La historia de Francesc Freixanet, el director de escuela que peleó contra el hambre de sus alumnos

Sandra Vicente

24 de junio de 2022 22:09 h

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Pasear con Francesc Freixanet por la escuela Antaviana es como intentar cruzar la alfombra roja con un actor de Hollywood. Cada dos pasos alguien sale a su encuentro. Presume del centro dando un largo paseo que coincide con la hora del recreo, así que el recorrido se convierte en una especie de besamanos. Francesc devuelve las muestras de cariño de todos los niños y niñas que le abordan. Con algunos hace un saludo coreográfico y personalizado. Con otros da toques a la pelota. Y a los demás, les atusa el pelo cuando le abrazan haciendo pucheros y pidiéndole que no se vaya.

Francesc Freixanet llegó a Antaviana en 1979 como profesor de sociales. Los últimos 20 años los ha pasado como director, uno de los más longevos de la escuela pública en Catalunya. Pero le ha llegado el turno de jubilarse. Su marcha es una realidad que amarga el último día de curso, antes de las vacaciones de verano.

Ha habido llantos de los niños -y de algún adulto- cuando los 700 alumnos y los dos centenares de trabajadores se han colocado a los flancos de escaleras y pasillos que Francesc ha ido recorriendo desde el ático, al son de los aplausos. Incluso le han regalado una pequeña encina, que se ha plantado en el patio junto a otra que plantó él mismo el día que llegó, hace ahora 43 años.

Podría parecer una reacción exagerada ante la marcha de un simple director. Pero es que Francesc no es un simple director. Desembarcó en el barrio barcelonés de Les Roquetes desde Camarasa, un pequeño pueblo de Lleida, para convertirse en un firme defensor de los derechos de los vecinos, ya fueran adultos o infantes. “De joven no solo quería ser maestro, quería ir más allá de los libros y ayudar a quienes lo estuvieran pasando mal”, recuerda. Fue ese deseo el que le impulsó a aceptar un trabajo en el distrito de Nou Barris, el más empobrecido de Barcelona y en el que se sufren más desahucios de toda la ciudad.

Desde la escuela para el barrio

“En nuestro centro hay de todo: familias muy pobres, destartaladas, monoparentales... También niños con discapacidad y muchos alumnos gitanos, que son en su gran mayoría absentistas”, relata Freixanet. La realidad del barrio es muy dura y Francesc nunca lo ha obviado. De hecho, hace algunos causó mucho revuelo cuando, entrevistado en el programa 'Salvados' de Jordi Évole, afirmó en 2013 que algunos de sus alumnos tenían que rebuscar en la basura porque pasaban hambre.

“El día a día de este centro es escuchar a familias llorando, que te ponen encima de la mesa quinientas monedas de céntimo para pagar lo que te deben”, reconoce el director. Para paliar esa precariedad galopante, se convirtió uno de los grandes impulsores de las becas comedor en Barcelona, motivo por el cual llegó a reprender diversas veces al exalcalde Jordi Hereu. “Los políticos piensan que la realidad aparece en los ordenadores de sus despachos, pero no tienen ni idea”, dice.

La lucha de maestros como Francesc Freixenet consiguió que el consistorio doblara el presupuesto para becas comedor en 2014, un año muy marcado por la recesión económica. Así, esas ayudas pudieron llegar a muchos niños que “de no ser por la escuela, no tendrían qué comer”, dice Francesc, sobre una realidad que conoce bien, puesto que el 70% de sus alumnos recurre a esta beca.

Pero las ayudas públicas no suplen todas las carencias y menos ante sacudidas socioeconómicas como la causada por la pandemia. “Esta crisis es peor que la de hace diez años porque es más silenciosa. Vemos muchas carencias emocionales y materiales y las intentamos suplir como podemos”, explica el docente, quien dedica gran parte de su esfuerzo a trabajar con Servicios Sociales, ONG y casas de monjas que puedan facilitar comida. También se coordina con entidades del barrio para parar desahucios o, en su defecto, conseguir un hogar alternativo. “Debemos buscar la felicidad de los niños y sus familias, sea como sea. Y eso supone que no pasen hambre y tengan un techo”, asegura.

El maestro que burló al subastero Alberto Royuela

Si dentro del aula Francesc Freixanet era todo ternura, fuera enseñaba las garras. Fue muy incisivo con la administración pública y hacía gala de la picaresca para sortear a cualquiera que quisiera desestabilizar los pilares de su escuela. Así lo hizo con Alberto Royuela, el subastero y conocido militante de extrema derecha. Sus caminos se cruzaron cuando Ton i Guida (el centro que luego se fusionaría con otra escuela para formar Antaviana) se encontraba en su proceso para convertirse en escuela pública, tras la muerte de Franco.

