¿Qué define una amistad íntima? Difícil de decir. La de Artur Mas y Jordi Pujol Ferrusola era (o es) amistad, pero no íntima, según afirmó el presidente catalán durante su comparecencia en la Comisión de Investigación del Parlament sobre el caso Pujol. Buena muestra de ello, añadió, es que “las parejas nunca han salido a cenar juntas”, aunque, en realidad, si lo hubieran hecho tampoco querría decir que fueran íntimos. Servidor ha cenado muchas veces con simples conocidos o con amigos de categoría estándar y, a pesar de haber pasado un buen rato, eso no les ha convertido en íntimos. La otra prueba del nueve, dijo Mas, es que él sólo ha estado en casa del Júnior una vez (no especificó cuántas ha estado el Júnior en la suya), pero nuevamente servidor ha estado en casa de mucha gente, incluso más de una vez, a la que no calificaría de amigos y menos aún de íntimos. Claro que cada uno tiene los amigos que tiene, y, por suerte o por desgracia, ninguno de los míos es un hijo de presidente de la Generalitat coleccionista de coches de lujo y profesional de la intermediación entre la administración pública y los intereses privados.
Aceptemos, pues, que Artur Mas y Jordi Pujol junior no son íntimos. Sólo son amigos. O sólo viejos conocidos, de cuando a finales de los ochenta eran dos treintañeros que trabajaban codo a codo a las órdenes de Isidor Prenafeta y el segundo guió los primeros pasos del primero por el mundo de la política. En el primer libro biográfico sobre Mas (Monserrat Novell: Artur Mas, biografia d’un delfí, Llibres de l’Index, 2002), que no fue una biografía autorizada pero sí contó con la participación y complicidad del biografiado, se describe cómo gracias a esa buena relación no íntima, a principios de los noventa Mas se hizo fuerte en la agrupación de Sarrià-Sant Gervasi de CDC y desde allí contribuyó, junto con otros jóvenes dirigentes del pinyol pujolista, a derrotar y derrocar el roquismo.
Por tanto, seguramente a cenar las parejas no han ido nunca, pero, según escribe Novell, al menos en aquella época ambos participaron en una serie de cenas conspiratorias para extirpar el roquismo de Convergencia, misión que como todo el mundo sabe culminaría con un rotundo éxito. “Mas desguazó a los roquistas del aparato de la Federación de Barcelona de CDC y ayudó a [Jordi] Vilajoana a ser el presidente de la influyente agrupación de CDC de Sarrià-Sant Gervasi”, escribe Novell, que les califica de “amigos” sin más adjetivos. Este trabajo bien hecho le otorgó el cariño de Marta Ferrusola, según se puede leer en otro apartado del libro, que “acogió la promoción de Mas con simpatía maternal”.
Otra biografía, esta vez autorizada y casi escrita a cuatro manos, sobre Marta Ferrusola (Maribel Juan: Marta Ferrusola, a l’ombra del poder, Columna, 2004), corrobora esta idea de que la mujer de Jordi Pujol apadrinó a Mas, y que la amistad entre el futuro líder y su primogénito también tuvo mucho que ver con el apoyo de Ferrusola. “A Marta le gustaba la idea de que un hombre cercano se perfilase como posible sustituto de su marido, y sabemos que su punto de vista fue determinante en la designación del sucesor de Pujol, así como en el nombramiento de varios consejeros”, escribe Maribel Juan. Y más adelante añade: “Mas había coincidido con el hijo mayor de Pujol en alguno de los actos de Convergencia. Con Jordi Pujol Ferrusola le une, además de la edad -entre ellos dos hay una diferencia de dos años-, una sólida amistad”. Buen matiz, para que una amistad sea sólida no es necesario que sea íntima.
