La primavera pasada, Albert Rivera decía que contar con Manuel Valls para la candidatura en Barcelona sería como competir con un Ferrari. La decisión no estaba tomada, pero el idilio entre ambos dirigentes estaba en marcha. Valls veía en Rivera una especie de Macron español, un joven liberal, defensor de la Unión Europea, que luchaba contra el nacionalismo desde el centro. Rivera creía que Valls le conferiría a su partido el aura europeísta que tanto anhelaba y le serviría para conseguir un resultado destacado en la capital catalana. Un año después, las relaciones entre ambos están tocadas y nadie sabe hasta cuando durará la alianza entre Valls y Ciudadanos.
La historia del desencuentro entre Valls y Rivera es una historia de falsas expectativas. Todos esperaban mucho del otro y con el tiempo se fueron dando cuenta de que se habían equivocado. Valls, según fuentes de su entorno, no conocía suficientemente el perfil de Ciudadanos. Rivera, acostumbrado a mandar por encima de todos en su partido, arriesgó demasiado y acabó concediendo los recursos económicos y su marca a un candidato que no se iba a dejar moldear por nadie. Cuando se dieron cuenta, ya era demasiado tarde.
La brecha entre ambos grupos se vio durante la noche electoral del domingo en Barcelona. Valls y su equipo siguieron los resultados en una sala del Hotel Gallery. En otra habitación contigua del mismo hotel, se reunieron los dirigentes y candidatos de Ciudadanos para hacer lo mismo. Minutos después comparecía Valls y advertía al partido naranja de que si pactaba con Vox en Madrid rompería su alianza.
Un desencuentro fraguado a fuego lento
Todo empezó en el convulso otoño de 2017. Valls, catalán de nacimiento, opinaba contundentemente contra el independentismo catalán desde París. Semanas después, durante la campaña de las autonómicas convocadas por el 155, arropó a Rivera y Arrimadas junto a Vargas Llosa en un acto llamado ‘El futuro de Europa’. La relación en ese momento es buena y hay sintonía entre los dos líderes, que mantienen el contacto durante las semanas posteriores.
Rivera y Valls vuelven a coincidir en marzo en una manifestación constitucionalista en Barcelona. Ahí, junto a otros miembros destacados del constitucionalismo –en especial Ramón Bosch, expresidente de Societat Civil Catalana– suena cada vez más fuerte la posibilidad de que Valls se implique en la política española. Un mes después, Valls vuelve a participar en un acto en Madrid y carga otra vez contra el independentismo catalán. Horas después y tras pactarlo con Rivera, desliza en una entrevista que se está planteando presentarse a la alcaldía de Barcelona.
Las negociaciones siguen durante todo el verano con mayor o menor intensidad. En Ciudadanos saben que la apuesta es arriesgada, pero consideran que en el peor de los casos Valls igualará los resultados de Mejías en 2015. En ese momento ya hay acuerdo en que Valls se presentará junto a Ciudadanos pero todavía no se sabe de qué manera y cómo se elaborará la lista. El primer desencuentro llega a finales de septiembre, durante la presentación de la candidatura del exprimer ministro francés.
Fuentes de Ciudadanos en Catalunya señalan ese acto en el CCCB como el primer aviso de que el candidato iba a ser más incómodo de lo esperado. “Había muchas cosas por cerrar, y de golpe nos enteramos de que presentaba su candidatura”, explican fuentes de la formación naranja, aunque matizan que Rivera y Arrimadas sí debían conocer el anuncio. Ninguno de los dos, sin embargo, fue al acto y se limitaron a mostrar su apoyo en Twitter.
Tampoco nadie del grupo municipal en Barcelona fue a la presentación, donde Valls apeló al catalanismo moderado y a su pasado socialista como pilares de su candidatura. Los recelos empezaron a recorrer el partido, aunque por aquel entonces afectaba sobre todo al grupo municipal, que se sentía ninguneado tanto por el nuevo candidato como por la dirección del partido.
En la candidatura de Valls creen que las desavenencias empezaron más tarde, en enero, cuando Ciudadanos se alineó con Vox y PP para desbancar a los socialistas de la Junta de Andalucía. Valls vio amenazado su proyecto en Barcelona y se desmarcó rápidamente del acuerdo mediante un comunicado. “No todo vale”, decía Valls en una nota de prensa en la que insistía en su independencia. El comunicado no gustó nada a la dirección de Ciudadanos. La situación se repetiría un mes después, cuando Valls aseguró que no iría a la manifestación de Colón junto a PP y la ultraderecha. El partido presionó y Valls finalmente accedió a participar en la concentración, pero evitó hacerse la foto con el resto de líderes.
La campaña del 28-A
Ya con las relaciones muy tocadas, la campaña de las generales acabó de separar a ambos líderes. El cordón sanitario al PSOE que defendió Rivera jugaba en contra de los intereses de Valls en Barcelona, que abogaba por un pacto con el PSC. El exprimer ministro francés se volvió a desmarcar y mandó una carta a Rivera, Pedro Sánchez y Pablo Casado pidiendo un “gran pacto constitucionalista” para aislar a Vox, Podemos y los partidos nacionalistas.
Rivera ignoró su mensaje y Valls evitó hacer campaña por Ciudadanos. El exprimer ministro francés sólo acudió, tras muchas dudas, a un acto en Barcelona en el que participaba Rivera a falta de tres días para los comicios y lo hizo como oyente, sin intervenir en ningún momento. Durante la campaña de las municipales, ambos han evitado la foto juntos y la única que ha arropado a Valls ha sido Inés Arrimadas, que cierra simbólicamente la lista en Barcelona.
Fuentes de Ciudadanos que participaron en las negociaciones con Valls creen ahora que fue un error esconder las siglas del partido, si bien reconocen que era algo que se pactó con Valls. “La marca de Ciudadanos ya le daba los cinco concejales que ya teníamos, como mínimo”, señala un dirigente del partido. “El resto lo debía atraer él”. En los momentos más optimistas de las negociaciones, unos y otros llegaron a pensar en la victoria o, como mínimo, en llegar a los 9-10 ediles. La operación ha fracasado y Valls sólo ha conseguido seis.