaba una explosión como una casa y salían unos salpicones enormes. Bueno, pues había personas que se quemaban así. A veces, cuando se sacaba la lava para purificar los materiales fundidos, se vertía un cubilote, y estallaba, y había gente, vamos, hecha polvo. Gente que se había quedado inútil, y les daban otros trabajos más fáciles. Cada dos por tres, me encontraba a alguien llorando. Hombres con 40 años, gente que...

¿Tú cuántos años tenías?

Yo tenía 25, estaba recién casado. Y entonces me encontraba a alguien y le preguntaba: Pero, ¿qué te pasa? Pero, Curro, ¿qué hago yo? Si tengo 40 años, me van a pagar tanto, y eso me dura a mí un año o dos y, luego, ¿dónde trabajo yo? Si yo soy un... Bueno, vi muchos casos así. Total, que solicité un día una reunión. Yo no era nadie en la empresa.

Te convertiste en enlace sindical.

Y en tiempo de Franco, que tiene cojones. Te estoy hablando, pues ya ves tú, del 69 o del 70, sí. Y me digo: Yo tengo que hacer algo, porque mi conciencia no me dejaba vivir. Porque, yo soy joven, yo me voy de aquí y, fuera, vale. Pero la mayoría eran personas mayores, que se habían quedado inútiles. Entonces, busqué al encargado más cercano y le dije que quería reunirme con los jefes. ¿Pero, tú, qué le vas a decir a los jefes? Que tengo que hablar con ellos, coño, de tú a tú. Total, que un día me dicen: Mañana a las 12, ahí estarán los jefes.

¿Pero tú sabías ya que existían las Comisiones Obreras, conocías el sindicalismo?

Eso no. No, no, todavía no. Yo todavía no tenía conciencia de eso. Esto fue una cosa particular y personal. Y me digo: Aquí hay que hacer algo. Y me reúno con ellos ¿Qué quiere usted? Miren ustedes, me he encontrado a Licerán, que era de Granada, de Santa Fe, o a fulano, que es de Zaragoza, que, era una magnífica persona, era maño, tenía todo un brazo quemado... Son hombres inútiles a los que ustedes les quieren dar una paga, vamos, una liquidación, pero no les va a durar nada. Y luego, ¿dónde trabajan? Los he visto llorando. Los dueños se miraban uno al otro. ¿Y, bueno, qué solución propone usted? Mire usted, a mí el maño, por ejemplo, me ha dicho que si le dieran para el traspaso de un kiosco de periódicos que hay en la esquina de su calle, ahí se salvaría. Lo iban apuntando todo, y todo lo que pedí me lo dieron.

Todo ese mundo flamenco de las peñas se está perdiendo, pertenece a la nostalgia.

¿Nunca conectaste con la clandestinidad?

No, no, no, con eso no tuve ninguna complicación. Llegué al sindicato cuando llegué. Estuve afiliado poco tiempo, porque los que hacemos muchas cosas, claro, queremos ser libres, no podemos pertenecer a nadie. Tú te metes en un partido o en un sindicato, y tienes que hacer lo que diga la dirección del sindicato. Y yo soy un verso suelto.

Durante la Transición, sí que estuviste con el PSUC.

Hombre, siempre estuve en la izquierda. Lo que fui y lo que soy. Siempre estaré en la izquierda.

Te recuerdo en los actos populares del barrio, en mítines y en las fiestas que organizaban la asociación de vecinos o el PSUC, siempre con los comunistas más que con los socialistas. Muy delgado, tu melena, tu perilla negra, tu traje y la camisa desabotonada por arriba, con los papeles en la mano. Siempre intervenías, presentabas las actuaciones y leías poesías.

Hombre, estuve en todos los mítines del mundo. Yo, con el PSUC, corrí la Ceca y la Meca. A los mítines, venía a cantar Manuel Gerena, venía a cantar Juan Torres, el Ciclón de Jerez... Eran unos revolucionarios, unos cantaores que, a veces, llegábamos a un sitio, y ya estaba la Guardia Civil esperando. Con Màrius Díaz, que luego fue el primer alcalde de Badalona, de la democracia, era del PSUC, corrimos todos los rincones de Badalona haciendo campaña.

Repasando vuestras andanzas, se diría que, en el extrarradio de Barcelona, la democracia se conquistó cantando flamenco.

