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OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

Pol Pareja

Vic (Osona) —
29 de octubre de 2020 23:04 h

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Hamza, 21 años, apura su cigarro minutos antes de subirse a su ciclomotor y dirigirse a trabajar al turno de tarde en una de las múltiples empresas cárnicas que rodean la ciudad de Vic (Barcelona). Le acompaña su primo pequeño, Yasser, y ambos están sentados en unas escaleras de acceso a un supermercado, a pocos metros del Centro de Atención Primaria del barrio de El Remei. “No sabría decirte qué pasa en Vic, aquí también está todo cerrado y hacemos lo mismo que todo el mundo”, dice sin levantar la mirada de su móvil. “No hacemos nada de nada. Estamos muertos de asco como en todo el país”.

Esta ciudad de poco más de 46.000 habitantes se ha convertido en el municipio con una mayor incidencia de coronavirus en España durante los últimos 14 días. Según las cifras calculadas por elDiario.es con datos de la Generalitat, la capital de Osona supera los 1.500 casos acumulados por cada 100.000 habitantes durante este periodo. El problema, admiten todas las personas entrevistadas para este reportaje, es que nadie consigue entender qué ha llevado a este municipio a liderar la incidencia de casos en la segunda ola de la pandemia. 

“No sabemos qué está pasando”, reconoce Anna Ribas, directora del área básica de Salut Santa Eugènia de Berga, situada al este de la ciudad, y directora del servicio de urgencias de la atención primaria de la región. “Nos pasamos todo el día hablando de ello, dándole vueltas y nadie logra llegar a una conclusión”. Las otras dos directoras de los dos Centros de Atención Primaria (CAP) de la ciudad opinan de manera similar. “No podemos entender por qué tenemos una situación peor a la de otros territorios”, afirma Berta Bonay, directora del CAP Vic–Nord. “No tenemos respuestas”, responde Neus Font, directora del CAP Vic–Sud. “Nos lo hemos encontrado encima”.

En Vic no hay masificaciones en el transporte público, porque prácticamente todo el mundo se mueve en coche o en bicicleta. No hay grandes centros comerciales ni eventos culturales masificados. La ciudad está rodeada de bosques para pasear y casi todo el mundo lleva la mascarilla. Se realizan muchas pruebas PCR y los resultados se tienen en apenas 24 horas. La atención primaria se ha reforzado, en la mayoría de los CAP –excepto el Vic–Sud– responden rápidamente al teléfono y se tiene un buen conocimiento de los vecinos al no ser una ciudad demasiado grande. Este municipio, sin embargo, es la localidad catalana con un riesgo de rebrote más alto, con 2.538 puntos, y el porcentaje de positivos es muy elevado: el 23,15% de las pruebas realizadas entre el 19 y el 23 de octubre dieron positivo. La tasa de contagio, de 1,6, también alarma a los expertos.

Ante la gravedad de la situación, el Ayuntamiento ha decidido suspender su ilustre mercado medieval, previsto para el puente de la Constitución así como distintas ferias previstas durante las próximas semanas. “Los datos no son buenos”, admitió el miércoles la alcaldesa de la ciudad, Anna Erra (JxCat), en una rueda de prensa donde compareció junto a todas las autoridades sanitarias de la zona. “Estamos en un momento preocupante”, remachó. El consistorio ha preferido no responder a las preguntas de elDiario.es.

Los casos se duplican cada 14 días. Si los datos de las últimas dos semanas han aportado una incidencia de 1513 casos por cada 100.000 habitantes, durante los 14 días anteriores la incidencia fue de 734 casos por cada 100.000 habitantes. “La cosa ha ido creciendo de forma exponencial, de manera rapidísima sobre todo en las últimas tres semanas”, apunta Neus Font, directora del CAP Vic–Sud.

