Hace pocos días, Albert Boadella, en un episodio más del síndrome de abstinencia que le ataca cuando hace demasiado tiempo que no sale en los periódicos, afirmaba, más o menos, que la existencia de la lengua catalana era un motivo de infelicidad. He aquí, una vez más, que la gente se empeña en pontificar sobre lo que es y no es causa de felicidad para nosotros, el común de ciudadanos, tan diversos y con intereses tan diferentes. Para un hispano de Arizona, y parafraseando a Boadella, seguramente la existencia de su lengua española también sería motivo de infelicidad: abrazar el inglés desde la segunda generación es lo que intentan masivamente los hispanos de Estados Unidos. Lo tienen claro. Cada lengua, cada cultura tiene, pues, diferentes ámbitos e intereses. Lo que vale en un lado, no cabe en otro. Boadella ha nacido demasiado pronto. Habría tenido que venir al mundo de aquí a cien o ciento cincuenta años. La tendencia a eliminar la diversidad en este mundo es general, arrolladora. El 2165 no habrá catalanes catalanohablantes, al igual que tampoco habrá daneses que hablen danés o holandeses, holandés. Y el español, si todavía aguanta, lo hará disminuido y humillado, bajo el inglés, el chino mandarín, el ruso y el hindi. Esto será así. Pero estamos todavía en el 2015. Y los catalanes somos tozudos y tenemos una especial obsesión precisamente por la lengua. Esto sí que es transversal. Los catalanohablantes hemos aprendido a ir por el mundo sin vergüenza a causa de nuestra lengua. Es la diferencia básica con otras naciones sin estado y con cultura propia. Uno de los problemas que tenemos, en este sentido, es la ignorancia grandiosa y la falta de sentido y conciencia lingüística de nuestros políticos. Es curioso que, en este punto, se alejen tanto de la generalidad de sus votantes. Tanto da del color que sean. Cuando tocan poder algún asesor les cuenta que esto del catalán se debe tratar con cuidado, que podrían pasar por intolerantes y, lo que es peor, por antiguos y “aldeanos”. Ha sido estremecedor ver a dirigentes de CiU y socialistas desde la Generalitat y el Ayuntamiento, estos últimos años, haciendo alarde de su ignorancia lingüística, pero sobre todo, de su falta de vergüenza en la implicación simbólica de la defensa del estatus de la lengua. Los hemos visto, por ejemplo, declarar en castellano en los tribunales, tan tranquilos, siendo como es el ámbito de la justicia uno de los más graves a la hora de normalizar el catalán. El ayuntamiento de Barcelona, atornillado por la imagen de cosmopolitismo, ha dado una y otra vez muestras de provincianismo ridículas y vergonzosas. La más habitual, dirigirse sólo en castellano en actos multitudinarios, en mítines políticos, en fiestas populares, etc. Mi opinión es la siguiente: Sea el rey de España de visita, un grupo de japoneses riquísimos a punto de invertir, los empresarios de la Feria de Barcelona, los asistentes a un concierto multitudinario en el marco de un festival de carácter europeo o mundial, en un acto cualquiera en un barrio mayoritariamente castellanohablante, en las declaraciones a la justicia española, etc. si un Alcalde de Barcelona se dirige a un colectivo, debe hacerlo, en primer lugar y de manera simbólica, en lengua catalana. Eso es hacer pedagogía de la lengua y demostrar, por lo menos, que el catalán no sólo sirve para los rótulos públicos de la calle. Si el discurso es corto, como sucede a menudo, se puede hacer, primero en catalán y luego en castellano. Y en inglés, si es necesario. Si el discurso es largo, se puede hacer una introducción más o menos larga en catalán y luego pasar al castellano o al inglés. Hemos visto funcionar así (con el cambio de lenguas correspondiente) en Flandes o Suiza. En Holanda o Dinamarca, en un concierto de verano se dirigen en inglés después de haber hablado -muy o poco- en sus lenguas nacionales. Sólo en el festival eurovisivo se observa una dejación general de las lenguas nacionales a favor del inglés.
