El pasado seis de octubre el Ayuntamiento de Barcelona anunció por sorpresa que cesaba a la investigadora y escritora Marta Marín-Dòmine de la dirección del Born Centre de Cultura i Memòria, cargo al que accedió en 2021 tras ganar un concurso público convocado después del despido de la antropóloga Montserrat Iniesta.
El concejal de cultura Xavier Marcé anunció también que el Born CCM pasará a depender del Museu d’Història de Barcelona y dejará de ser una institución de cultura contemporánea para volver a su estatus como yacimiento arqueológico. En otras palabras, el Ayuntamiento renuncia a la memoria como hecho cultural, aquella que hace preguntas, a veces incómodas, sobre el pasado, en favor de la memoria como monumento, siempre más fácil de controlar para el poder político.
El concejal de cultura Xavier Marcé anunció también que el Born CCM pasará a depender del Museu d’Història de Barcelona y dejará de ser una institución de cultura contemporánea para volver a su estatus como yacimiento arqueológico. En otras palabras, el Ayuntamiento renuncia a la memoria como hecho cultural, aquella que hace preguntas, a veces incómodas, sobre el pasado, en favor de la memoria como monumento, siempre más fácil de controlar para el poder político.
La decisión sorprende por los argumentos confusos que ha empleado el consistorio para cuestionar el proyecto que el equipo liderado por Marín-Dòmine llevaba apenas dos años desplegando, y resulta cuanto menos llamativa al producirse apenas un mes después de que Quim Torra, primer director de la institución, lanzase un “SOS pel Born” en donde criticaba la pérdida de peso de los “hechos del 1714” en el equipamiento e interpelaba directamente al nuevo alcalde socialista.
El Born CCM se sitúa así de nuevo en el epicentro de la inacabable batalla entre los caprichos de la política y el trabajo sobre la memoria. Desgraciadamente, nada nuevo en un país en el que el pasado parece no poder pasar, parafraseando al historiador Ismael Saz, y en donde se lo utiliza más bien como un arma arrojadiza en lugar de un espacio para reflexionar, con rigor y generosidad, sobre lo sucedido como semilla de futuros posibles.
“Sin el trabajo de la memoria nuestros valores y nuestras democracias están en un grave peligro”, nos recuerda la escritora Géraldine Schwarz en su fantástico libro Los amnésicos (2019). Por eso preocupa tanto la decisión de prescindir de un centro contemporáneo de reflexión sobre la memoria, que apostaba precisamente, como recordaba Marín-Dòmine en su intervención en el programa Més 324 de Xavier Grasset el mismo día de su cese, por dialogar con los múltiples estratos de la memoria del Born a la vez que se abría a las memorias del mundo.
Sin desmerecer en absoluto la importantísima condición de yacimiento del lugar, y el trabajo de los profesionales que lo investigan, ese valioso diálogo entre pasado, presente y futuro se ha puesto ahora en entredicho.
Sin desmerecer en absoluto la importantísima condición de yacimiento del lugar, y el trabajo de los profesionales que lo investigan, ese valioso diálogo entre pasado, presente y futuro se ha puesto ahora en entredicho, vaciando el edificio de las palabras, las imágenes y los cuerpos que lo mantenían vivo. Yo mismo había de comisariar en 2024, junto al investigador Pablo La Parra Pérez, un ciclo de conferencias sobre la relación entre historia y utopía, un programa que, como tantos otros, se quedará ahora en un cajón.
En 2022 TV3 emitió el capítulo 5 de la segunda temporada del programa Batalla monumental, en donde el Born CCM y el Poble Vell de Corbera optaban a ganar el duelo al mejor monumento sobre la “historia trágica de Catalunya”. Perdió el Born, quien un año después quizás tendría una buena oportunidad en la categoría de los monumentos a las memorias que estorban, como se preguntaba Xavier Grasset al hilo de este último episodio en la larga lista de las memorias que molestan.
En un contexto precario y enormemente dependiente del sector público, como es el de la cultura, resulta complicado imaginar una alternativa al control de las instituciones por parte del poder político de turno, y las redes clientelares, y los silencios, que esto alimenta. Pero urge encontrar la manera, o estaremos condenados a regirnos por la visión cortoplacista de la política y a seguir recibiendo tristes noticias sobre ceses inesperados de personal, nombramientos a dedo, cierres de instituciones, cambios de presupuestos o, en su extremo, censura.
Enrique Fibla es doctor en Filosofía de la imagen e investigador especializado en la intersección entre cultura visual, archivo y memoria histórica.