Te voy a contar una historia. Había un gitanito, Antonio Heredia, no sé si le conoces, que estaba, de siempre, en la Casa de Córdoba, en el barrio de Artigas. Una de las mejores personas que yo he visto. Y es cojito. Muy buena gente, un pedazo de cantaor. No sabes la de vueltas que dimos con Antonio en aquellos mítines de entonces. Íbamos por todos los barrios, participábamos en todos los actos. Antonio Heredia se dejó la garganta por todas partes para hacer alcalde y para hacer concejales a los primeros políticos de la democracia en Badalona. En aquella época, Antonio trabajaba en una cooperativa de marroquinería. Hacían cestitas, hacían estuchitos... Él se había quedado inválido de trabajar en el campo, en Málaga, en Cuevas del Becerro, que era de allí. Era tractorista. Toda su familia, todos gitanos, trabajaban en el campo. Pero el pobre Antonio, con los golpes del asiento del tractor, se dañó un hueso de la cadera. Se lo tuvieron que quitar, porque se le estropeó, y desde entonces Antonio va con la pierna así, encogidita. No sé si recuerdas que vino un tiempo, que duró años, que no había trabajo, que se acabaron los carteles en todas las obras, que lo pasamos todos... Bueno, y va, y a Antonio lo despiden recién casado, que estaba, con una muchacha que conoció en Manresa. Ella es paya. Se ha muerto hace poco, y no veas el calvario que ha pasado esta mujer, María, que ha estado por los menos doce años en una silla de ruedas dependiendo de su marido. Y Antonio también lo ha pasado muy mal.

A lo que iba. El caso es que entonces Antonio se quedó sin trabajo. La cooperativa esa, la marroquinería, cerró. Bueno, se vino todo abajo a la entrada de democracia. Una Nochebuena, me acuerdo de que a nosotros no nos dieron la paga de Navidad. Yo trabajaba en Calafell. Íbamos todos los días de madrugada y volvíamos por la noche, haciendo una urbanización, y ese año no cobramos la paga de Navidad, pero nos dieron una cestita con cuatro turrones, y se la tuve que llevar a Antonio, porque yo por lo menos tenía para comer, pero él no tenía ni para comer. Se le cayeron hasta los dientes en poco tiempo. Imagínate, recién casado, sin trabajo, inútil como estaba... Así tenía que verse, después de haber luchado tanto, de haber cantado tanto para cambiar las cosas. Yo presumo y afirmo que, gracias a los compañeros que cantaban, a los que actuaban y a los que, como yo, presentábamos las actuaciones y le hablábamos al público en los mítines, unos cuantos pudieron ser alcaldes. Gracias a nosotros, los flamenquitos, sí. Porque corrimos todos los rincones de Badalona. Yo, arengando a la gente, y luego salían ellos a hablar. Ayudamos mucho en los años de la Transición.

También traíais a los mítines a primeras figuras del flamenco.

Vinieron todos. Por ejemplo, vino José Menese. Pero, primero, destacó Manuel Gerena, que era mal cantaor, y sin embargo era un hombre comprometido hasta las trancas y valiente como pocos, y pesaba 30 kilos. Aquí, en Barcelona, había un cantaor..., era de Villamartín, de Cádiz. Uf, hace un montón que no sé de él, y era una gran persona, se fue a vivir a una casita que tenía en Vic, ya mayor, Juan Torres, el Ciclón de Jerez. Era un cantaor muy bueno. Además, le escribía Jesús Florencio, un poeta de aquí, que era de Sevilla y que se volvió a Sevilla. También comunista hasta el tuétano. Y el Ciclón de Jerez era un pedazo de revolucionario. Cantaba unas letras... El primer disco en el que escribí unos cantes lo grabó el Ciclón de Jerez. Se titulaba Despertar del pueblo, y lo presentamos en la Casa de Andalucía, en la Vía Layetana. Entonces, el presidente de la Casa de Andalucía era el capitán Linares, que era capitán de tráfico, imagino que de la Guardia Civil. Ya te haces una idea de qué pie cojeaba. Pues bien, a mitad de la presentación, un pelota fue a chivarse de lo que estábamos cantando y el presidente mandó que suspendieran inmediatamente el acto.

Quizá las casas regionales eran más conservadoras que las peñas flamencas de los barrios. El barrio era más real, estaba impregnado de actualidad. La casa regional solo era nostalgia. Creo que lo veo así.