Este fin de semana, la nueva alcaldesa de Barcelona hizo un flaco favor a la lengua catalana, que es la oficial del consistorio. En un acto en Sant Martí, cuando un asesor le dijo que entre el público había gente que tenía dificultades para seguir sus palabras en catalán, pasó automáticamente al castellano. Para mí, el problema no es el cambio de lengua, sino la forma en que lo hizo. Nos hizo volver treinta o cuarenta años atrás. Nos hizo pasar vergüenza cuando dijo que ella no tenía ningún problema, que hablaba dos lenguas. Por esta misma razón, el catalán no se usaría nunca. Por esta razón, la lucha de décadas a favor de la dignificación del catalán no habría servido de nada. Por esta razón, la lucha de décadas a favor de la autoestima de los catalanohablantes -que por cierto también hay, sí, señora alcaldesa- del barrio de Sant Martí, o de núcleos como Mollet, o sant Boi, o L’Hospitalet se va a pique. ¿O es que estos catalanohablantes no tienen derecho a escuchar a su alcaldesa en su lengua? Proclamar que se pasa al castellano porque “no tiene problema” y “porque habla las dos lenguas” puede ser constitutivo (lo siento porque le caen todos las palos del mismo lado) de populismo barato. Quiero remarcar que mi posición no es maximalista, sólo pido a los políticos que no sean cobardes. Si en sant Martí alguien no lo entiende, la señora alcaldesa debe pronunciar unas palabras sobre el catalán, debe decir que continuará en catalán y luego hará un resumen en castellano. O que continuará en castellano, con el deseo de que esto sea un hecho cada vez más extraño. O yo qué sé. Todo, menos decir sólo que no tiene ningún problema en cambiar de lengua. Y esto liga con la introducción que hacíamos sobre Albert Boadella y la infelicidad que provoca la existencia de la lengua catalana. Sí, una cultura minoritaria, cualquiera, hoy en día es poco práctica, pesada y cara para la cultura mayoritaria con quien convive. Por eso desaparecen a puñados. Si además tiene una lengua, la cosa ya se dispara: ¿Se necesitan radios, televisiones, escuelas, universidades, mil y una cosas, total para contentar a cuatro? (desde Madrid, con la casposa visión piramidal de la ciudadanía, se piensan que todo es cosa de cuatro políticos).
Si la señora alcaldesa quiere hablar en castellano a los barceloneses que lo haga, pero que no sea cobarde ni populista: Puede no hablar en catalán, pero es la alcaldesa de la capital de Catalunya y si, de vez en cuando, por la razón que sea, encuentra que debe dirigirse a los barceloneses en castellano, ningún problema, pero defendiendo siempre nuestra lengua, simbólicamente, sin miedo. El catalán debe ser visible siempre. Y después de que hable lo que quiera.
Todo ello es pesado, podría ser más sencillo, más fácil, pero es lo que hay. Podríamos decir que este “estorbo” va implícito en el cargo y en el sueldo. Si fuera alcaldesa de Albacete, no lo tendría. Y según Boadella, sería feliz. Y lo que es más peliagudo: Mientras quede una persona en Barcelona catalanoparlante entre un millón, seguirá siendo así.
Lo dicho, hay muchos que habrían tenido que nacer de aquí a ciento cincuenta años.
Hace pocos días, Albert Boadella, en un episodio más del síndrome de abstinencia que le ataca cuando hace demasiado tiempo que no sale en los periódicos, afirmaba, más o menos, que la existencia de la lengua catalana era un motivo de infelicidad. He aquí, una vez más, que la gente se empeña en pontificar sobre lo que es y no es causa de felicidad para nosotros, el común de ciudadanos, tan diversos y con intereses tan diferentes. Para un hispano de Arizona, y parafraseando a Boadella, seguramente la existencia de su lengua española también sería motivo de infelicidad: abrazar el inglés desde la segunda generación es lo que intentan masivamente los hispanos de Estados Unidos. Lo tienen claro. Cada lengua, cada cultura tiene, pues, diferentes ámbitos e intereses. Lo que vale en un lado, no cabe en otro. Boadella ha nacido demasiado pronto. Habría tenido que venir al mundo de aquí a cien o ciento cincuenta años. La tendencia a eliminar la diversidad en este mundo es general, arrolladora. El 2165 no habrá catalanes catalanohablantes, al igual que tampoco habrá daneses que hablen danés o holandeses, holandés. Y el español, si todavía aguanta, lo hará disminuido y humillado, bajo el inglés, el chino mandarín, el ruso y el hindi. Esto será así. Pero estamos todavía en el 2015. Y los catalanes somos tozudos y tenemos una especial obsesión precisamente por la lengua. Esto sí que es transversal. Los catalanohablantes hemos aprendido a ir por el mundo sin vergüenza a causa de nuestra lengua. Es la diferencia básica con otras