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La resaca

Escribo esto el domingo 29 y hace dos días proclamaron la República Catalana, que duró cuatro horas. Bueno, de hecho no sabemos si se proclamó por una cuestión de cautela jurídica.

Desde entonces noto que mi ciudad está más tranquila, como si las personas hubieran empezado a procesar una dura resaca. El día más épico sólo algunos celebraron la gesta dels estels que anunció Joan Salvat-Papasseït hace casi un siglo. Los demás seguimos con nuestra existencia en medio de un extraño silencio.

Antes pensaba escribir un artículo sobre la irresponsabilidad de los dos bandos. Ninguno ha cumplido con la esencia casi imposible de gobernar para todos desde la idea clave del bien común y ello ha llevado a una sociedad dividida con personas que, mediante banderas, han olvidado a los demás, y cuando quieres imponer tus ideas prescindiendo de más de la mitad del colectivo se cae en el error del extremo que desecha un equilibrio que repercuta positivamente en la mayoría, pues si sólo se legisla para unos pocos más que gobernar pontificas sin pensar en el tan cacareado país, y vale tanto para Rajoy como para Puigdemont.

Hay un grupo muy notorio de habitantes que están en medio, algo palpable estas semanas, donde cada vez hay manifestaciones menos numerosas. Los últimos días, sabedores de mi opinión, han sido muchos los que me han preguntado por Ada Colau de cara a las próximas elecciones. Se sienten sin representación, sin saber qué votar porque para ellos, y me incluyo, la alcaldesa debía haberse quedado en su posición de término medio. Al escorarse ligeramente hacia el bando independentista ha desoído la voz de un núcleo fundamental que clamaba por esa equidistancia de ni contigo ni con el otro. Salir a la calle no significa tener la razón, de hecho hoy mismo al escuchar los discursos de la concentración de Sociedad Civil Catalana he pensado que, en realidad, de lo que muchos estamos hartos es de tanto hablar de ganar y tener la razón. Lo que queremos es vivir tranquilos con una clase política que realice su trabajo sin tanta soflama y épica, preocupándose por los problemas que de verdad nos han afectan.

De hecho los días históricos han demostrado cómo desde Catalunya hemos vivido durante cinco años sólo a partir de un simbolismo desesperante. Puigdemont, como muchas veces hace el PP, optó el jueves por los globos sonda, por eso a mediodía se habló de elecciones, que, como ya dije otra vez, se presentan envenenadas. Las redes sociales y los estudiantes empezaron a usar la palabra traidor como antes habían usado el término colaboracionista, obsceno, para referirse el adversario. De repente parecía que, sin mover un dedo, Rajoy tenía la partida ganada. La Cup convocó una manifestación, ERC amenazaba con irse del gobierno, absurdo si se disolvía la legislatura, y en la antigua Convergència se habló de una escisión. El independentismo fragmentado empezaba a pagar una jugada magistral.

En esta época se tiende demasiado a descalificar al adversario. El jueves de hace casi tres semanas Mariano Rajoy tuvo su gran momento de gloria. Ya lo comentamos. Su ultimátum puso al hasta ahora President contra las cuerdas. Si respondía que había declarado la independencia le caía la ley encima. Si decía que no los suyos lo defenestrarían. Lo mismo sucedió con la convocatoria electoral, por eso cambió de idea a media tarde y optó por un último cartucho desesperado, pues proclamar la República, con la gran vergüenza de una presidenta del Parlament con nula talla para serlo, implicaba quemar las naves para la nada con el triste peligro de perder su carrera y hasta de ingresar en prisión. Al final el más listo fue Santi Vila.

Ahora, con el govern cesado, es hora de elegir en muchos sentidos. Madrid ha sido hábil al no alargar la intervención más allá de lo estrictamente necesario y transformarla en un estado de campaña donde los partidos soberanistas deberían presentarse al completo, porque si falla la CUP perderán a quien les ha llevado al abismo, pero también una importante fuerza de escaños para seguir con el statu quo.

Asimismo la convocatoria huele a favor para Ciudadanos,  vencedores del momentum por la crispación que provocan en todos sus discursos. Han buscado el aire a favor de las encuestas, han dado con la tecla del instante y se sienten eufóricos por el 21 de diciembre. En principio ERC ganará porque Junqueras no se ha salpicado, pero ahora que debe mojarse quizá se encuentre con unos resultados más ajustados de lo esperado. La clave estará en el grado de descenso del PDeCAT, el efecto de la moderación de Iceta, el impacto de los Comuns, a los que creo aún no les ha llegado ese momentum y desperdiciarán un candidato, sea quien sea, y sobre todo en la participación, pues desde 2015 se aprecia una actitud distinta en la misma porque la situación ha hecho tomar conciencia de la importancia de la cita autonómica.

El Procés ha terminado en su fase original y lo ha hecho un poco a la Napoleón del 18 Brumario sin tomar el poder. Sería algo así como el Procés ha conseguido los principios con los que comenzó. El Procés ha terminado. Pero lo ha hecho con un patético golpe simbólico de imagen, sin reconocimiento internacional y cargándose el Estatut y el autogobierno durante unos meses. De ahí la resaca, de ahí la irresponsabilidad de una derrota que nos afecta a todos.

Escribo esto el domingo 29 y hace dos días proclamaron la República Catalana, que duró cuatro horas. Bueno, de hecho no sabemos si se proclamó por una cuestión de cautela jurídica.

Desde entonces noto que mi ciudad está más tranquila, como si las personas hubieran empezado a procesar una dura resaca. El día más épico sólo algunos celebraron la gesta dels estels que anunció Joan Salvat-Papasseït hace casi un siglo. Los demás seguimos con nuestra existencia en medio de un extraño silencio.