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Enciclocracia es un pequeño diccionario de los grandes poderes. Intenta organizar el lenguaje de la crisis de la democracia y al mismo tiempo notificar los eufemismos que nombran esta época. Un glosario personal y sencillo, escrito desde la convicción de que no basta con decir “no”. Es necesario, también, decir “otra cosa”. Más sobre el autor en: www.ivandelanuez.org

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Fisiocracia

Iván de la Nuez

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La fisiocracia, hoy por hoy, ni remite a un gran poder ni arrastra esa vitola, siempre inevitable cuando se escribe en los medios, de “candente actualidad”. Eso no significa que resulte del todo inútil como punto de comparación con lo que hoy nos sucede. O que no pueda funcionar como un instrumento para precisar el modo en que la economía global organiza la riqueza. O que sus preceptos no puedan auxiliarnos a la hora de entender una cultura contemporánea que, cada vez más, privilegia su carácter “industrial” –las industrias culturales son el último eslógan para endosarnos un neoliberalismo camuflado- y que ha convertido el “proceso”, más que la producción misma, en uno de sus grandes fetiches.

De hecho, que sea un término “viejo” no ha sido obstáculo para que un ministro de economía en Uruguay se proclame como “un fisiocrata del siglo XXI”, mientras que en Argentina ha llegado a considerarse su efectividad conceptual a la hora de describir su situación como granero del mundo. Es curioso que en las recientes conversaciones de paz en La Habana, las FARC (que a fin de cuentas es una guerrilla de origen agrario) hayan llegado a plantear términos sobre la tierra bastante próximos a los postulados fisiócratas.

Definida como el “gobierno de la naturaleza”, la fisiocracia nace en el siglo XVIII, determinada por un rotundo ensencialismo que despreciaba al mercantilismo o la industria en tanto actividades “parasitarias”. No puede decirse que fueran sus únicos adversarios, puesto que si bien estas funciones eran indignas a los ojos de los fisiócratas, el Estado no les parecía un incordio menor. Así pues, la industria, el comercio y el gobierno, no eran otra cosa que intermediarios entre los productores y los destinatarios de los bienes creados. De modo que dilataban los procesos directos y, al mismo tiempo, se enriquecían con usos calificados entonces como no del todo productivos.

Puede asegurarse que François Quesnay (1694) fue el gran fundador de la fisiocracia. Como puede afirmarse que su discípulo Turgot (1727) fue su más alto gestor (llegó a ser Ministro o Inspector de finanzas). Para ambos,el Estado resultaba demasiado intervencionista, y el mercantilismo demasiado disgregador. De alguna manera, la fisiocracia se nos plantea como una suerte de liberalismo en estado puro que combinala permisividad del “dejar hacer” con la prevención de “no intervenir” y “no especular”. Un fisiocrata está convencido de que el agricutor es el único que produce algo más que su salario, así que todo lo demás acaba siendo frívolo, parasitario, improductivo...

Pese a su insistencia en la producción esencial de la agricultura, la fisiocracia fue un movimiento más intelectual que práctico, al punto de que algunos consideran a sus ideólogos como los primeros teóricos de la economía moderna y lo cierto es que no fueron ignorados ni por Adam Smith ni por Marx. En La riqueza de las naciones, Smith critica a la fisiocracia el hecho de que considere “improductivo” al comercio. Marx, por su parte, agradece el enfoque de los fisiócratas en esa “economía primigenia”, capaz de desnudar la diferencia entre el valor del trabajo y su valorización añadida, pero los ve atrapados entre el contenido burgués de su propuesta y la “envoltura feudal” de su entorno.

Uno y otro llegaron a compartir con los fisiócratas la idea de que el progreso es imparable, aunque a Smith esa idea le llevara a entender que ese progreso tenía como colofón el capitalismo y a Marx el comunismo.

La fisiocracia parece, más bien, una doctrina propia de las situaciones transitorias, y sin ella no podemos comprender del todo a pensadores latinoamericanos como Juan Bautista Alberdi, José Martí o incluso un marxista como José Carlos Mariátegui, cuyas deudas son visibles en su clásico Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana.

Así como cruzó el espacio, más allá del Atlántico, ¿puede decirse que la fisiocracia ha cruzado el tiempo? ¿Tiene alguna actualidad una doctrina que invoca una producción despojada de todo lo que ronda a la economía actual, desde la especulación hasta el marketing? En principio, parecería obvio encontrar su presencia en el ecologismo y en un relativo crecimiento de la concienciación sobre los recursos naturales. Pero también es muy evidente el fortalecimiento de todo aquello que la desactiva como práctica y como doctrina: el avance del poder financiero y de la especulación, ya no como valores “añadidos” a la producción, sino como producción en sí mismos y, lo que es más grave, como sustitutos, en muchos casos, de la producción de bienes reales.

Quizá sea más factible rastrear su presencia en la renuncia creciente a los intermediarios, un síntoma de la cultura contemporánea que es a la vez el centro del debate entre los productores de valor y los de una industria que insiste en administrar, distribuir y, de hecho, distorsionar ese valor.

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