Jugaban a futbito en el campo del colegio. No había otro en Deifontes, pequeño pueblo granadino de 2.000 habitantes. Saltaban la valla y después les perseguía la policía. “Era capaz de detenerte y llevarte a casa por jugar”, dice. Aunque tuvieran solo 10 años. “La primera vez nos pillaron a todos, luego aprendimos a escapar cada uno para un lado y solo pillaban a algunos”, recuerda. “Yo lloraba, tenía miedo, pensaba que me iba a la cárcel, pero me llevaban a casa”. De esos recuerdos, de las conversaciones de bar como camarero, de las temporadas en el campo y en la construcción, de su pasión por la literatura más periférica y de su espíritu punk, Juarma –“Juan Manuel López hay muchos”, se justifica– se ha sacado a sus 40 años su primera novela, 'Al final siempre ganan los monstruos' (Blackie Books), que retrata con crudeza y mucho ritmo las aventura, crímenes y destrozos físicos y emocionales de unos treintañeros sin futuro y enganchados a la cocaína.
“¿Cómo voy a tener nostalgia, si hace unos años normalizábamos que la policía te persiguiera por jugar al futbito teniendo diez años, o que un niño llegara al colegio con el ojo morado y nadie le preguntara, o que dos hombres no pudieran besarse en la calle?”, lanza Juarma. Resulta igual de duro y a la vez vibrante cuando indaga en los recuerdos de sus personajes, cosidos a hostias familiares, que cuando cuenta un presente de treintañeros acorralados entre la precariedad y las drogas.
“El libro iba sobre la marihuana, porque en el sur cuando uno no tiene medios, pues como en todas partes, te ganas la vida como haga falta. En las noticias se ve a los que detienen. Pero luego está el que planta que no es solo plantarla, es cuidarla, protegerla, que si te dan una paliza no puedes denunciar… Lo que pasa es que luego me di cuenta de que todos mis personajes tenían en común otra cosa: la cocaína”, relata desde Vilassar de Mar (Barcelona), invitado a las jornadas 'Vilassar de Noir' de novela negra.
La novela de Juarma retrata el mal con cierta ternura, generando una extraña empatía con alguien que se dedica a robar a abuelas o a pegar palizas al que le mire mal, y difuminando con grises a los monstruos malvados con una mezcla de retrato generacional marginal –a lo 'Trainspotting'– y novela negra de pueblo, el pueblo inventado Villa de la Fuente en el que tantos se pueden identificar. La fuerza de los personajes, algunos más rudos y transparentes, otros retorcidos, está en “dejarlos hablar, que cuenten su historia”.
“Las personas son así, hay quien tiene el corazón envenenado y no tiene arreglo, pero luego hay mucha gente que a veces les tienes miedo y luego estar con ellos es lo mejor del mundo, porque tiene unos valores que solo él los entiende pero que te hace estar bien y que se complican la vida y se la complican al resto, no sé, porque no saben hacerlo de otra manera o porque así se divierten más”, opina en una definición de malvado que cuadra con los grandes antihéroes del cine y la literatura.
Unas capas después, el libro te enseña que no solo habla de drogas, sino también de problemas de salud mental que facilitan la adicción y los excesos. “Está el consumo lúdico y el consumo diario. ¿Cómo ganan dinero los que consumen a diario? Pues se lo buscan... El tema es que mucha gente usa las drogas para tapar todas sus basuras, porque la cocaína te deja en blanco. Esquizofrenias, TOC, depresiones... Todo eso afecta un poco y hay muchos prejuicios, como si la gente se drogara porque quiere, pero es todo un poco más complejo y más difícil de explicar, te agarras a eso para tapar muchas cosas cuando no ves futuro”, reflexiona.
El libro, que ahora ya va por la tercera edición y ha vendido más de 10.000 copias en cuatro meses, empezó siendo un post de Facebook en el perfil de Juarma. Pero los amigos le escribían preocupados por las sórdidas historias. “En el pueblo me daba un poco de corte que supieran que escribía”, reconoce. Así que creó un grupo privado al que llamó “Club de lectura” y así consiguió sus primeros 65 lectores, mayormente familiares y amigos. E iba colgando episodios, cada uno contado por un personaje diferente.
“Para mí era una pasada, y en el último episodio salían todos”. Después, unos colegas montaron una editorial pequeña, Camping Motor, solo para publicar su libro, “una parte para tenerlo la gente más cercana y otra para moverla en editoriales. Yo quería fotocopiarlo y ya”, dice. Y luego llegó Blackie Books, la editorial independiente de Barcelona que este año cumple su décimo aniversario convertido en sello de culto de la literatura independiente. “Hubo otras editoriales que se interesaban pero decían que 'ya para el año que viene'… Y yo les decía que necesitaba la pasta”, cuenta.
