Intente situarse en el escenario post 1 de octubre. ¿Ya lo ha hecho? No es un ejercicio fácil, sobre todo porque antes tendría que saberse qué sucederá el 1 de octubre y eso no lo sabe nadie. Ni Rajoy ni Puigdemont, ni Jordi Évole ni Jordi Sánchez ni aún menos un servidor. O sea que sólo podemos tener sensaciones, estados de ánimo y en este contexto caben tantas corazonadas como géneros musicales separan al mambo de la marcha militar. En los dos polos se situarían los ultraeufóricos convencidos de que el día 3 el Parlament declarará la independencia de Cataluña y los ultraeufóricos convencidos de que antes del día 3 Puigdemont, Forcadell y compañía se hallarán dentro de un furgón camino de Alcalá-Meco.
Como estamos en la fase de las sensaciones –y de las emociones a flor de piel– todo intento de análisis racional parece inútil. Ahora mismo sólo podemos hacer quinielas, que cómo se sabe se pueden inspirar en desiderátums, cuando se hacen con las tripas, o en cálculos de probabilidades, cuando se hacen con la cabeza. Si nos ceñimos al segundo método, lo que dice este cálculo es que 1) Cataluña no declarará la independencia el 3 de octubre porque lo que habrá pasado dos días antes en ningún caso habrá sido un referéndum puesto que el Estado habrá puesto todos los medios a su alcance (que son muchos) para impedirlo; y 2) la maquinaria judicial puesta en marcha por el Estado contra los impulsores de la legislación rupturista con la legalidad española seguirá adelante igual como han ido avanzando las causas abiertas a raíz del 9-N. Así, poco más o menos, estaremos el 3 de octubre.
Vamos al mejor precedente que tenemos sobre el momento actual, como son los hechos de octubre del 34, que ahora ya empiezan a estar en boca de muchos (no sólo de Albert Rivera). En síntesis, la cosa fue así: Companys declara el Estado catalán dentro de la república federal española (que no existía como tal); en 10 horas la revuelta es aplastada por el ejército y el presidente y todo su gobierno (a excepción del consejero Dencàs, que huye) son detenidos; y a continuación se suspende la autonomía y una larga lista de ayuntamientos, Companys y sus consejeros son juzgados y encarcelados, los jefes de los mossos juzgados en consejo de guerra y condenados a muerte (posteriormente indultados) y a lo largo de 1935 alrededor de 3.400 personas más son procesadas y encarceladas. Hasta que llega febrero de 1936, con la derrota de los partidos de derechas y la victoria del Frente Popular, que lo primero que hace es amnistiar a todos los presos políticos desde el año 1933 (lo que afecta a los sublevados catalanes pero también a los asturianos y de otras partes de España), lo cual permite a Companys salir del penal del Puerto de Santa Maria y recuperar el cargo de presidente de la Generalitat una vez restablecido el Estatuto de Autonomía.
Curiosamente, se habla más ahora del 6 de octubre de 1934 que hace tres años, cuando se cumplieron los 80 años y la efeméride pasó sin pena ni gloria (posiblemente porque desde la óptica catalana el episodio cause más pena que gloria). Coincidiendo con este aniversario, el profesor de la Complutense Alejandro Nieto publicó un libro muy recomendable, puesto que es tan descriptivo y desapasionado como su propio título: La rebelión militar de la Generalidad de Cataluña contra la República. El 6 de octubre de 1934 en Barcelona (Marcial Pons Historia). Nieto intenta hacer una descripción distante de lo sucedido, rehuyendo al máximo las valoraciones, pero al final sí que señala una conclusión que podría ser hoy aplicable. Sobre los hechos de octubre, escribe, “el Gobierno de Madrid debió aprender que una actitud popular, aunque sea minoritaria, no se puede doblegarse a cañonazos: es una siega de hierba que volverá a crecer cuando llueva de nuevo; y el Gobierno de la Generalidad debió aprender –en contra de la pedagogía revolucionaria– que como mejor se satisfacen las aspiraciones políticas es con medios pacíficos, con pactos o elecciones democráticas, y no con la violencia de los fusiles y las bombas”.
