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'Els homenets' y las alas de cera

La sobredosis de días históricos hace que desee un retorno a la normalidad. Ya vivimos cuatro Diades de primera, dos nueve de noviembre, un 27S, un 25 de octubre y ya no puedo recordar más, quizá el exceso me haga olvidar otras fechas bien significativas. Quizá es la enfermedad, la mía, no la suya. A lo largo de la última semana sufrí una gripe de cambio estacional, me preocupé y leí las noticias bajo una especie de delirio. La solemne declaración de desconectar con España me pareció algo diferente, un quitarse la máscara muy peligroso, como si con la llegada de los activistas nacionalistas a las instituciones todo fuera a ser posible.

Nunca hubiera imaginado una Carme, a veces me equivoco y le cambio el nombre por Montserrat, Forcadell como presidenta de nuestro Parlamento. Creo que hace años tampoco hubiera vislumbrado esta deriva tan peligrosa ahora mismo dentro de un juego político y obsceno que hoy se ha simbolizado mediante la clarísima división del hemiciclo.

A partir de 1939 Gaziel, absolutamente convencido del error de su elección política durante la Guerra Civil, hizo un giro decisivo y pese a no mostrárselos a nadie optó por escribir sus textos en catalán. Fue así como surgieron, entre otros, Tots els camins duen a Roma i Meditacions en el desert. Hoy me ha dado por imitar a ese gran maestro e intentar escribir en mi lengua materna porque quiero ser menos analítico y hablar bien claro, clar i català.

El desbarajuste número surgido del 27S, un baile de cifras que la coalición ganadora maneja como quiere, és el primer paso hacia la esquizofrenia brutal de una sociedad. La falta de respeto hacia el 52,2% que votó no en caso de un supuesto referéndum es indignante, pues sólo importa seguir con la ciega carrera, el baile desenfrenado de la locura de llevar a cabo un plan sin una mayoría necesaria, pues esta sólo existe en escaños.

Que yo sepa, y lo hemos hablado en más de una ocasión, para que prospere una reforma del Estatut se requieren dos tercios de la cámara. ¿Por qué aquí nos tomamos estas libertades? Ahora la ley es una prostituta sacudida por los protagonistas de esta farsa que hoy, lunes nueve de noviembre de 2015, ha visto como el Señor Mas abandonaba su papel de hombre invisible y volvía a escena.

Me gustan mucho las charlas de bar. Hace poco escuché una donde un amigo afirmaba con contundencia que los que comandan esto son unos señores a los que el traje les va muy grande, y encima mientras caminan lo manchan con su propia mierda e intentan disimular, pero claro, se les ve el plumero.

El discurso de José Luis, un genio callejero, contiene muchas verdades. El otro cinismo absoluto de este último mes ha sido ver cómo han saltado todas las vergüenzas de la CDC de ahora y antes y sus portavoces han preferido hablar de conspiración cuando, respetando la presunción de inocencia, es evidente, y cada día se comprueba en modo más efectivo, que hay algo muy sucio entre porcentajes y trituradoras.

La invisibilidad de Mas ha dado pie a cuatro semanas en que los secundarios, salvo durante la performance entre la tumba de Companys y el Palau de Justícia, han acaparado protagonismo y muchos, no está de más decirlo, nos hemos desesperado. El triunvirato Rull-Homs-Turull es impagable. El primero sonríe siempre y es un colosal Sancho Panza, de premio. Homs quiere encabezar la lista del 20D y cuando está bajo los focos muestra una satisfacción que roza lo indecente. Turull, malgré tout, es el más moderado de esta santísima trinidad de grandes hombres, grandes hombres para ellos mismos, una característica que asimismo vemos reflejada en otros personajes del Procés, desde Marta Rovira, desacreditada políticamente a partir de su intervención en Las Cortes Españolas, hasta Raül Romeva, un hombre de paja y uno de los políticos, es mi humilde opinión, más sobrevalorados de todo el sainete.

Junqueras, un buen historiador que en las charlas públicas se convierte en un gran demagogo, es una de las voces gritonas, no como Muriel Casals, silenciosa, la más discreta del panorama.

Artur Mas sabe llevar un traje. Los largos años en la oposición reforzaron su look presidenciable. Ara se halla contra las cuerdas por culpa de Antonio Baños, un supuesto dandi de quien se ha vendido como novedad su buen rollo, pero claro, si fuéramos serios prescindiríamos de la política espectáculo, de los besos en la boca, de los abrazos de David Fernàndez con sus antiguos enemigos y de los intercambios de camisetas que hoy ha protagonizado con Llach, como si el Parlament fuera el final de un partido en el Camp Nou.

Al otro lado del ring la cosa no es mucho mejor. La ausencia absoluta de equidistancia es un problema grave como pocos. Quizá la alcaldesa Colau sea el elemento que mejor representa el término medio, pero de una forma tan sibilina que no me sorprendería que todo el asunto terminara quemándola pese a todos sus aciertos legislativos. Albiol fue un alcalde racista, muy racista. Iceta, junto a Zaragoza, se cargó a Maragall y ahora mismo lo contemplamos lleno de júbilo con su cuota de poder partidista y sus danzas mediáticas. Rabell quizá quiera jugar dominó en la Barceloneta y Arrimadas no es floja, pero tampoco es brillante.

Vivimos una época miserable. Guerras múltiples, refugiados, violencia de género, crisis económica más que galopante, recortes que aquí se tapan con banderas y demasiadas oportunidades perdidas cuando podríamos innovar aprovechando el desmorone del castillo de naipes.

Cuando terminó la Primera Guerra Mundial Marcel Proust comprendió que las consecuencias del conflicto completaban el círculo virtuoso de su búsqueda del tiempo perdido. La dramatis personae, con tantas ínfulas, de repente havia empequeñecido hasta su verdadera raigambre. Perdonen la comparación. Creo que me he pasado. El problema catalán es llevar a cabo este disparate con homenots, pues no existe ninguna figura excepcional, todas son minúsculas. Cuando quemen sus alas de cera caerán y quizá consigan crear un momento de caos donde este sea la esperanza de volver a empezar, con acierto y sin ruido ni fanatismo. Estamos hartos.

La sobredosis de días históricos hace que desee un retorno a la normalidad. Ya vivimos cuatro Diades de primera, dos nueve de noviembre, un 27S, un 25 de octubre y ya no puedo recordar más, quizá el exceso me haga olvidar otras fechas bien significativas. Quizá es la enfermedad, la mía, no la suya. A lo largo de la última semana sufrí una gripe de cambio estacional, me preocupé y leí las noticias bajo una especie de delirio. La solemne declaración de desconectar con España me pareció algo diferente, un quitarse la máscara muy peligroso, como si con la llegada de los activistas nacionalistas a las instituciones todo fuera a ser posible.

Nunca hubiera imaginado una Carme, a veces me equivoco y le cambio el nombre por Montserrat, Forcadell como presidenta de nuestro Parlamento. Creo que hace años tampoco hubiera vislumbrado esta deriva tan peligrosa ahora mismo dentro de un juego político y obsceno que hoy se ha simbolizado mediante la clarísima división del hemiciclo.