Había de todo. Pero en los barrios era donde pasaba todo. En las peñas flamencas, traíamos a Gerena, a Menese. Luego, apareció el Cabrero, ¡qué escándalo, este hombre! Eran artistas que se comprometieron con el cante. Pero, sobre todo, eran grandes cantaores por sí mismos. Porque alguien dice: Bueno, cantaban letras revolucionarias y triunfaron porque era el momento. No, no. El Cabrero y José Menese son dos pedazos de cantaores, y sin esas letras también.

¿Curro, tú cómo te hiciste flamenco?

A través de mi hermano Enrique. Ya ves tú, yo creía que la cúspide del flamenco era Manolo Escobar. Y tenía yo hasta mis discusiones con mi hermano, porque él, sí, ya era flamenco hacía tiempo, y me decía: Pero, muchacho, no compares una cosa con la otra, el flamenco es otra historia, Manolo Escobar canta canciones. Pero, no, yo no lo entendía así. Y hasta que, claro, hasta que acabé viendo qué era el flamenco.

¿Qué es el flamenco?

El flamenco es una protesta y un grito. Reivindicativo, siempre. Hasta en los amores, en todo. El flamenco es un espanto de arte. Y claro, el flamenco me comió el tarro enseguida y el alma también.

Y empezaste a escribir letras.

Sí, he escrito muchas letras. Por ejemplo para Miguel Poveda, ya en el primer disco que grabó, él tenía 16 años, que era colectivo. Todas las letras de ese disco son mías. Se llamaba Voces de Badalona. Lo pagó la Casa de Huelva, de Badalona. También cantaban aquí Agustín el Cacereño, Antonio Heredia el Cerezo y Damián el Pileño. Agustín, el otro día, me mandó una soleá que me hizo llorar. Me la mandó a través de mi hija, Celia, porque yo no tengo tablet de estas, y me la envió y mi hija me la puso.

Miguel Poveda era ya un niño prodigio.

Es un fenómeno. Tiene una calle dedicada en la Unión, y le han hecho hijo adoptivo. ¡En la Unión, donde se celebra el festival de cante flamenco más importante del mundo! Miguel Poveda ha sido el único artista que ha ganado los cuatro primeros premios de la Unión en una sola noche.

¿Cómo le conociste?

Era un crío, y vino a la Hermandad Rociera de la Esperanza, en la calle Andrés Segovia, en Llefià. En aquella época, le chiflaba la Pantoja. La presidenta de la Hermandad era Loli Cañada. En cuanto vi a Miguel Poveda, comprendí el talento, el oído tan privilegiado que tenía ese chaval. Que, por cierto, tiene un montón de discos míos. Se los dejé y nunca me los ha devuelto.

Mayte Martín también ha cantado letras tuyas.

No, no, Mayte no tiene nada grabado mío. Lo que pasa es que la traté desde niña. Vivía en La Verneda, detrás del cine Levante. Ya no me acuerdo..., ¿cómo se llama la calle? Si hago un esfuerzo más... Dos calles más abajo del cine, vivía ella. Ella iba a la Casa de Murcia y Albacete, en Puertaferrisa. Allí la vi por primera vez, con las patitas colgadas en la silla muy blanquita. Esa niña tan feliz y flaca y chuchurría, que cantaba El coleccionista, de Lole y Manuel. Qué bonito, dije, y cómo canta esta niña. Mayte es un talento tanto de voz como para componer también.

¿Quién más te ha cantado?

He escrito mucho para Manolo Simón, de Jerez, que ahora se ha enfadado conmigo porque el otro día me mandó una serie de soleás, 16 soleares juntas, y le digo: Manolo, con cinco o seis que hubieras cantado tenías bastante, porque las otras no sirven pa ná, y no me ha vuelto a llamar más.

Manolo Simón había cantado tus letras en portugués.

Sí, unos fandangos. Fue una propuesta suya, porque resulta que por la parte de Huelva, Isla Cristina, Ayamonte..., donde actuaba mucho, también se habla el portugués. Y tuvieron éxito esos fandangos.

¿Tú has vivido de los derechos de las letras? Te han grabado muchísimo.