Cada personaje del libro cuenta su movida. “Hay gente que interpreta lo que dicen de manera muy literal, pero los personajes te están contando una historia con sus mentiras, se están justificando todo el tiempo y nadie los juzga, te cuentan cosas que no estás acostumbrado a escuchar, te metes, te manchas y luego sigues con tu vida”, señala Juarma. Y en ese juego de mentiras dentro de la ficción, pequeñas autobiografías justificatorias de delincuentes de barrio con más o menos sentimientos, está la salsa adictiva de su obra, que de alguna forma da una respuesta literaria al boom de raperos que cuentan historias crudas sobre ganarse la vida en las periferias, sin edulcorantes. Pero en esta ocasión, desde un pequeño pueblo donde la precariedad y la delincuencia también aparecen cuando escasea el trabajo digno y bien pagado.
Los malotes de Juarma son hombres. “Si metía a una mujer inmersa en las drogas, tenía que entrar en todo el mundo de abusos y se me iba, no me veía muy legitimado para explicar esa realidad a fondo”, argumenta. Con lo cual las chicas del libro aparecen como personas responsables, madres, hermanas, novias, salpicadas por los destrozos de los hombres. “¿Cómo te enseñan a ser un hombre en este país? Si te pegan, pega más fuerte. Y si te preocupa algo, te vas al bar”, sentencia.
Hasta hace dos años, Juarma alternaba curros temporales –“el más largo un año como camarero y siempre me iba quemado”–, sobre todo en la hostelería, en la construcción, y también como temporero en el campo, un trabajo heredado de sus padres que le complicó un poco la carrera de Filología Hispánica.
“Me costó un poco sacarme la carrera, por las temporadas en el campo y porque la beca llegaba en julio y después venían largas temporadas de comer espaguetis blancos. ¿Fiestas en Granada? Bueno, de botellón, lo que se podía”, recuerda el escritor con el mismo tono informal y dialecto intacto que retrata en su libro, reivindicando esa oralidad regional, seguramente más respetada en la literatura latinoamericana, pero que viene pisando fuerte con autoras jóvenes en España como Andrea Abreu y su primer pelotazo, ‘Panza de burro’, por el que reconoce devoción.
Uno de los referentes de Juarma es Mohammed Chukri, escritor rifeño que empezó a publicar después de salir de la cárcel contando también las miserias de una juventud precaria y marcada por la violencia. “Lo leí y dije: yo quiero escribir algo así”, dice. Pero Juarma, metalero y punk, empezó a escribir en el fondo porque no tenía medios para montar un grupo.
“Empecé por poesías que podían ser canciones de punk y desde los 20 escribo novelas, pero me daba corte publicarlas”. De adolescente montó un fanzine en el pueblo con amigos y de la escritura pasó a la ilustración, que dice que le daba menos vergüenza. Y ahora, como plasma en el libro, su interés por Black Sabbath o Eskorbuto sigue intacto pero les ha sumado otros como Romeo Santos o Bad Bunny, sin la acritud habitual de los roqueros hacia el reggaeton. “Al final, el reggaeton es música de gente joven de la calle, es como el rock hace 30 años, la música te cuenta aspiraciones de la gente joven”, remata con chaqueta de chándal Adidas y vaqueros entre trago y trago a su White Label con Coca-Cola cero.
Ahora hace bolos de ilustración, entre otros con la revista 'Jueves', y ha publicado también sus primeros libros de cómics, con un universo particular, sarcástico y oscuro y manteniendo el espíritu de fanzine, hasta el punto que uno de ellos, ‘Me gustas pero dentro de un nicho’, se vende online por cuatro euros publicado por la editorial “impreso en la copistería de mi calle”.
Juarma ahora se gana la vida como autónomo, entre dibujos y literatura: “El libro está yendo bien, pero vamos, que si hay que volver al bar o la construcción, los puedo hacer perfectamente, vuelvo y no pasa nada. En la hostelería, los ratos que tenía para pensar o para escuchar me servían para darme cuenta de cómo la gente habla, cómo se mienten, y luego me servía para mis libros”.
Juarma prefiere no entrar mucho en temas de actualidad porque dice estar bastante desconectado, y aunque expresa cierto optimismo por la reforma laboral, no quiere hacer grandes paralelismos entre la juventud que retrata en su libro, “un momento concreto en un lugar puntual”, y la situación política o social del país. “Tengo mucha fe en la gente joven, de los políticos y empresarios tiendo a descreer, aunque no estoy muy informado. Veo conciencia, más información y capacidad de ver cómo organizarse y cambiar las cosas. También creo que empieza a haber más sensibilidad con los temas de salud mental y gente más preparada que cuando yo tenía 20 años, que no tenía ni puta idea de nada”.