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Fèlix Riera o el descarado uso de los medios públicos

El nombramiento de Fèlix Riera, dirigente de la coalición en el poder, como director de Catalunya Radio hace ahora tres años fue una anomalía democrática. Un medio público está al servicio de toda la ciudadanía y su responsable no puede ser representante de una parte. Debe tomar decisiones al servicio del conjunto de la sociedad, que financia los medios públicos con sus impuestos. Su destitución por parte del Consejo de Gobierno de la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals  no hace más que evidenciar que el nombramiento de Fèlix Riera fue hecho para servir al poder. Ahora la estrategia del Gobierno ha cambiado con la ruptura de CiU y con la 'lista única' de Convergència y Esquerra. Riera ya no es útil a la causa. En consecuencia, se le echa. Sin miramientos. Sin ningún tipo de vergüenza. De forma descarnada, sin guardar las apariencias.

Sí los medios públicos no están al servicio de la ciudadanía, sino que son un simple instrumento del poder, es lógico cambiar de comisario político. Unió Democrática de Catalunya, el aliado durante treinta y siete años de CDC, se ha convertido en un partido proscrito porque, en palabras del Presidente Mas, está en el bando “de Rajoy”, como el PSC o ICV. Félix Riera, por tanto, ha dejado de estar entre los 'buenos catalanes'. Porque seguimos igual que en la época de Jordi Pujol, repartiendo carnets de 'buenos' y 'malos' catalanes. Y siempre son los mismos los que distribuyen las credenciales, antes en nombre del 'país', hoy en nombre, no ya de la 'independencia', sino incluso de la 'lista única'. Por eso ERC participa de la operación contra Fèlix Riera. Por eso habrá tantos silencios ante una decisión que atenta contra la calidad democrática más elemental.

Porque el nombramiento de Fèlix Riera, miembro del comité de gobierno de UDC,  fue formalmente un escándalo, pero ni la profesión periodística ni la sociedad organizada se escandalizó. Los silencios fueron clamorosos. Como ahora. Porque los que callaron entonces no tienen ninguna autoridad para exclamarse ahora. Porque perduran la ceguera o la resignación ante anomalías que serían impensables en una democracia avanzada. Los medios públicos como TV3 y Catalunya Ràdio son uno de los grandes patrimonios de Catalunya. El uso partidista y sectario afecta directamente su función social y su credibilidad. Y en nombre del futuro, estamos destruyendo una de las mejores ‘estructuras de Estado’ que habíamos creado.

El nombramiento de Fèlix Riera, dirigente de la coalición en el poder, como director de Catalunya Radio hace ahora tres años fue una anomalía democrática. Un medio público está al servicio de toda la ciudadanía y su responsable no puede ser representante de una parte. Debe tomar decisiones al servicio del conjunto de la sociedad, que financia los medios públicos con sus impuestos. Su destitución por parte del Consejo de Gobierno de la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals  no hace más que evidenciar que el nombramiento de Fèlix Riera fue hecho para servir al poder. Ahora la estrategia del Gobierno ha cambiado con la ruptura de CiU y con la 'lista única' de Convergència y Esquerra. Riera ya no es útil a la causa. En consecuencia, se le echa. Sin miramientos. Sin ningún tipo de vergüenza. De forma descarnada, sin guardar las apariencias.

Sí los medios públicos no están al servicio de la ciudadanía, sino que son un simple instrumento del poder, es lógico cambiar de comisario político. Unió Democrática de Catalunya, el aliado durante treinta y siete años de CDC, se ha convertido en un partido proscrito porque, en palabras del Presidente Mas, está en el bando “de Rajoy”, como el PSC o ICV. Félix Riera, por tanto, ha dejado de estar entre los 'buenos catalanes'. Porque seguimos igual que en la época de Jordi Pujol, repartiendo carnets de 'buenos' y 'malos' catalanes. Y siempre son los mismos los que distribuyen las credenciales, antes en nombre del 'país', hoy en nombre, no ya de la 'independencia', sino incluso de la 'lista única'. Por eso ERC participa de la operación contra Fèlix Riera. Por eso habrá tantos silencios ante una decisión que atenta contra la calidad democrática más elemental.