Arde un contenedor debajo de la casa de Susanna, en una calle del barrio de Gràcia de Barcelona. Ella y su pareja están cenando y comentando los altercados con el hijo mayor, de 19 años, ya en casa. Él lo observa desde la ventana y suelta:
–¡Claro que sí! ¡Que queme! Que con flores y sentadas no hemos ido a ningún sitio.
No pensaba Susanna que en su hogar, no independentista pero sí contrario a las penas de cárcel para los líderes del procés, se llegase a discutir algún día sobre si es legítimo montar barricadas en la calle. Nadie en su casa lo habría defendido hace un tiempo, asegura, pero ahora su hijo trata de persuadirla de que si las hacen es para defenderse de la policía. Ella le da vueltas al asunto.
–Entonces con volcar el contenedor basta. No hace falta incendiarlo.
–Si está quemando, las furgonetas no pueden pasar. Y si pasan, pegan.
El debate sobre la violencia y los disturbios se ha colado estos días en muchos hogares de Catalunya, especialmente en aquellos donde hay jóvenes, algunos menores de edad, que han participado en unas protestas que se han saldado con 200 detenidos -27 en prisión preventiva- y 600 heridos, la mitad de ellos policías. Media docena de padres y madres consultados por este diario cuentan cómo han discutido sobre los altercados con sus hijos.
“Mi opinión ha cambiado estos días”, admite Susanna. “Yo le defendía que los actos violentos acaban tapando las marchas multitudinarias, pero en parte tiene razón, porque está luchando por lo que cree y esto me enorgullece”, expresa sobre su hijo, convencida de que los altercados han sido la respuesta a una actuación desmesurada de Mossos y Policía Nacional. Su hijo le cuenta -y ella confía- que él no ha estado en primera línea de los enfrentamientos, pero sí presionando junto a la multitud de jóvenes que solía permanecer noche tras noche detrás de las barricadas, desafiando a la policía con su presencia en la calle.
Menos comprensiva se muestra Esther, una madre de Parets del Vallès cuyo hijo de 20 años también acudió cada noche a los altercados en Barcelona. Que él le defienda quemar contenedores como “autodefensa” frente a la policía también la ha pillado por sorpresa, pero en su caso no cede cuando lo comentan en casa. Mucho menos con el lanzamiento de objetos a la policía. “Yo identifico perfectamente los excesos policiales, pero nada de esto puede justificar montar altercados, porque no entran dentro de mi ética y porque es incívico”, sostiene esta madre.
Tras unas movilizaciones que han sacado a la calle a miles de chicos y chicas - algunos adolescentes- y que han dejado imágenes de choques con la policía de una violencia sin precedentes en Catalunya, con un policía nacional en la UCI y cuatro jóvenes que han perdido un ojo, ¿cómo se puede abordar el conflicto en casa?
Jaume Funes, psicólogo juvenil, receta de entrada sosiego en el abordaje de estas cuestiones. “Escuchar, calmar y no inflamar. Como en el amor y el desamor, los adolescentes viven las emociones con mucha intensidad”, constata. “Un joven razonablemente sensato encontrará que el mundo en el que vive es una mierda”, admite Funes, pero añade que el papel de padres y madres puede ser el de cuestionar su discurso “más allá de su vivencia personal”.
De forma parecida se expresa Cécile Barbeito, investigadora de la Escola de Pau de la UAB: “De entrada recomendaría no juzgar, pero tampoco justificar, y sí plantear si los altercados son una estrategia ética o siquiera útil más allá del puro desahogo”. Esta profesora ha elaborado un decálogo para abordar el conflicto en los institutos, partiendo de la libre expresión de sentimientos e ideologías pero tratando de introducir límites que dejarían fuera la violencia o los discursos del odio.
La tolerancia a los altercados
“Se ha roto el tabú. Ya nadie te increpa por romper cosas”, relataba un joven de 20 años a este diario en medio de los disturbios de Barcelona. Muchos de los jóvenes que han tomado parte en los altercados lo han hecho convencidos de que el discurso pacífico imperante del independentismo ha acabado igualmente con condenas de cárcel a sus líderes. También indignados por su vivencia del 1-O, con las cargas de la Policía Nacional y la Guardia Civil frente a quienes defendían los colegios.
