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El desprestigio de Europa ante los ciudadanos de los países que forman parte de la Unión Europea difícilmente puede empeorar. Mariano Rajoy hizo muy mal aplazando los recortes y la presentación de los presupuestos generales hasta después de las elecciones en Andalucía o Galicia para no ser perjudicado por las noticias desagradables que suponían para el electorado. Y desde Europa le cayeron broncas justificadas por esa actitud indecorosa.
Ahora, Europa baja la persiana hasta después de las elecciones generales alemanas de otoño. Lo acaba de anunciar el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, haciendo, como es tristemente frecuente, de portavoz indirecto de los intereses de la derecha alemana que dirige Europa desde hace unos cuantos años. Su correligionaria Merkel tiene elecciones y no quiere ser molestada con propuestas que quieren hacer frente a la crisis social que se vive en el sur de Europa por culpa de sus decisiones. ¿Digámosle imposiciones?
Ni Unión Bancaria, ni control de los bancos y cajas alemanes en situación de quiebre disimulada, ni más dinero para que la Unión Europea tenga unas armas más potentes para combatir los efectos más terribles de la austeridad que genera paro y recortes en los derechos sociales básicos. Ni soñar en mutualizar la deuda, lo cual permitiría a todos los países financiarse al mismo coste y no como ahora cuando unos lo hacen a unos intereses abusivos mientras a Alemania y a algún otro espabilado les regalan el dinero.
No. Europa no funcionará durante los próximos meses. Por lo menos, en lo que se refiere a la toma de decisiones. Se podrán discutir de rango menor, pero ninguna que suponga que la CDU de Angela Merkel pueda perder un solo voto nacionalista. Catalunya ¿quiere ser un nuevo Estado de esta Europa que estará cerrada por vacaciones electorales un año entero?
Puestos a hacer precisiones en la pregunta que se formulará a los catalanes algún día se debería aclarar a qué tipo de Europa nos proponen que nos incorporemos. O, cuando menos, que seamos que si entramos será para cambiarla desde dentro. Para salvar al sur de Europa de la crisis, la depresión y la tristeza, es evidente que se precisa una política diferente de la actual. Y hay que aplicarla ya. Si Merkel, van Rompuy o Jean Claude Juncker, un vividor que lleva 17 años como primer ministro de Luxemburgo y que se permite el lujo de dar consejos éticos a los gobernantes del sur de Europa, no tienen prisa para cambiar de política, se pueden quedar en “stand by” durante los próximos meses. Que se dediquen a sus negocios y electorados pero que no entorpezcan la labor de quienes trabajen por esa Europa mejor en la que aun creen.
Los que creen en una Europa socialmente justa y solidaria no pueden sentarse un año a esperar unas soluciones que son urgentísimas.
Y lo primero que hay que hacer es evitar, como sea, que el señor Juncker vuelva a su paraíso fiscal insolidario y deje su cargo al frente del Eurogrupo, como parece que está pactado, en manos de otro de los responsables de la crisis europea: el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schauble, contra quien se ha dirigido por parte de ciudadanos griegos una merecida querella por crímenes contra la Humanidad, en la que le acompañan Merkel, van Rompuy, el presidente de la Comisión, Manuel Durao Barroso, y la directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Cristine Lagarde.
Europa, el euro, la salud, la dignidad de los ciudadanos europeos no se merecen ni estas políticas ni estos gobernantes miopes y egoístas. No se puede permitir que bajen la persiana del futuro en la puerta de esos ciudadanos por los intereses espurios de unos cuantos.