naciones sin estado y con cultura propia. Uno de los problemas que tenemos, en este sentido, es la ignorancia grandiosa y la falta de sentido y conciencia lingüística de nuestros políticos. Es curioso que, en este punto, se alejen tanto de la generalidad de sus votantes. Tanto da del color que sean. Cuando tocan poder algún asesor les cuenta que esto del catalán se debe tratar con cuidado, que podrían pasar por intolerantes y, lo que es peor, por antiguos y “aldeanos”. Ha sido estremecedor ver a dirigentes de CiU y socialistas desde la Generalitat y el Ayuntamiento, estos últimos años, haciendo alarde de su ignorancia lingüística, pero sobre todo, de su falta de vergüenza en la implicación simbólica de la defensa del estatus de la lengua. Los hemos visto, por ejemplo, declarar en castellano en los tribunales, tan tranquilos, siendo como es el ámbito de la justicia uno de los más graves a la hora de normalizar el catalán. El ayuntamiento de Barcelona, atornillado por la imagen de cosmopolitismo, ha dado una y otra vez muestras de provincianismo ridículas y vergonzosas. La más habitual, dirigirse sólo en castellano en actos multitudinarios, en mítines políticos, en fiestas populares, etc. Mi opinión es la siguiente: Sea el rey de España de visita, un grupo de japoneses riquísimos a punto de invertir, los empresarios de la Feria de Barcelona, los asistentes a un concierto multitudinario en el marco de un festival de carácter europeo o mundial, en un acto cualquiera en un barrio mayoritariamente castellanohablante, en las declaraciones a la justicia española, etc. si un Alcalde de Barcelona se dirige a un colectivo, debe hacerlo, en primer lugar y de manera simbólica, en lengua catalana. Eso es hacer pedagogía de la lengua y demostrar, por lo menos, que el catalán no sólo sirve para los rótulos públicos de la calle. Si el discurso es corto, como sucede a menudo, se puede hacer, primero en catalán y luego en castellano. Y en inglés, si es necesario. Si el discurso es largo, se puede hacer una introducción más o menos larga en catalán y luego pasar al castellano o al inglés. Hemos visto funcionar así (con el cambio de lenguas correspondiente) en Flandes o Suiza. En Holanda o Dinamarca, en un concierto de verano se dirigen en inglés después de haber hablado -muy o poco- en sus lenguas nacionales. Sólo en el festival eurovisivo se observa una dejación general de las lenguas nacionales a favor del inglés.
Este fin de semana, la nueva alcaldesa de Barcelona hizo un flaco favor a la lengua catalana, que es la oficial del consistorio. En un acto en Sant Martí, cuando un asesor le dijo que entre el público había gente que tenía dificultades para seguir sus palabras en catalán, pasó automáticamente al castellano. Para mí, el problema no es el cambio de lengua, sino la forma en que lo hizo. Nos hizo volver treinta o cuarenta años atrás. Nos hizo pasar vergüenza cuando dijo que ella no tenía ningún problema, que hablaba dos lenguas. Por esta misma razón, el catalán no se usaría nunca. Por esta razón, la lucha de décadas a favor de la dignificación del catalán no habría servido de nada. Por esta razón, la lucha de décadas a favor de la autoestima de los catalanohablantes -que por cierto también hay, sí, señora alcaldesa- del barrio de Sant Martí, o de núcleos como Mollet, o sant Boi, o L’Hospitalet se va a pique. ¿O es que estos catalanohablantes no tienen derecho a escuchar a su alcaldesa en su lengua? Proclamar que se pasa al castellano porque “no tiene problema” y “porque habla las dos lenguas” puede ser constitutivo (lo siento porque le caen todos las palos del mismo lado) de populismo barato. Quiero remarcar que mi posición no es maximalista, sólo pido a los políticos que no sean cobardes. Si en sant Martí alguien no lo entiende, la señora alcaldesa debe pronunciar unas palabras sobre el catalán, debe decir que continuará en catalán y luego hará un resumen en castellano. O que continuará en castellano, con el deseo de que esto sea un hecho cada vez más extraño. O yo qué sé. Todo, menos decir sólo que no tiene ningún problema en cambiar de lengua. Y esto liga con la introducción que hacíamos sobre Albert Boadella y la infelicidad que provoca la existencia de la lengua catalana. Sí, una cultura minoritaria, cualquiera, hoy en día es poco práctica, pesada y cara para la cultura mayoritaria con quien convive. Por eso desaparecen a puñados. Si además tiene una lengua, la cosa ya se dispara: ¿Se necesitan radios, televisiones, escuelas, universidades, mil y una cosas, total para contentar a cuatro? (desde Madrid, con la casposa visión piramidal de la ciudadanía, se piensan que todo es cosa de cuatro políticos).