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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

“El odio y el espíritu de revancha después de la bomba de Hiroshima no conducían a nada”

“La mañana del 6 de agosto de 1945, mi padre volvió a casa después de su trabajo nocturno como vigilante contra los ataques aéreos y se puso a dormir un rato. De pronto, un estallido de luz nos sorprendió. Se rompieron todos los cristales de casa. El techo salió volando. Muchos cristales se clavaron en el cuerpo de mi madre, que estaba cerca de la puerta de entrada. Mi hermana, que estaba durmiendo, tuvo suerte y no resultó herida. Y yo, que acababa de cumplir tres años, y estaba jugando en la entrada y salí ileso milagrosamente. En cambio, un soldado que había dormido en casa la noche anterior y que había ido a un centro de entrenamiento murió. Todos los soldados que estaban en aquel centro murieron. Se acababa de casar y su mujer resultó también herida. Mi padre la encontró y le trató las quemaduras graves que tenía en el cuerpo. Se recuperó, se volvió a casar y tuvo un hijo. El niño nació con deficiencias mentales y murió veinte años después de cáncer de tiroides”. Masashi Ieshima, que es quien hace esta narración, cree que el cáncer lo provocó la bomba que ese día arrasó Hiroshima.

Ieshima es un 'hibakusha', un superviviente a esa bomba. Y desde que se jubiló viaja por el mundo recordando lo que él vivió y pidiendo que no se repita nunca más. Es vicepresidente de Toyukai, la Federación de Organizaciones de Supervivientes a la Bomba Atómica, con sede en Tokio. Piensa dedicar el resto de su vida a la lucha por la prohibición de las armas nucleares.

Él y Kuniko Kimura han participado en el acto “¿Qué mundo después de Hiroshima?”, que se ha celebrado este lunes 5 de octubre en la Casa de Cultura de Sant Cugat, organizado por el Centro Delàs de Estudios por la Paz, con el apoyo del International Peace Bureau (IPB), Mayors for Peace y Gensuiko antiatom.org.

Kuniko era dos años mayor que Masashi cuando estalló la bomba. Vivía en Hiroshima, a 1,7 kilómetros del lugar exacto donde cayó. “Poco antes de las 8:15 de la mañana escuché el ruido de un avión que pasaba por encima nuestro. Dudé en salir y, de repente, quedé deslumbrada y ensordecida. Después, todo quedó a oscuras. Cuando me incorporé, la casa estaba inclinada, algunas paredes habían caído y dentro todo estaba patas arriba. Mi madre creyó que la bomba había caído sobre nuestra casa. Por eso nos cogió a los niños y salió fuera. Pero la calle estaba llena de gente aterrorizada, corriendo, caminando silenciosamente, colapsando... Algunos cuerpos estaban tan desfigurados que no se distinguía si eran hombres o mujeres”.

Recuerda que de camino hacia un refugio se cruzaron con una niña que tenía muchas heridas. “¡Me quemo, me quemo! ¡Dadme agua!”, les rogó. Los militares le habían dicho a la madre de Kuniko que era contraproducente dar agua a las personas con quemaduras. Le dijeron que se moriría si le daban agua. Caminaron un rato pero la madre se lo pensó mejor y volvió sobre sus pasos. Cuando encontraron a la chica ya había muerto. “Le deberíamos haber dado agua”, le dijo la madre.

¿Cómo es posible no vivir una experiencia tan terrible como esta y no odiar eternamente a los que lanzaron esa bomba? Kuniko Kimura, que es miembro de la Asociación de Supervivientes de la Bomba Atómica, y Masashi Ieshima casi no levantan los ojos de la mesa cuando comentan que el odio no lleva a ninguna parte. Después de la guerra, la animadversión hacia los Estados Unidos era evidente pero “ni el odio ni el espíritu de revancha sirven para nada. Llega un momento en que tienes que perdonar al enemigo. Y nosotros hemos decidido, además, luchar por construir un mundo pacífico sin armas nucleares”, dicen.

“Nosotros, los humanos, podemos empezar una guerra pero al mismo tiempo podemos crear y mantener la paz. Queremos dejar a nuestros hijos un planeta hermoso y pacífico”, afirma Kimura. Ieshima asiente con la cabeza y cruzan los dedos para que nunca se repita la acción brutal que marcó su vida hace setenta años.

Al día siguiente del acto de Sant Cugat les esperan unas Jornadas Parlamentarias en el Congreso. Allí llevarán también su mensaje: “Los 'hikabusha' nos estamos haciendo viejos y nos queda poco tiempo para continuar denunciando la crueldad de estas armas. Compartid, por favor, con vuestros amigos y familias nuestro mensaje”.