Y llegamos a un tercer libro, editado en esa misma época en la que Jordi Pujol cedía el testigo del gobierno terrenal para erigirse en oráculo de Delfos y mito viviente del catalanismo político, el libro que Joan Herrera citó en su interpelación al presidente Mas (Pere Cullell: Què direu de mi, Planeta 2003). En este volumen el periodista pregunta a un montón de personalidades por su parecer sobre Pujol y sus 23 años de gobierno y, a pesar del tono de homenaje de la obra, no ahorra algún interrogante incómodo. A Artur Mas, en concreto, le pregunta si se considera parte del entorno familiar de Pujol. Mas contesta que no, pero por el sentido peyorativo de la expresión “entorno”. Y añade: “Lo que siempre he dicho es que me considero amigo de alguno de los hijos; los otros, simplemente los conozco de haberlos visto alguna vez. Las personas que realmente conozco, con más intensidad, son el hijo mayor, Jordi. A Josep, quizás algo menos que Jordi, pero también. Oriol mucho, pero Oriol por razones más que de amistad por la relación política”. Otro matiz, pues: una amistad intensa, que quizás no quiera decir lo mismo que íntima, pero que seguro que es más que una relación política.
La amistad entre Mas y el Junior no debe ser, pues, categoría premium, pero sí gold o silver, por intensa, sólida y sobre todo duradera. Que Mas tenga ahora tanto interés en subrayar que amigos sí, pero ¡cuidado! íntimos no lo han sido nunca, tal vez indique que en los próximos meses no quiere tener que responder por lo que le pase a su antiguo compañero de fatigas, por calificarlo a partir de ahora de alguna manera. A esto se le llama marcar distancias. Pujol y familia ya deberían notar este alejamiento cuando fueron a declarar al juzgado sin la compañía de ningún miembro del staff convergente. Pero nuevamente, si al final, según dijo en la comisión parlamentaria, Mas sólo piensa responder por sus actos y los de su esposa, y no por lo que hagan o hayan hecho sus familiares, amigos y colaboradores, pues quizás tampoco hacía falta ponerle tanto énfasis.
Ahora esperamos con impaciencia la comparecencia de Felip Puig, aunque sólo sea para saber cómo calificará Puig su amistad, o tal vez relación superficial, con el coleccionista de coches de lujo.
¿Qué define una amistad íntima? Difícil de decir. La de Artur Mas y Jordi Pujol Ferrusola era (o es) amistad, pero no íntima, según afirmó el presidente catalán durante su comparecencia en la Comisión de Investigación del Parlament sobre el caso Pujol. Buena muestra de ello, añadió, es que “las parejas nunca han salido a cenar juntas”, aunque, en realidad, si lo hubieran hecho tampoco querría decir que fueran íntimos. Servidor ha cenado muchas veces con simples conocidos o con amigos de categoría estándar y, a pesar de haber pasado un buen rato, eso no les ha convertido en íntimos. La otra prueba del nueve, dijo Mas, es que él sólo ha estado en casa del Júnior una vez (no especificó cuántas ha estado el Júnior en la suya), pero nuevamente servidor ha estado en casa de mucha gente, incluso más de una vez, a la que no calificaría de amigos y menos aún de íntimos. Claro que cada uno tiene los amigos que tiene, y, por suerte o por desgracia, ninguno de los míos es un hijo de presidente de la Generalitat coleccionista de coches de lujo y profesional de la intermediación entre la administración pública y los intereses privados.
Aceptemos, pues, que Artur Mas y Jordi Pujol junior no son íntimos. Sólo son amigos. O sólo viejos conocidos, de cuando a finales de los ochenta eran dos treintañeros que trabajaban codo a codo a las órdenes de Isidor Prenafeta y el segundo guió los primeros pasos del primero por el mundo de la política. En el primer libro biográfico sobre Mas (Monserrat Novell: Artur Mas, biografia d’un delfí, Llibres de l’Index, 2002), que no fue una biografía autorizada pero sí contó con la participación y complicidad del biografiado, se describe cómo gracias a esa buena relación no íntima, a principios de los noventa Mas se hizo fuerte en la agrupación de Sarrià-Sant Gervasi de CDC y desde allí contribuyó, junto con otros jóvenes dirigentes del pinyol pujolista, a derrotar y derrocar el roquismo.