A diferencia de disturbios anteriores, como los que protagonizaban movimientos sociales y okupas más minoritarios, esta vez al afectar a una capa más amplia de la sociedad -el independentismo-, la tolerancia a los altercados ha aumentado. “Hay una ruptura en como se entiende la violencia en el debate público; venimos de una sociedad en la que la violencia, entendida como la confrontación en especial con la policía, generaba mucho rechazo, un contenedor quemado era un grave problema de orden público que merecía una intervención contundente”, apunta Jordi Mir, profesor de Humanidades de la Universitat Pompeu Fabra. Y añade: “La gente que se moviliza es tan amplia que ahora hay mucha más gente cuestionando qué es violencia”. Y pone como ejemplo Oriol Junqueras, que en eldiario.es calificó de violencia las condenas de cárcel a los nueve líderes del procés.
Ante este escenario, Mir anima a padres y madres, así como a profesores, a no rehuir el conflicto sino a hacerlo emerger. “Si discutimos sobre violencia lo primero es entender por qué existe sin que te acusen de querer justificarla, el recurso de decir que es gente alterada o mala no explica la realidad yo no ayuda”, expresa. Como profesor, defiende aportar a los jóvenes más herramientas de debate que consignas, y sobre los disturbios, valora: “Mi análisis es que no está demostrado que las vías violentas sean más efectivas que las no violentas; mi opinión es que sobre la violencia no se puede construir nada, porque vulneras la dignidad del otro”.
Una de las madres que ha experimentado este viraje hacia una mayor tolerancia a los altercados es Mireia, que ha seguido cada noche desde su casa en Barcelona los disturbios mientras sus hijas, de 16 y 19 años, estaban en la calle. “He llegado a la conclusión de que quemar un contenedor no es violencia, pero me sigue pareciendo mal y así se lo traslado a mis hijos”, expone esta mujer.
Como las demás madres, se pasó las noches con el móvil como apéndice, viendo las cargas policiales y preocupada por si sus hijos acababan detenidos o recibiendo un disparo de bala de goma. “Da miedo, pero peor sería que se quedasen en casa en un momento histórico. A mi la pancarta de Mamá no estoy en clase pero estoy haciendo historia me emociona”, asegura esta mujer.
El 'enemigo' y la opinión del otro
Cuando los conflictos se agudizan, como ocurrió en Catalunya durante las últimas semanas, un planteamiento fundamental para los psicólogos y pedagogos consultados es que no se deshumanice al enemigo. Funes pone como ejemplo la relación de los jóvenes con la policía, “siempre conflictiva”. “Es importante que pese a todo sigan identificado a la policía como sujetos”, razona sobre cuál podría ser el papel de los padres y madres si surge el tema.
Este principio, no muy distinto al de ponerse en la piel del otro, también lo suscribe el pedagogo Jaume Carbonell, autor de La educación es política. “En muchos conflictos la emoción suele tener más peso que la razón, y aquí es interesante que podamos introducir elementos de debate con todos los puntos de vista”, defiende. “Esto es una responsabilidad desde el punto de vista educativo”, asegura. Sin negar ni relativizar los actos violentos, vengan estos por parte de los manifestantes o por parte de la policía, añade Carbonell.
Para este pedagogo, es un grave problema que en muchos institutos los profesores no se atrevan a abordar el conflicto político en Catalunya por el temor a las quejas de los padres (el 30% de profesores ha renunciado a hablar del procés en clase). Carbonell defiende la escuela como un espacio en el que se garantice que todos los alumnos puedan compartir puntos de vista sobre el conflicto, algo que no siempre ocurre en los hogares, donde a veces las familias prefieren aparcar este debate.
Para Mir, un elemento que no hay que pasar por alto, tanto para comprender el estallido en la calle como para tratarlo en casa, es que algunos han entrado en contacto con la política de muy jóvenes. Y con “bautizos de fuego” como el 1-O. “Toda persona que haya sufrido violencia de este tipo queda marcada; por eso esa fecha se ha convertido en tan importante”, argumenta. A la vez que constata que nunca hasta ahora tantos adolescentes habían empezado a socializar “con discursos muy duros contra el Estado y contra el orden establecido, hasta hace tiempo impensables”.
Más allá de la sentencia del procés, los hijos de Mireia, como tantos otros, conocen los casos de Altsasu o Valtònyc. Y han visto imágenes de abusos policiales que antes no circulaban tanto. “Porque no había redes sociales y porque quizás no eran tan extremos”, opina. Y sentencia: “En plena adolescencia sienten que les ha caído la venda de los ojos”.