La escasa atención mediática al ahogo económico que la Unión Europea y los organismos financieros internacionales imponen a Grecia es una pieza más del plan de castigo contra un pequeño país del sur que osó desviarse del recto camino del liberalismo. El silencio habitual sobre el sufrimiento infligido a la población griega por la operación de rescate financiero en curso se ha convertido en una penalidad añadida.
La dureza del plan de austeridad de la canciller Angela Merkel impuesto al conjunto de países de la Unión Europea, de la que Grecia forma parte desde 1981, cinco años antes que España, no ha cedido ni un milímetro desde el comienzo de su aplicación en 2010. Su plan de gestión de la crisis griega de la deuda no ha mitigado los efectos desastrosos sobre las condiciones de vida de la población. La brutalidad de los sacrificios encajados por los griegos no ha servido de nada, más que para obtener un nuevo tramo del rescate financiero y alargar la agonía.
El tercer tramo del rescate, por un importe de 7.000 millones de euros, se está negociando estos días en las mismas condiciones que los anteriores. El 90% de la inyección de fondos se destina a pagar los vencimientos de la deuda pública, es decir a rescatar a los bancos. El 10% restante sirve para pagar atraso a proveedores, funcionarios y pensionistas, a cambio de nuevos recortes de las pensiones y más aumentos de impuestos hasta 2021.
El gobierno de coalición de izquierdas de Alexis Tsipras y su partido Syriza llegó al poder en enero de 2015, tres borrar del mapa electoral a los socialistas, vistos como responsables gubernamentales de los años anteriores. Fue una rebelión del electorado griego contra la asfixia del país por la “troica” (la Unión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional). Al mes de julio siguiente Tsipras ganó el referéndum que convocó para consultar a los griegos si estaban de acuerdo con las condiciones del rescate financiero. Prevaleció el “no”, pero el gobierno heleno debió someterse igualmente, bajo pena de verse radiado de la UE y del euro.
Con la política actual Grecia no podrá nunca salir del pozo de la precariedad, aguda y creciente. Las condiciones forzosas de devolución de la deuda estrangulan al país sin paliativos, provocan daños innecesarios a su economía y condenan a la población a una espiral de miseria.
La batuta alemana de la Unión Europea y los organismos internacionales implicados esperan para aflojar el dogal una futura victoria política conservadora en el gobierno griego, mientras hacen la vida completamente imposible al de Alexis Tsipras. El FMI se ha mostrado tímidamente partidario de plantear una cancelación parcial o quita de la impagable deuda griego, pero la ortodoxia conservadora alemana permanece inflexible. La política alemana contra Grecia quiere servir de escarmiento contra la acumulación de deudas por parte de un país pequeño y también contra un gobierno de izquierdas que intentó plantarle cara.
Palabras como hecatombe, catástrofe, cataclismo, apocalipsis, histeria, hemorragia, caos o drama son de origen griego. Hay muchas más, por ejemplo las palabras Europa y democracia. Todavía denominamos al alfabeto con las dos primeras letras del abecedario griego: alfa y beta. Grecia dio a Europa su nombre, el sistema social democrático, los fundamentos cívicos de su cultura, incluso el anagrama de la actual moneda, la letra € o épsilon.
La hegemonía alemana pretende ahora que veamos a Grecia como un país anárquico que se endeudó demasiado alegremente, como mucho que le consideremos un lejano mito romántico de historiadores y literatos, un rastro remoto de las raíces de la cultura occidental sin relación directa con la actualidad. El mundo baja lleno de simplismos identitarios, manipulaciones, soberbias y racismos. Son las nuevas batallas de una guerra muy vieja. Se habla muy poco de lo que está pasando en Grecia.
La escasa atención mediática al ahogo económico que la Unión Europea y los organismos financieros internacionales imponen a Grecia es una pieza más del plan de castigo contra un pequeño país del sur que osó desviarse del recto camino del liberalismo. El silencio habitual sobre el sufrimiento infligido a la población griega por la operación de rescate financiero en curso se ha convertido en una penalidad añadida.
La dureza del plan de austeridad de la canciller Angela Merkel impuesto al conjunto de países de la Unión Europea, de la que Grecia forma parte desde 1981, cinco años antes que España, no ha cedido ni un milímetro desde el comienzo de su aplicación en 2010. Su plan de gestión de la crisis griega de la deuda no ha mitigado los efectos desastrosos sobre las condiciones de vida de la población. La brutalidad de los sacrificios encajados por los griegos no ha servido de nada, más que para obtener un nuevo tramo del rescate financiero y alargar la agonía.