Tanto como vivir, no. Pero no me puedo quejar. Con Ana Reverte, que cantó entre otras letras mías Te seguiré queriendo, me llevé casi un millón de pesetas en derechos de autor. Y, económicamente, el premio literario más importante que he ganado ha sido el del concurso de letras flamencas, de la Unión. Eran 30.000 pesetas. A mí me pasa cada cosa... Lo gané el mismo año en que Miguel Poveda se llevó los cuatro premios en una sola noche. Pero una cosa y la otra no tienen nada que ver. El caso es que yo no fui a recoger el premio, me quedé en Barcelona. Tenía que atender el programa flamenco en Radio Ciudad de Badalona. Entonces le dije al padre de Mayte Martín: José, si por casualidad ganase yo el premio, ¿subes tú y me lo recoges? Pues voy y lo gano, y sube José y le dan solo el diploma y se olvida de pedir el cheque, porque no sabía cómo iba eso. Al final, después de reclamar un montón de veces, tuve que llamar al alcalde de la Unión para que me lo pagaran.

He metido a mucha gente en el saco de la poesía, y luego me han pasado para adelante.

¿Qué tipo de gente iba a las peñas flamencas?

Hombre, todos los venidos del sur. Albañiles, gente de todo tipo; pero había gente también que estaba preparada intelectualmente. Pero ya no hay actividad en las peñas. No hacen nada. Bueno, cada mes hacen algo, pero esto se va perdiendo. Todo ese mundo flamenco pertenece a la nostalgia. Entonces, venían muchos artistas muy buenos. Miguel de Linares..., por ejemplo. Recuerdo que estaba este Juan Torres, el Ciclón, que siempre estaba dispuesto para todo lo que los políticos le pidieran. Los políticos de izquierdas, digo. Qué mal se le ha pagado también. Para todo acudía, a todo lo que fuera a beneficio o en pro de la política de izquierda, que era como pensaba. Como yo, pensábamos igual.

¿Cómo os hicisteis amigos el Ciclón y tú?

Joder, el Ciclón fue el primero que grabó mis letras. Porque yo... A mí me arrancaron una muela y se me infectó un poco. Vino el médico a casa. Inyección. Pero la inyección me produjo una alergia enorme. Total, que estuve en el Valle Hebrón ingresado once días, con una fiebre que cada vez que cerraba los ojos veía filas de cucarachas y, bueno, unas cosas de alucinación... Y allí escribí unos tangos del Piyayo, que decían: Soñando con libertades..., ese era el título del cante. Decía así: No quiero que a mí me pase lo que le pasó a mi padre, que se me murió una noche soñando con libertades. Total, que entonces yo llevaba los recados de la peña Hijos de Córdoba.

Que estaba en Artigas...

Sí, estaba en... No, pero entonces no estaba en Artigas, estaba en la calle Piferrer, luego vino a San Federico, y luego a Artigas. Bueno, pues yo era el que, todas las semanas, llevaba a la radio los recados, que eran el anuncio de las actuaciones del sábado siguiente. Era un programa de Radio Miramar, que se llamaba Andalucía en Cataluña y lo hacía Juan Torrijos. 

Que estaba en del Partido Socialista Andaluz... 

Pues yo estaba en el hospital con fiebre, por lo de la muela. Y en mi cama escribía aquellos versos. Me acuerdo de que la enfermera los leía y me decía: ¿Pero qué escribe usted aquí? ¡Que nos van a meter en la cárcel! La muchacha veía mis cuartillas y las dejaba espantada en la mesita. Y yo le decía: Pues que nos metan en la cárcel, igualmente me voy a morir con la muela. Y ella contestaba: ¿Y a mí qué más me da? ¡Porque yo no me voy a morir! Total, que un día leo esos versos en la radio. Siempre leía algo, además de anunciar las actuaciones. Y, al momento, llamó alguien. Curro, ponte a al teléfono. Salgo para afuera del estudio y, mira, ¡era Juan Torres, el Ciclón de Jerez! Oiga, que lo oigo a usted siempre, todos los recados. Porque él oía Andalucía en Cataluña todos los días. Él trabajaba en un tablado que hay en las Ramblas, en El Cordobés. Y en Los Canasteros también. También era muy bueno cantando por detrás. Total, que me dice: Yo le oigo siempre. ¿Me podría usted dar esos versos que ha leído? Que los meto yo por tangos. Y le digo: Es que ¡son tangos! ¡Tangos del Piyayo! Y dice: Hombre, ¿por qué no me los da usted y yo los grabo? ¡Claro!, cójalos cuando quiera. Ese fue el primer cantaor que grabó mis letras. Luego escribí más, como Los olivos de Jaén, que eran otros tangos, pero no del Piyayo, eran tangos de Triana. De los olivos de Jaén, los aceituneros están cogiendo hayares para bolsillos ajenos, tiene mi gente la piel morena como el aceite...