“Aquello fue una guerra. Estábamos endeudados hasta el cuello, así que hicimos manifestaciones y nos encerramos en el despacho del conseller Joan Guitart para que nos dejara pasarnos a la red pública, a pesar de los números rojos”, recuerda Freixanet. Incluso, llegó a escribir una carta a Marta Ferrussola, esposa de Jordi Pujol y subscriptora de la escuela, para que les ayudara a superar el bache económico. Pero nada funcionó y se vieron empujados a una subasta pública para liquidar la deuda.

Como no podía ser de otra manera, allá por los ochenta, Royuela apareció, junto a otros subasteros, un clan de una sesentena de personas que con malas artes acaparaban las subastas judiciales en la Barcelona de los 80. Freixanet los conoció cuando llegaron para hacerse con las entrañas de la escuela y luego lucrarse con ellas.

“¡Pero les dimos bien por saco!”, exclama Francesc. Todo lo que había de valor en la escuela se lo quedaron y, en su lugar, subastaron cosas que la gente del barrio quería tirar. Libros anticuados, muebles ajados...Todo lo que no servía es lo que fue a parar a manos de los subasteros. “Había que hacer lo que fuera para salvar la escuela”, dice este director, cuyo periplo no había hecho más que empezar.

La crisis que llegaría años más tarde haría que se encarara también con inspectores de educación y políticos, sobre todo durante aquellos años durante los cuales la consellera de educación Irene Rigau prohibió a los docentes hablar con la prensa sobre los recortes. “A mí nadie consiguió hacerme callar”, dice. Por motivos como este, en el equipo de Rigau se le conocía como “revolucionario”. Tanto, que la consellera declinó asistir al aniversario de Antaviana por miedo a “una encerrona”, tal como ella misma le reconoció en una reunión que tuvieron.

“Sabía que éramos un centro combativo. Y lo sabía porque tenía un dosier lleno de fotos de nuestra escuela durante las protestas”, recuerda Francesc. “Aquello era espionaje y así se lo dije. También le aseguré que en mi escuela cualquiera es bienvenido y tratado con respeto, aunque al día siguiente me vaya a una manifestación contra su gestión”, añade el director, quien reconoce que, tras esa charla, mantuvo una relación muy “plácida” con Rigau. “Como amigos de toda la vida”, dice entre risas.

34 años en la corteza de un árbol

Francesc Freixanet repasa la historia de su escuela mientras presume de todas las aulas y recovecos de Antaviana. Ese es su hogar y también el de 700 niños y niñas. “Algún día escribiré un libro sobre este lugar”, dice, dejando asomar la melancolía. Pero este director no se jubilará nunca del todo. Puede que deje de venir cada día al centro, “pero me seguirán teniendo cerca. Ahora verás por qué”, asegura, antes de mostrar la que es la joya de la corona.

Dejando atrás las zonas de recreo, hay una serie de rampas que acaban en una puerta cerrada. “No te asustes”, advierte Francesc. Al abrirla, muestra una habitación oscura, solo iluminada por una bombilla roja, bajo la que se acurrucan unos cuantos patitos. En esta incubadora llegan al mundo las aves que habitan Antaviana, entre las que también hay pollos y gallinas ponedoras. La fauna va aumentando gracias a los regalos de las familias y alumnos. “Este me lo dieron hace poco, es muy exótico”, dice en referencia a un pollo japonés, que atrapa con habilidad para colocárselo en el brazo y decirle toda clase de monerías.

Si la fauna crece, la flora no se queda atrás. Al hacerse mayores, los patos irán a parar al huerto que hay tras la escuela, del que nacen patatas, calabazas y toda clase de frutas como kakis, higos o membrillo. Vegetales que van a los hogares de los alumnos. “No sabes la cara de felicidad de un niño con su saco de patatas, cultivadas por él. Y tampoco la alegría de una familia de recibir esa comida”, reconoce Francesc.

Esos árboles son testigo de su paso por la escuela desde el primer al último día. “Venir aquí fue la mejor decisión que he tomado”. Pero algo habrá de lo que se arrepienta. “Claro. De no haber sido más duro con la administración para pedir más recursos y mejor repartidos”, dice Francesc, quien quizás se jubila como docente, pero todavía no tiene pensado darse de baja en su militancia por la educación y los derechos sociales en el barrio.