Cuando mi hijo y mi hija eran adolescentes, siempre les decía que, de mayores, si querían formar una familia, seguramente tendrían que luchar contra una teoría que yo creía que se instalaría como reacción al comportamiento cada vez más frecuente de la incorporación de las mujeres al mercado laboral. Mi teoría imaginada era: los niños y niñas nacidos en familias de madres trabajadoras son más infelices, más inmaduros, más inestables... (añadid todos los adjetivos negativos que queráis).
Me equivoqué porque cuando fueron madre y padre respectivamente todavía no había tenido lugar la “crisis” que vino después. La “crisis” económica sí que está intentando de muchas maneras devolver a las mujeres al hogar, por ejemplo, recortando en guarderías, en estancias hospitalarias, en ayudas a la dependencia, es decir, cargando las tareas del cuidado sobre los hombros de las mujeres. Y a quién, si no, le toca ocuparse de estas cosas, ¿verdad?
Y pese a todo, también ha aparecido un sucedáneo de teoría que busca, vía la culpabilidad de las mujeres, hacerlas renunciar a las libertades conquistadas desde los años 70. Y esta moda viene de Estados Unidos (pero ha sido adoptada por especialistas en pediatría de Cataluña), de la mano de una pareja –los Sears--, que tiene 8 criaturas y una fe religiosa llevada hasta el extremo. Según ellos, para ser una buena madre es necesario aplicar la “crianza del apego”.
¿De dónde sale este sucedáneo de teoría? Sale de una teoría --esta sí--psicológica que dice que crear un vínculo afectivo fuerte entre la criatura y las personas adultas que se ocupan de ella es esencial para el desarrollo de una futura personalidad independiente, segura y con capacidad para establecer relaciones sanas. Es decir que es indispensable, durante los primeros años de vida, ocuparse del niño o niña para establecer unos vínculos sólidos. Nos ayuda a ello una hormona, la oxitocina, liberada por la neurohipófisis. Es la misma hormona que se libera entre una pareja que se quiere o entre amigos que hace tiempo que se relacionan bien. Es la hormona del cemento en las relaciones, pero para que se libere hace falta que haya un contacto de calidad.
Contacto de calidad es, por ejemplo, dar el biberón o el pecho, mientras acaricias al bebé o le hablas. Contacto de calidad no quiere decir en absoluto lo que preconizan desde la “crianza del apego”: llevar al crío a cuestas todo el día, darle de mamar cuando quiere y durante mucho tiempo, el colecho (¡o sea, en la cama con la pareja!)... Esta moda convierte al niño o a la niña en el centro de la creación y no le ayuda a aprender, por ejemplo, cómo soportar la frustración. Y convierte a la madre, no en la mejor madre del mundo, sino en una esclava doméstica.
Las que quieran que lo hagan, pero que no nos cuenten que es la mejor manera de criar porque no lo es. Es una más y no necesariamente tan perfecta como imaginan.
Cuando mi hijo y mi hija eran adolescentes, siempre les decía que, de mayores, si querían formar una familia, seguramente tendrían que luchar contra una teoría que yo creía que se instalaría como reacción al comportamiento cada vez más frecuente de la incorporación de las mujeres al mercado laboral. Mi teoría imaginada era: los niños y niñas nacidos en familias de madres trabajadoras son más infelices, más inmaduros, más inestables... (añadid todos los adjetivos negativos que queráis).
Me equivoqué porque cuando fueron madre y padre respectivamente todavía no había tenido lugar la “crisis” que vino después. La “crisis” económica sí que está intentando de muchas maneras devolver a las mujeres al hogar, por ejemplo, recortando en guarderías, en estancias hospitalarias, en ayudas a la dependencia, es decir, cargando las tareas del cuidado sobre los hombros de las mujeres. Y a quién, si no, le toca ocuparse de estas cosas, ¿verdad?