En otras palabras, tan estéril fue el arrebato revolucionario del 6 de octubre como la represión posterior del gobierno radical cedista. Ni unos ni otros lograron sus objetivos. Trasladado a los tiempos actuales, es evidente que en Cataluña el Gobierno y la mayoría parlamentaria no están actuando con bombas ni fusiles, pero sí que han seguido una “pedagogía revolucionaria”, pisoteando la ley de la cual emana su misma legitimidad jurídica y anunciando su intención de seguir haciéndolo en las próximas semanas. También es evidente que Madrid no ha suspendido la autonomía ni detenido a nadie (todavía), pero sí que ha seguido la estrategia de activar la maquinaria judicial antes de hacer ni un solo gesto creíble de acercamiento y distensión. Y esto, hoy, es querer doblegar una actitud popular a cañonazos metafóricos. O sea que, como en el 34, si la voluntad de unos es la secesión y la de los otros el regreso a la demoscopia del año 2000 (por decir algo), no parece que ninguno de los dos vaya a lograr sus objetivos.
Volvamos al cálculo de probabilidades. No habrá referéndum, o sea que el sector del procesismo que depende de él para sobrevivir querrá mantenerlo vivo como sea, y posiblemente lo consiga porque mientras haya causas judiciales abiertas los diferentes actores políticos y sociales que lo configuran tendrán un excelente motivo para seguir haciendo piña. Y, mal que les pese, tal vez los cuperos tendrán que volver al barranco a recuperar los restos de su vieja furgoneta.
La oposición tiene muchas esperanzas depositadas en unas nuevas autonómicas, pero es posible que poca cosa alteren. La señora María y el señor Esteve olvidarán que les habían prometido que esta vez iba en serio, y que se votaría sí o sí, igual como olvidaron que antes del 27-S les habían dicho que el referéndum era una pantalla superada y que aquello no eran unas autonómicas sino un plebiscito donde votar a JxSí equivalía a votar Sí. Los relatores son muy convincentes. Lo que recordarán es que nuevamente el Estado les ha impedido votar. No les decepcionarán, pues, los gobernantes incapaces de llevar a cabo aquello que durante tanto tiempo han prometido que harían, sino que la acción represora del Estado reafirmará todavía más su convicción de que España es un infierno del que hay que escapar cuanto antes mejor.
En Madrid también habrá debate entre palomas y halcones. Los que opinarán que mejor no tensar mucho la cuerda para tender puentes y quienes sostendrán que para evitar nuevos desafíos harán falta castigos ejemplarizantes para los sediciosos, mano dura como la aplicada por el gobierno Lerroux contra Companys. Mientras, la maquinaria judicial seguirá imparable, puesto que incluso para quien la acciona es muy difícil de parar, y no le faltarán argumentos, porque poner las urnas no es delito, pero la burda maniobra de tratar de sustituir una legalidad por otra tiene toda la pinta de serlo. O sea que habrá condenas, y más multas e inhabilitaciones, y mucha intoxicación mediática bidireccional, y al final tal vez acabemos descubriendo que de l’1 de octubre de 2017 nos sentimos tan poco orgullosos como del 6 de octubre de 1934.
Estamos atrapados en un callejón sin salida endemoniado y agotador, creado por dos radicalismos que se consideran mutuamente culpables de la situación, y que durante años han vivido fenomenalmente bien de mangonear con la convivencia y retroalimentar las caricaturas mutuas, y lo siento mucho pero no sabría decir cuál tiene más razones para acusar al otro de irresponsable. Salir de este asfixiante círculo vicioso es extremadamente difícil, y sólo lo será si mayoritariamente la sociedad empieza a rechazar los planteamientos maxisimplistas y a decantarse por las terceras vías, hoy tan denostadas y ridiculizadas.
Las terceras vías apelan a la transacción con generosidad y respeto mutuo. Y esto, en algún momento querrá decir algún tipo de amnistía para todos los procesados soberanistas, a los cuales se les tendrá que reconocer que si se llega al estadio utópico del encaje de Cataluña en España (afrontando, por tanto, buena parte de los agravios reales del catalanismo) habrá sido en buena parte gracias a que tensaron la cuerda con sonrisas y no con petardos. Pero este sector hará falta que acepte que las libertades ya las recuperamos en 1975, lo cual no quiere decir que no haya cuestiones a revisar y reivindicar, pero que ni somos una colonia ni vivimos bajo el yugo del apartheid, y que las reglas se tienen que respetar incluso cuando no te gustan, y sólo pueden ser cambiadas por la vía del pacto, con mucha paciencia y mucha mano izquierda.