La cita mantenida este martes en Lledoners entre representantes de ERC y de Junts no sirvió para encarrilar el acuerdo de investidura, aunque sí para dar pasos adelante en el diseño del Govern. Sin embargo su principal efecto ha sido el mensaje enviado de puertas para adentro en el seno de la formación posconvergente. La reunión, al más alto nivel, con Pere Aragonès y Oriol Junqueras involucrados en la negociación por primera vez, no se celebró en Waterloo ni en la sede barcelonesa de Junts, sino en la cárcel y con Jordi Sànchez como máximo dirigente en el otro lado. El secretario general se reivindicaba así como el líder efectivo del espacio y el hombre que tiene la llave de los acuerdos para echar a andar la próxima legislatura catalana.
El ascendente de Sànchez en Junts es un poder construido desde la prisión, a la que entró hace tres años y seis meses como líder de la ANC. Al veterano militante independentista se le conocían simpatías con Convergència y buena relación con Artur Mas, pero era un hombre sin partido cuando puso un pie en Soto del Real en octubre de 2017. Dos meses después, cuando Carles Puigdemont se lanzó a confeccionar una lista de independientes para formar su primer JxCat, una de las primeras comunicaciones fue con Sànchez, a quien le ofreció el puesto de número dos. Desde entonces, el expresidente de la Assemblea ha mantenido esa posición de coliderazgo que, con Puigdemont centrado en los asuntos europeos, se ha convertido en una jefatura unipersonal en la práctica.
La trayectoria política del hombre que pilota Junts no siempre estuvo vinculada a Convergència y ni siquiera a asuntos del vértice nacional en algunos momentos. Sí comenzó pronto en el activismo independentista, en los primeros años 80, cuando Sànchez fue una de las caras visibles de la 'Crida a la Solidaritat', un movimiento centrado en reivindicaciones culturales en defensa de la lengua catalana que también tenían un fuerte componente secesionista y antirrepresivo. Tras la disolución de la Crida, a Sànchez se le sitúa en el entorno de ICV. Es esta formación la que le propone como consejero de la corporación que dirige TV3 y la radio pública catalana, ocupación que compatibiliza con la dirección adjunta de la fundación Jaume Bofill, una de las entidades más prestigiosas sobre el estudio de la educación catalana.
Fruto de esa cercanía a los ecosocialistas, Sànchez se incorpora en 2010 a la Sindicatura de Greuges, la oficina del defensor del pueblo catalán, de la mano de Rafael Ribó, exlíder de ICV. Su saltó a la ANC, principal organización de la nueva hornada independentista, se produciría cinco años después, en pleno momento de eclosión del 'procés'. Sànchez se presentó a la elecciones internas de la Assamblea en un momento en el que había que renovar a Carme Forcadell, cercana a ERC. Su desembarco se produjo cuando Convergència presionaba a los republicanos para formar una lista conjunta, que acabaría siendo Junts pel Sí. Sànchez, ya convertido en presidente de la ANC, apadrinó aquel proyecto.
Desde entonces se le ha considerado una persona alineada con Mas y, recientemente, bien considerada por Carles Puigdemont. Durante las semanas álgidas del procés, tras el referéndum del 1 de octubre de 2017, Sànchez defendió, tanto personalmente como a través de mensajes cuando ya estaba encarcelado, que era preferible ir a elecciones que aprobar una declaración unilateral de independencia. Era la tesis que entonces abanderaba Mas y el PDeCAT, y lo contrario de lo que acabó haciendo Puigdemont. Una división en un momento clave en el tándem que ahora dirige Junts que los sectores más duros del propio partido no olvidan.
Pese a esto, si Sànchez ha podido ascender desde la prisión hasta convertirse en la voz más autorizada de Junts es gracias a su preponderancia entre las diversas familias políticas que componen el espacio. El secretario general es un referente respetado por la corriente más pragmática y que ha formado parte de los cuadros y altos cargos del Govern en la última legislatura. También es una figura autorizada ante Puigdemont y los suyos en Waterloo, además de una persona que se entiende con los cargos provenientes de la antigua Convergència y el mundo local. Finalmente, también ha sabido convencer al sector más cercano a Quim Torra, hoy encarnado por la presidenta del Parlament, Laura Borràs, de quedarse fuera del Govern y dar paso a un relevo.
En Junts, prácticamente todo el mundo reconoce en Sànchez una figura que aúna capacidad de liderazgo político y, a la vez, las dotes de un buen secretario de organización capaz de ordenar y “hacer partido”. Una cuestión, esta segunda, que hasta ahora había sido en parte menospreciada. Los posconvergentes y el propio Puigdemont apostaron desde 2017 por un Junts per Catalunya que tuviera más forma de movimiento político que de organización clásica. Prueba de ello es que no se plantearan fundar un partido como tal hasta prácticamente el verano pasado, y que aún no hayan acabado de elegir sus órganos de dirección.
Hasta entonces Puigdemont y los suyos se habían ido valiendo de diferentes candidaturas y organizaciones instrumentales para acudir a las urnas. Para los primeros comicios, convocados por Rajoy mediante el artículo 155 de al Constitución, optaron por una coalición entre el PDeCAT y Convergència, bajo las nuevas siglas JxCat. Después fueron sacando de la ecuación a la formación de Jordi Pujol y se hicieron nuevas y diversas coaliciones para las generales, las europeas y las municipales, donde también la fórmula pudo variar por municipios. Por el medio estuvo el experimento de la Crida Nacional, partido que llegó a fundarse pero que no acabó de tirar adelante. Incluso inscribieron otra formación, al principio subordinado al PDeCAT, bajo el nombre de Junts, que sería el que acabaría usando Puigdemont para presentarse a las últimas catalanas, ya sin el PDeCAT.
Al líder en Waterloo siempre le ha interesado poco la vida orgánica de partido, los corsés de los órganos de dirección, los congresos de tediosas ponencias organizativas y las negociaciones de orfebrería por la última enmienda. Puigdemont es más de los que opina que la política es, sobre todo, acción y relato hacia afuera, y liderazgo hacia adentro. Sànchez, en cambio, es un político avezado en el equilibrio interno, en el pacto con el de al lado y en la negociación con la cabeza fría. Por eso, mientras Puigdemont fue el mascarón de proa de Junts y obtuvo buenos resultados a bordo de fórmulas electorales ligeras y rápidas, aunque no fueran estables, Sànchez no sobresalió y se limitó a hacer el poco visible trabajo de la retaguardia.
Pero la apuesta por el partido-movimiento de Puigdemont ha quedado deslucida tras las elecciones del 14 de febrero, cuando no consiguió superar a una ERC que se ha decantado por construir una organización de corte clásico, burocrática y profesionalizada en la mayor parte de los cargos técnicos. Así, ante la nueva necesidad de Junts de construir un partido fuerte para una legislatura en la que no tendrán la presidencia de la Generalitat, el nombre de Sànchez ha tomado nuevo relieve y el secretario general ha querido mostrar, tanto a los suyos como a los ajenos, que su liderazgo es estable y que es a él a quien debe irse a ver si se quieren los votos de Junts en una investidura.