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'Marea amarilla', dos años de lucha por la escuela pública

Pau Rodríguez

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Los sucesivos recortes en el ámbito de la enseñanza aprobadas tanto por la Generalitat como por el Gobierno central han logrado que, en dos años, la movilización haya crecido hasta llegar a cotas como la de la huelga del pasado 22 de mayo, cuando una marea amarilla de decenas de miles de maestros, alumnos, universitarios y familias inundó las calles de Barcelona y de las principales ciudades de Cataluña en defensa de una educación pública de calidad. Pero cuando Guerrero elaboraba su primera camiseta amarilla –mucho antes, incluso, de que aparecieran las de color verde en Madrid–, en ninguna parte se hablaba aún de reducir los salarios de los maestros o de incrementar las ratios en las aulas. Era otoño de 2010 y en Badalona, ​​en concreto, lo que más preocupaba a la comunidad educativa local era que el Ayuntamiento suprimiera prestaciones en actividades deportivas o en el uso del teatro municipal para actividades escolares.

“Aquellos recortes nada tienen que ver con los actuales, pero aún así los maestros y las familias de la ciudad decidimos entonces hacer un frente común para defender la escuela pública”, recuerda Guerrero. Aquella alianza inédita entre docentes y familias fue un “hito” –según el propio Guerrero–, en la defensa de la enseñanza pública, pues son conocidos los históricos enfrentamientos entre los sindicatos de profesores y las asociaciones de padres y madres por cuestiones como la sexta hora o jornada intensiva en los institutos.

Coincidencia con el 15-M

La camiseta amarilla, introducida por Guerrero en ese contexto, se convirtió en el lazo simbólico que unía toda la comunidad educativa badalonesa, y desde entonces la historia de la marea amarilla es la del crecimiento vertiginoso de la movilización a favor de la educación pública y de calidad. “Vendíamos tantas camisetas que en febrero pasado, cuando llevábamos ya unas 25.000, tuvimos que delegar la producción”, admite con satisfacción Guerrero, que identifica una serie de acontecimientos clave a la hora de entender la propagación por toda Catalunya de este movimiento “al margen de los sindicatos”. Uno de los más importantes fue el 15-M. La casualidad –y ​​la primera ola de recortes de la Generalitat– quiso que la indignación floreciese justo cuando la marea amarilla se acababa de constituir en asamblea y se empezaba a extender fuera de Badalona.

La simbiosis entre ambos movimientos fue instantánea, y los indignados entraron “en tromba”, según Guerrero, dentro de la marea para fortalecer sus costuras. De hecho, eran dos movimientos muy similares: ambos surgían desde la base, al margen de los instrumentos de representación habituales –partidos o sindicatos–, y evitaban los líderes. “Por eso venimos siguiendo lógicas similares –detalla Guerrero–: ambos trabajamos en el ámbito local pero intentamos establecer una red en todo el territorio”.

Después vinieron otros factores determinantes en la visibilización de la protesta, como los encierros de maestros y alumnos en medio centenar de institutos de toda Cataluña en febrero o, evidentemente, la aprobación del primer paquete de medidas del Ministerio de Educación, que condujo a la huelga unitaria del sector en todo el Estado.

El papel de los sindicatos

En estos dos años, la marea amarilla ha conseguido marcar la agenda de las movilizaciones en defensa de la escuela pública por delante de la mayoría de sindicatos. Pero estos no renuncian a su cuota de protagonismo. “La marea no nos ha pasado por encima; al contrario, muchos de nuestros afiliados han contribuido a su aumento”, reivindica Rosa Cañadell, portavoz del sindicato USTEC-STEs. Prueba de ello, según Cañadell, es que la huelga del pasado mayo, secundada por todos los sindicatos, contó con un 23% de participación, mientras que las últimas huelgas impulsadas sólo por los maestros –con el apoyo de la CGT– han contado con un seguimiento inferior al 1%. “Siempre hemos estado presentes en el pulso contra los recortes”, sentencia la portavoz.

No lo ven así desde la Coordinadora Interzones, una asamblea que aglutina algunos trabajadores de la escuela pública y que se alimenta también de la marea amarilla. Fue este órgano el que convocó la huelga indefinida de docentes de hace dos semanas, que se acabó aplazando por falta de seguimiento. “No podemos permitir que haya 3.000 plazas de maestros menos, ni sustituciones que no se cubran hasta al cabo de quince días”, se queja Sandra Curundarena, miembro de la Coordinadora. Como maestra, con plaza de sustituta en el instituto Doctor Puigverd de Barcelona, ​​Curundarena cree que “si los sindicatos no dan ninguna respuesta a esta situación vergonzosa, debemos ser nosotros, los maestros, los que hagamos que nos escuchen”.

Las últimas huelgas convocadas por la Coordinadora, sin embargo, no contaban con el apoyo mayoritario de los integrantes que conforman la marea –es el caso, sobre todo, de las familias. Quizás por este motivo, además de la ausencia de los sindicatos, Guerrero cree que no han conseguido el seguimiento esperado. Sin embargo, este padre badalonés ve las diferencias en el seno del movimiento como un fenómeno natural, fruto de su transversalidad. Sí aboga, sin embargo, por “seguir trabajando entre todos”, en la medida de lo posible, para “ganar visibilidad y adeptos” y, así, mantener la marea amarilla en una continua fase de crecimiento.

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Los sucesivos recortes en el ámbito de la enseñanza aprobadas tanto por la Generalitat como por el Gobierno central han logrado que, en dos años, la movilización haya crecido hasta llegar a cotas como la de la huelga del pasado 22 de mayo, cuando una marea amarilla de decenas de miles de maestros, alumnos, universitarios y familias inundó las calles de Barcelona y de las principales ciudades de Cataluña en defensa de una educación pública de calidad. Pero cuando Guerrero elaboraba su primera camiseta amarilla –mucho antes, incluso, de que aparecieran las de color verde en Madrid–, en ninguna parte se hablaba aún de reducir los salarios de los maestros o de incrementar las ratios en las aulas. Era otoño de 2010 y en Badalona, ​​en concreto, lo que más preocupaba a la comunidad educativa local era que el Ayuntamiento suprimiera prestaciones en actividades deportivas o en el uso del teatro municipal para actividades escolares.