¿Curro, cómo se escribe hayares? ¿Con y griega, con dos eles, con hache...? Nunca lo había oído.

¿Y tú me lo preguntas, que eres el que ha estudiado? 

¡Esto no lo sé! Lo mismo que hay palabras que son agentes dobles, hay otras palabras que son agentes secretos y trabajan a la sombra del diccionario. La tuve que buscar en diccionarios olvidados, hasta que la encontré en una edición de 1914, la decimocuarta, del Diccionario de la lengua de la Real Academia Española. Es el plural de haya, se decía en femenino y era un donativo que, antaño, hacían los discípulos a sus maestros en las escuelas de baile español, a menudo por pascuas, pero también en otras fiestas. Se metía en un sombrero.

Tener hayares es tener dineros, se dice mucho en mi tierra. Y en Andalucía también. Y siguen esos tangos: De la mañana a la noche pasan el día penando, el dueño siempre va en coche y ellos andando... Eran tangos de Triana, pero Juan Torres les daba un aire muy personal, muy a su manera.

En estos tangos, te inspiras en los aceituneros de Jaén. ¿Habías leído a Miguel Hernández ya?

Ya lo había leído. Pero, más a que nadie, leía a García Lorca. Ya ves tú, tengo más similitudes por lo vivido con Miguel Hernández; pero, a mí, García Lorca es el que más me ha pellizcado.

¿Qué te impactó de Lorca?

De Lorca, todo lo que escribía. Su... su fantasía. Vamos a ver, llamar Guadalquivir de estrellas a la Vía Láctea. Imagina tú un Guadalquivir de estrellas...

¿A qué edad lo descubriste?

Uy, yo ya era grande. También me gustaban mucho Pablo Neruda y León Felipe, que es rotundo y comprometido. Empecé comprando unos libros que no me gustaban, pero era lo que había entonces. Los cipreses creen en Dios, de Gironella; los libros de Álvaro de la Iglesia, que había sido director de La Codorniz, y que era muy franquista... Pero eran unos libros que no me decían cosas importantes. Me gustaba muchísimo Manuel Benítez Carrasco, el poeta de Granada. La verdad es que todos los libros me llegaron por azar.

¿Has escrito más poesía o más flamenco?

El flamenco es mi base poética. Junto lo uno y lo otro. Mis primeros versos los escribí por la muerte de aquella muchacha en las parcelas de San Rafael, y así seguí escribiendo versos. Hasta que lo dejé, creo que de los 17 a los 30, o algo así. No encontraba el camino, y trabajaba en muchos sitios a la vez. Pero, un día descubrí a García Lorca y a Miguel Hernández, y me puse a escribir poesías otra vez. Lo que pasa es que durante todo ese tiempo ya me había hecho flamenco. A mí me gusta mucho escribir los poemas en tercertos. Es una estrofa muy flamenca. Las soleares y las bulerías, por ejemplo, están en tercetos. Lo que me gusta del terceto es que no tiene que seguir una leyenda, sino que cada estrofa es independiente. Cada estrofa es una historia. Puedes contar una historia de amor en tres versos.

¿Curro, cuándo publicaste tu primer libro?

A los 40 años. En el 83. Era un libro compartido.

¿Quién más había?

Teníamos un grupo de poetas que se llamaba Diapasón. Éramos cinco poetas: César Garrido Marqueño, Rafael Vargas, Montse Rico Góngora y José Bretones Salinas. Corrimos toda Cataluña, incluidas las cárceles recitando a los presos. Una Nochebuena, en la cárcel de mujeres de Wad-Ras, no nos querían dejar salir las presas de tanto como les gustó el recital. Se agarraban a nosotros y nos pedían un ratito más. Otra vez, fui yo solo a la cárcel Modelo, me llevaron dos educadores de calle, de la Mina, y estuve no sé cuántos días soñando con las puertas de la cárcel, con el ruido que hacían al abrirse y al cerrarse. ¡Brammm! Bueno, pues un día nos reunimos en la Casa de Extremadura, en el Portal del Ángel, que era donde estaba la peña flamenca Porrina de Badajoz, y nos dijimos ¿por qué no hacemos un libro, una antología? Se tituló Olor a campo. De los cinco que éramos, participamos cuatro.