En la atención primaria admiten estar “tensionados” y la situación hospitalaria empieza a empeorar. En el Hospital Universitario de Vic, el 100% de las camas de UCI están ya ocupadas por pacientes de COVID-19. “Estamos llegando a un punto crítico”, reconoció el miércoles Pere Soley, director de este centro, que señaló que si los casos siguen aumentando deberán plantearse ampliar la unidad de críticos y suspender de nuevo otras intervenciones quirúrgicas. 

El ritmo de ingresos en el hospital es de una media de 12 pacientes diarios –el miércoles había 70 enfermos de COVID-19 en planta– y se están planteando añadir un cuarto piso a las tres plantas que ya están habilitadas para la COVID-19. A su vez, se está preparando un plan de contingencia para derivar a pacientes quirúrgicos a un hospital cercano para poder ampliar la capacidad de atender la pandemia. “Vamos a tope”, admite una enfermera del hospital, que señala que muchos facultativos están doblando turnos. “Pero nosotros tampoco nos explicamos la situación, creemos que ni a nivel de la población ni médico lo hemos hecho mal para estar así”.

Los vecinos y profesionales sanitarios consultados sólo consiguen señalar dos aspectos para explicarse cómo se ha llegado a la situación actual. El primero de todos es el carácter central que juega la ciudad en toda la comarca de Osona. “Vic ejerce de polo de atracción de todos los municipios de la comarca”, apunta Carla Dinarès, concejal y portavoz del grupo municipal de la CUP. “Tanto a nivel laboral, como de ocio e incluso sanitario la mayoría de los habitantes de toda la comarca viene a la ciudad cuando tiene una necesidad. Esto es relevante”, añade. 

El otro factor que señalan los entrevistados, aunque no de forma unánime, es la gran industria cárnica que rodea la ciudad y que emplea a miles de personas. “Es un tipo de trabajo que no se puede hacer desde casa”, señala Iolanda Garrote, presidenta de la Asociación de Vecinos del barrio de El Remei. “Es probable que haya muchos empleados que no puedan permitirse el lujo de quedarse en casa y no ir a trabajar”. Las tres directoras de los Centros de Atención Primaria (CAP) consultadas, no obstante, creen que los controles en esta industria son rigurosos y que no se puede achacar la situación a estas empresas. “Los contagios se están dando en el ámbito social y familiar, no en el laboral”, confirman las tres responsables sanitarias.

Una ciudad partida en dos

El río Mèder parte la ciudad y alumbra dos Vic muy distintos. El que queda al norte del río y el que queda al sur. El del norte es el Vic de postal: el casco antiguo, la plaza mayor que se ha visto en multitud de protestas independentistas y unas esquinas donde el catalán es la melodía de fondo. Al sur del río abundan los hijab, se escucha todo tipo de idiomas y la población tiene rendas mucho más bajas. “El río es una frontera invisible entre dos mundos”, señala Garrote, la presidenta de la Asociación de Vecinos del Remei, situada al sur del río. “En muchos aspectos, los ciudadanos de esta zona viven ignorados por los del lado norte del río, incluidas las autoridades municipales”. 

Como ejemplo recuerda la iniciativa que puso en marcha el Ayuntamiento cuando se decretó el cierre de restaurantes y bares: se hizo un listado oficial de locales que ofrecían comida para llevar o a domicilio. Cuando se publicó inicialmente el listado, todos los locales eran de la parte norte del río. “Algo falla para que ningún restaurante de esta zona se sintiera apelado a participar”, apunta. Joan Dominguez, presidente de la Asociación de Vecinos del barrio del Sucre, en el norte aunque sin ser un barrio céntrico, rechaza cualquier estigma y cree que todos los barrios periféricos luchan por igual para tener más equipamientos e inversión pública.

