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Memorias del primer “profe enano” de España: “Los adolescentes entienden mejor la diferencia”

Josep Maria Alaña, en el barrio donde reside, en Les Corts de Barcelona

Pau Rodríguez

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El día que Josep Maria Alaña, con 22 años de edad y 127 centímetros de altura, entró en un aula para dar clase por primera vez, optó por sentarse en un taburete, en medio de los alumnos. “Les empecé a preguntar si conocían a ese tal profesor Alaña”, recuerda. Al cabo de un rato, bajó al suelo y se presentó. “Y ya comenzamos a hablar del programa. Con la primera impresión a veces te juegas el curso”, advierte este docente jubilado, hoy con 70 años. 

Ese episodio sucedió en un instituto de Gavà, en Barcelona, en 1973. Alaña acababa de licenciarse en Biología, era militante del PSUC y ya por entonces tenía claro que su futuro iba a estar ligado a la docencia. “Sabía que no podía dedicarme a la investigación, porque toda la aparatología de los laboratorios no estaba adaptada, pero sí podía hablar. Y si podía hablar, podía dar clase”, recuerda.

Este profesor jubilado padece acondroplasia, lo que históricamente se ha conocido como enanismo. El término enano, rechazado por algunas entidades del colectivo –que lo consideran estigmatizador–, él decide usarlo incluso para el título del libro que acaba de publicar, Profe y enano (la edición es en catalán, por Editorial Octaedro), y al que acompaña un subtítulo: “El orgullo de la diferencia”.

Alaña fue la primera persona con enanismo que sacó plaza de funcionario para la docencia en España, para pasmo de los responsables de la Administración, según ellos mismos le manifestaron. Fue antes de la llegada de la democracia. Empezó en un instituto de Gavà, dando clases en el turno de noche, luego pasó por el barrio de Can Tunis, en Barcelona, y acabó recalando en el centro donde había cursado la Secundaria, el Institut Jaume Balmes.

De todo ello habla en su libro, que pese al nombre constituye unas memorias más vitales que exclusivamente profesionales. También de sus dos etapas en el Departamento de Enseñanza, del 1988 al 1998 y del 2002 hasta su jubilación en 2011, en tareas de formación del profesorado y de impulso a la Formación Profesional. Además, tiene otros libros publicados, siempre autobiográficos, como Mama, papa, el tutor d’aquest any és un nan o A 30 centímetros del suelo

A Alaña le gusta conversar y se nota. Casi tanto como la docencia y la pedagogía, que le apasionan. A lo largo de sus distintas etapas como docente, asegura que nunca tuvo problemas con sus alumnos debido a su discapacidad. “Los jóvenes, si te entienden, te ayudan. Yo era un marginado igual que ellos y me veían a su lado en este sentido”, explica. Y añade: “Los adolescentes entienden mejor la diferencia si tú les entiendes a ellos”. ¿También las familias? “Con los padres y madres, es cierto que primero me miraban pensando ‘quién es este…’, pero al cabo de cinco minutos ya estaban hablando de sus hijos, que es lo importante. También ellos sabían que yo era el que mandaba”, subraya Alaña.

Esta aparente normalidad en el trato no significa, por ejemplo, que los alumnos no tuviesen motes despectivos para Alaña a sus espaldas. El exdocente recuerda cómo se dio cuenta de ello con el tiempo, pero le quita hierro. “Claro que tenían motes, pero es que yo también los pongo, ¿eh? Es una forma de socializar. ‘Pitufo’ o ‘enano cabrón’, pero este último me lo dijeron en el [Institut Jaume] Balmes después de un castigo. Y me lo decían porque les había castigado, no por ser quien era. Esto va un poco con el sueldo de profesor”, comenta.

La trayectoria académica y profesional de Alaña no se entendería, explica él mismo, sin una familia que nunca le añadió más barreras que las que le suponían su propia estatura. “¿A cuántos hombres y mujeres de pueblo, por ejemplo, les dejaron sus padres venir a estudiar a Barcelona? ¡Les cortaban las alas de ser independientes! Sus hermanos se iban y ellos y sobre todo ellas se quedaban, a veces por miedo a lo que les pudiese pasar, desgraciadamente”, lamenta. También le ayudó a él una temprana militancia política antifranquista, en la agrupación comunista Bandera Roja y luego en el PSUC, donde desde muy joven le hicieron sentir como un igual. “Solo podemos tener una sociedad igualitaria si partimos de la diferencia y la aceptamos”, proclama 40 años después. 