¿Quién se quedó fuera?

Pues se quedó el Marqueño, porque era tan exquisito... César, sí, César es el mejor poeta que yo he conocido de todo este mundillo, aquí.

¿Por qué no quiso participar?

Porque era nuevo. Él empezó a escribir con cuarenta y pico de años, y era nuevo, y era tan buena gente y era tan, tan cabal, que dijo: Pero si yo tengo cuatro cosas escritas... Porque hablaba con ese reposo, como las grandes personas. Me decía: ¿Cómo voy yo a participar en esto, si yo acabo de empezar y soy un añojo en esto? Que no, que no debo estar yo ahí. ¡Y no quiso, y no quiso!

¿Y no le animaste?

Yo hice todo lo posible: Pero César, si tú eres mejor que todos nosotros. Calla, Curro. Él se sonreía. Qué bueno era. Qué..., qué rabia. El día que me jubilé yo, se murió él. Me cago en la mar. Es una pena. Era de Albacete. Del Cepillo, César.

¿Llegó a publicar algún libro?

Sí. Él hacia los sonetos como si hiciera churros, yo qué sé. Le salían perfectos. Buah, madre mía. Los más luminosos, los más bellos. Era un pedazo de poeta.

¿Tú los mides, los sonetos?

Sí, los mido, claro, pero es lo único que mido porque, por lo demás, me guío solo del ritmo y de la música. Tengo el flamenco dentro. Me guío siempre del oído, yo no cuento las sílabas. No, no, no... Yo, la música, la tengo en la cabeza y hasta ahí llega el verso, y se ha acabado. A compás, todo. Y a ritmo, todo. Y lo que no me suena, no me suena; pero no me obligo a poner una cosa que no tiene importancia para que tenga un número de sílabas... Yo, de medidas, pocas. En los sonetos, sí. Pero como los del Marqueño no hay otros sonetos.

¿Fue el flamenco lo que os proyectó como poetas?

Sí, sí, bueno, yo ya era poeta, pero sin sitio donde recitar. La política, los mítines y esas cosas..., eso me permitía recitar. El flamenco es otra cosa. En el flamenco me ha apoyado muchísimo para escribir. El flamenco es una luz.

Con tu luz influiste en otras personas, con tu ejemplo nos animaste a escribir.

Oye... Yo he sido culpable de muchas cosas, ¿eh? Había gente que venía a verme a la peña Hijos de Córdoba. Yo recitaba muchos ripios para presentar a artistas y, coño, que a toda esa gente la he metido en el saco de la poesía y luego me han pasado para adelante. ¡Qué quieres te diga! Muchos empezaron tardíos... Cuando no se tienen oportunidades, se llega después.

¿Cuántos libros tienes publicados?

Yo qué sé. Cinco, seis, siete..., ya no me acuerdo.

Has recibido como unos 150 premios literarios.

Casi todos menores. Los más importantes, quizá, sean el Ciudad de Benicarló, el Blas Infante, el García Lorca y el Manuel Pacheco. Lo que pasa es que yo no puedo presentarme a concursos.

¿Por qué?

Pues porque no sé escribir a máquina. Lo escribo todo a mano, y tengo muchas faltas de ortografía. Me valgo de los amigos, que me pasan a limpio lo que escribo, para no hacer el ridículo. Me han ayudado mucho Montse Rico Góngora, de la que ya te hablado, y Alfonso Limpo, que es el director de la Biblioteca Municipal de Olivenza. Pero le conocí en Barcelona, cuando él estudiaba periodismo en Bellaterra. Un día vino a verme, entonces yo vivía en La Catalana (un barrio de Sant Adrià de casitas populares que han desaparecido absolutamente, y ahora hay edificios), se me presentó, me dijo que los dos éramos del mismo pueblo, y desde entonces no ha dejado de ayudarme. Gracias a él, he publicado mis libros, casi todos en la diputación. Y gracias a él, me nombraron hijo predilecto de Olivenza.

¿Ahora sigues escribiendo?

Sí. Escribir es una necesidad. ¿Qué hago si no? Aún, si de noche me viene una idea, me tengo que levantar a escribirla.

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