Según un estudio de la Diputación de Barcelona, Vic destaca por ser una “ciudad polarizada” en lo económico: hay un sector de vecinos con rentas muy altas –la mayoría viven en la zona norte– y otra con rentas medianas y bajas. La tasa de pobreza en la ciudad (16,4% de la población) es muy superior a la media de la Comarca, aunque es similar a la media catalana. Casi el 50% de la población vive con menos de 18.000 euros anuales. Con una tasa de extranjeros del 27,58%, la ciudad supera ampliamente la media catalana (15,11%). La mayoría de estos migrantes se establecieron en los barrios del sur de la ciudad

Es precisamente en esta zona, la más pobre, donde la pandemia presenta peores números, a pesar de que los expertos insisten en que la situación es preocupante en toda la ciudad. La semana pasada, el 30,7% de las pruebas PCR realizadas en el CAP Vic-Sud dieron positivo frente al 22% de positivos del CAP Vic-Nord. 

“Los condicionantes socioeconómicos de la zona pueden tener influencia”, apunta Font, directora del CAP de esta zona, que a diferencia de las otras dos directoras ella sí cree que su centro está al borde del colapso a pesar de las sucesivas ampliaciones de recursos. “Si no hemos colapsado es porque estamos todos haciendo horas extra y trabajando los fines de semana”, responde con cierto enojo. 

El citado estudio de la Diputación de Barcelona señala que muchos de los barrios donde ahora se registra una mayor incidencia del virus tienen a más del 23,3% de su población bajo el umbral de la pobreza. Es el caso del mencionado barrio del Remei y los colindantes Estadi y Santa Anna, todos en la zona sur, que comparten con el distrito centro este indicador. “Es cierto que los indicadores socioeconómicos de la zona sur son más propicios para que se extienda el virus y los datos ahí son un poco peores”, apunta Ribas, directora de las urgencias de primaria. “Pero la situación es preocupante en toda la ciudad, no solo en esos barrios”.

De poco sirvió el cribado masivo que el Departament de Salut llevó a cabo en el barrio del Remei a finales del pasado agosto. Se realizaron 994 tests a vecinos del barrio de entre 15 y 45 años y la tasa de positivos fue entonces del 5,6%. La incidencia en este área sanitaria –que a parte del Remei incluye otras localidades y barrios colindantes– se sitúa ahora mismo en los 1.764 casos por cada 100.000 habitantes durante los últimos 14 días. El aumento de casos en las últimas dos semanas ha sido de un 170%.

A los trabajos precarios en el sector cárnico que no se pueden hacer desde casa hay que sumarle unas condiciones de vivienda que tampoco facilitan el aislamiento en estos barrios. “Las viviendas están sobreocupadas y resulta casi imposible que los vecinos no se contagien en el ámbito familiar”, añade Dinarès, la portavoz de la CUP. “Resulta imposible confinarse en estas condiciones”. 

Tras pasear durante una jornada entera por la localidad y charlar con vecinos de uno y el otro lado, cunde la sensación de que solo los del sur aprecian la brecha. Los vecinos del norte no admiten ningún estigma, aunque cuando se les pregunta si suelen cruzar el río reconocen que como mucho lo hacen para aparcar el coche.

En lo único que coinciden todos los vecinos es que las cosas no se han hecho especialmente mal en ninguno de los dos lados. “Yo veo a la gente con mascarilla, cumpliendo con la ley”, apuntaba Hamza, el joven citado al principio del reportaje que trabaja en la industria cárnica. “Cumplimos igual que el resto de Catalunya, ni más ni menos”, respondía Mercè Anglada, septuagenaria que volvía de hacer la compra en el centro de la ciudad.

Los profesionales, mientras tanto, intentan dilucidar qué ha fallado. No tanto para repartir culpas, sino para encontrar por dónde atajar el virus en la ciudad más allá de insistir a la población en reducir la actividad social. “Estamos muy cansados de la primera ola y vemos que la situación de ahora es malísima sin saber el porqué”, explica al otro lado del teléfono Berta Bonay, la directora el CAP Vic–Nord. “Lo peor de todo es observar la pandemia y ver que a medio plazo esto no tiene fin”.