De ahí que su principal “obsesión” en materia pedagógica haya sido siempre la evaluación. “Siempre he pensado que calificamos demasiado y no evaluamos”. Su gran lucha, explica, es contra la filosofía del suspenso con un 4,6. “Este es un gran déficit. Quizás muchos profesiones no lo entienden porque no han hecho Pedagogía. Cada alumno tiene una historia diferente y no se puede normalizar ni poner un mismo listón [en el 5] para todos”, afirma.

Consciente de las limitaciones asociadas al enanismo, Alaña reconoce que se abrió paso en las aulas a base de confiar en su capacidad intelectual y siendo competitivo, sin prestar demasiada importancia a la discriminación de su colectivo. Cuando todavía faltaban décadas para las cuotas para las personas con discapacidad en las oposiciones –se introdujeron pasados los 2000–, los referentes que Alaña tenía de las personas con acondroplasia eran personajes malvados de la tele, “como el de 007”, y gente del mundo del espectáculo. “Yo me distanciaba de las otras personas enanas, me decía: ‘Yo no soy esto’”.

En Profe i nan, Alaña relata una vida plena y de la que está satisfecho. Éxito laboral, aventuras políticas, pareja, dos hijos… Sin embargo, en paralelo también reconoce que no fue hasta los 50 años, ya con dos adolescentes en casa, cuando hizo lo que considera “salir del armario”. “Llevé a mi hijo al psicólogo y me dijo que el crío no tenía nada, pero que no estaría mal si yo me pasara por allí. Y entonces me empecé a vaciar. Lo más fácil es la negación, decir que todo te ha ido bien. Eres profe, tienes hijos… ¿Quién te va a decir algo? Pero sí, es cierto que no me aceptaba, yo competía y demostraba que podía, pero a la vez no había salido del armario”, explica.

Salir del armario, explica, es para él reconocer que forma parte del colectivo. “Ver que hay otra gente como tú, que podemos ser amigos y defender juntos nuestra diferencia”, resume. Allí empezó otra etapa de su vida, que es la de la militancia en colectivos como AFAPAC, la Asociación de Familiares y Afectados de Patologías de Crecimiento. 

Alaña explica en el libro el odio que sintió siempre de joven con los espejos –“son odiosos, te recuerdan siempre quien eres cuando quieres escapar”–, y habla sin tapujos sobre las relaciones de pareja e incluso el sexo, ya desde joven. “Era una fuente de fracasos, claro, pero cuidado: ¡Igual que los demás! Lo que pasa es que tú, con 1,27 centímetros de altura, no eres capaz de ver que los de 1,80 puede llegar a ser igual de infelices en este aspecto”, evidencia. 

Durante la adolescencia chocó en este ámbito con el menosprecio de algunos amigos. “Los había que eran tus amigos hasta el viernes, porque querían ir a ligar y contigo no podían”, dice. “Esto va en el lote. Pero el problema es pensar que esto siempre será así, y no es verdad”, asegura. Algo parecido ocurre con el sexo. “Crees que nadie te querrá y no podrás ser amado. Pero cuando te das cuenta de que esto no es verdad… ¡Aire!”. Su primera experiencia fue con 25 años y con una compañera de partido. “Duró dos días, pero me dije: ya se ha abierto el camino”, explica. 

Jubilado de la docencia, Alaña hizo durante un tiempo de voluntario en el Casal dels Infants, en el Raval, pero también lo dejó y ahora se dedica a escribir y al activismo. Las causas del colectivo de personas con acondroplasia todavía son miles, dice. Que haya suficientes muebles, ropa o coches adaptados es una de ellas. “Los vehículos de las agencias no están adaptados, así que cuando vas de viaje no puedes alquilar coche”, lamenta. La otra gran batalla es para acabar con los espectáculos como el de los 'bomberos toreros', en el que las personas con esta discapacidad física juegan un “rol humillante”, o el de los striptease en despedidas de soltero que recurren a personas con enanismo para mofarse. 

“No hay una sola reivindicación. Es un tema de derechos. Y como sociedad tenemos que ir deprisa para lograrlos, porque como ganen Vox y el PP las elecciones todos los diferentes las vamos a pasar canutas”, apostilla.

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