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La familia primero

Reconozco que cada vez me cuesta más ubicarme en esta gran familia que es el independentismo. No es que no quiera ser eh, entendedme, pero, no sé como, me voy sintiendo progresivamente desplazado. Estoy en una comida familiar de Navidad donde soy el bicho raro con quién nadie quiere hablar, pero me aceptan porque soy de la familia y no hay más remedio. A veces pienso que me necesitan y todo.

Vamos por partes. O intentémoslo, porque hoy en día o saltas pantallas cada 3 meses o estás out.

Referéndum. La propuesta que aglutina al 80%. Se intentó el 9N y sólo fueron los convencidos, y a la segunda vuelta -por llamarlo así-, el 27S, se perdió. Pero se ve que ya estamos desconectando. Esto de los mandatos democráticos algún día me lo tendrán que explicar mejor.

Si durante la comida familiar, después de la sopa de galets y antes del pavo, miro por la ventana, tengo alucinaciones. Por ejemplo, que el bipartidismo está en plena crisis, sumando apenas el 50% de los votos; que ha emergido una red de ciudades por el cambio, rebeldes y hermanas, levantándose para decir basta al saqueo de aquello que es público y común; o que el 20-D aparecieron más de 7 millones de votos a favor del referéndum. Allá, afuera, donde no hay de “los nuestros”. Deben de haberme puesto algo en el vino. Ya lo hacen a veces, el hacerme bromas de mal gusto. Cosas de familia.

Aquí dentro, por suerte, ya estamos salvados. El día 27 de septiembre el tiempo decidió irse de vacaciones, como el día de la marmota. ¿Cuántos indepes había hace 5 años? ¿Un 15%? ¿Un 20%? Ya no lo recordamos. No importa. Cerramos la puerta a los invitados. Ya lo veis, desconectar es fácil, pero el referéndum es imposible. Eppur si muove.

Yo, como no digo “línea roja” y por lo tanto no estoy comprometido con la causa, soy un pringado y me toca el hígado y la cresta del gallo. Si cito el artículo 135, las 5 de la PAH, el rescate bancario, la estafa inmobiliaria o el Castor nadie me hace caso, pero si no digo “referéndum” después de cada uno de los elementos anteriores se me comen vivo. Y no lo entiendo. No lo entiendo porque el resto de la familia sí que tiene libertad para hablar de lo que quiera, porque todo el mundo sabe que está comprometido con la libertad del país. Pero se ve que yo no.

Así que continúo mirando resignado por la ventana -a pesar de que no es fácil porque cada vez hay más tapiadas- imaginando cómo sería otro mundo. Veo a Xavi Domènech, Mònica Oltra, Carmena, Beiras y Kichi rodeados de mucha otra gente, sonriendo, haciendo la fiesta de los vecinos que vivimos en la misma calle. Es una fiesta nueva, antes no se hacía nada. Otra de las cosas que han cambiado. En casa hemos rechazado participar, ya nos apañamos solitos.

Parece que hablan muy animadamente. Yo no los oigo porque las ventanas son de doble vidrio y las paredes de piedra, pero hay pancartas donde se lee “fraternidad”, “echemos a la mafia” o “referéndum”.

Me gustaría que mi familia mirara por la ventana, pero como son alucinaciones paso de que se rían de mí todavía más. Mira, total, puestos a alucinar, podríamos abrir las ventanas y apuntarnos a la fiesta.

Reconozco que cada vez me cuesta más ubicarme en esta gran familia que es el independentismo. No es que no quiera ser eh, entendedme, pero, no sé como, me voy sintiendo progresivamente desplazado. Estoy en una comida familiar de Navidad donde soy el bicho raro con quién nadie quiere hablar, pero me aceptan porque soy de la familia y no hay más remedio. A veces pienso que me necesitan y todo.

Vamos por partes. O intentémoslo, porque hoy en día o saltas pantallas cada 3 meses o estás out.