“El primer drama del catalán consiste en que tiene miedo de ser él mismo. Pero todavía sufre uno que es más grave: el catalán no puede dejar de ser lo que es”. Esta es una de las observaciones que Josep Pla apuntó en los años 50 y 60 y que forma parte de Fer-se totes les il.lusions possibles i altres notes disperses (Destino), una recopilación de textos inéditos del escritor catalán que mejor ha retratado la complejidad de la sociedad catalana.
El prosista ampurdanés prosigue su retrato del carácter catalán ahondando en su psique: “Las tendencias oscuras del inconsciente individual y colectivo están por encima, probablemente, de toda voluntad posible. Es en el subconsciente del país, pues, que la procesión va por dentro. En realidad nos encontramos ante un dualismo irreductible, doloroso, lascerante, enfermizo”.
Pla era todo lo contrario a un revolucionario. Era conservador, un hombre de orden. No era nacionalista pero sí era un catalanista. Tal vez fuera de Catalunya cueste apreciar la diferencia porque a menudo tanto dentro como en el resto de España ha interesado mezclar ambos conceptos. Pero el catalanismo existía en los años 50 y existe en el siglo XXI. Ahora algunos todavía lo revisten de nacionalismo, otros lo han superado para instalarse en el independentismo y otros simplemente lo viven como un sentimiento difícil de describir (a no ser que seas Pla). A modo de mínimo común denominador podría resumirse en el reconocimiento de Catalunya como una nación, la defensa de una lengua y cultura propias y el respeto a sus símbolos.
¿Cómo se convive con un sentimiento que conlleva una insatisfacción permanente? Es posible que no exista respuesta y que las aceleraciones de los últimos meses únicamente hayan contribuido a enquistar más los complejos, que también los hay y no son pocos. “El catalán a veces parece un cobarde y otras un ensimismado orgulloso. A veces parece sufrir de manía persecutoria y otras de engreimiento. Alterna constantemente la avidez con sentimientos de frustración enfermiza”, relata Pla.
Esta descripción de la identidad catalana sigue siendo más que válida mientras el encaje en España cada vez es más complicado. La conllevancia orteguiana se antoja una etapa superada por no decir que está ya enterrada. El problema es que parece que no haya alternativa que hoy por hoy no pase por la violencia o la humillación.
Llegados a enero de 2018, ¿cuál es la solución? Si es capaz de aplicar la receta de Pla, España sólo puede resolver el conflicto catalán con “inteligencia”. O sea, toda la que ha faltado hasta ahora.
“El primer drama del catalán consiste en que tiene miedo de ser él mismo. Pero todavía sufre uno que es más grave: el catalán no puede dejar de ser lo que es”. Esta es una de las observaciones que Josep Pla apuntó en los años 50 y 60 y que forma parte de Fer-se totes les il.lusions possibles i altres notes disperses (Destino), una recopilación de textos inéditos del escritor catalán que mejor ha retratado la complejidad de la sociedad catalana.
El prosista ampurdanés prosigue su retrato del carácter catalán ahondando en su psique: “Las tendencias oscuras del inconsciente individual y colectivo están por encima, probablemente, de toda voluntad posible. Es en el subconsciente del país, pues, que la procesión va por dentro. En realidad nos encontramos ante un dualismo irreductible, doloroso, lascerante, enfermizo”.