La cita era a las 11.00 h.- de la mañana en la puerta del edificio que ocupa los números 8 y 10 en la barcelonesa Via Laietana. Sin embargo, los organizadores, una plataforma compuesta por, al menos, diecinueve organizaciones diferentes de la ciudad, habían llegado unos minutos antes a un callejón cercano para preparar la acción. La idea era sencilla, apropiarse, aunque fuera por un rato, de la Via Laietana; bailar llevando unas cajas de cartón con forma de casas sobre los hombros al ritmo de una ópera, dotar esta amplia avenida de la ciudad de vida construyendo #VidaLaietana en una zona que, actualmente, se encuentra de nuevo bajo el foco de los proyectos de reforma.
El objetivo principal de esta acción artivista no ha sido otro que reclamar al Ayuntamiento de Barcelona que convierta el edificio señalado en parte del prometido parque de vivienda pública, promoviendo la creación de 160 viviendas y comercios de alquiler en un inmueble que, de hecho, ya es de titularidad municipal.
En el manifiesto elaborado para la ocasión, los promotores de #VidaLaietana señalan la “voracidad de la industria turística y del mercado inmobiliario”, así como los efectos que éstos generan y que se manifiestan en forma de expulsión de los vecinos y vecinas y de los comerciantes de su barrios, en este caso en el Barri Gòtic y, por extensión, del resto de Ciutat Vella. Una vez más, los movimientos sociales urbanos han denunciado el papel del mercado inmobiliario y masificación turística en las dinámicas de gentrificación y turistificación que se dan en la ciudad, algo que se presenta como una excelente ocasión para reflexionar sobre las últimas, y cada vez más frecuentes, acusaciones de turismofobia que parecen haberse instalado en algunos discursos políticos y empresariales.
Resulta evidente que aquellos mensajes de las paredes que señalan a los turistas como terroristas -Tourist you'are the terrorist- o los responsabilizan de destruir la ciudad -You are destroying the city, tourist go home-, y que pueden ser tildados de turismofóbicos, ponen el acento en la parte, digamos, más débil de la industria turística, el propio turista. Esto puede ser debido a éste es el elemento más visible, el de más fácil acceso, el que tiene una mayor presencia -a veces excesiva- en el espacio urbano de nuestras ciudades. Al contrario que un proceso de reforma urbana, que en principio puede agradar a todo el mundo y cuyos efectos tardan mucho más en verse manifestados, el turismo, los turistas, aparecen ante nuestros ojos copando la cotidianeidad con mayor velocidad y evidencia. Sin embargo, todos y todas hemos sido turistas y, de hecho, se podría considerar que el hecho de ser turista es un logro de las clases obreras de las sociedades de postguerra, con su mes de vacaciones pagadas y su libertad de movimiento.
Por otro lado, recientes encuestas comienzan a mostrar un cierto malestar entre los propios turistas, señalando la masificación y la propia explotación a la que se ve expuesta la ciudad. Los discursos contra el turismo centrado en los turistas se muestran, así, desubicados, erróneos o, lo que es peor, contraproducentes. En gran cantidad de ocasiones la narrativa turismofóbica, además de señalar al culpable equivocado, centra su atención en cuestiones vinculadas al civismo o a indebidos comportamientos en el denominado espacio público, lo cual puede llegar a generar respuestas institucionales basadas en nuevas ordenanzas que regulen el comportamiento en calles y plazas, el endurecimiento de las multas, etc., pero que no harán frente verdaderamente al elemento principal de la cuestión: la producción de la oferta y el hecho de que la ciudad, y en este caso Barcelona, se ha convertido en una gran fábrica social donde las dinámicas de explotación no se restringen, como tradicionalmente han sido, a la esfera productiva, esto es, los lugares de trabajo, sino que atraviesan sus paredes y se trasladan al ámbito de la sociabilidad y la reproducción social, las calles, las plazas, las viviendas, etc.
Una ciudad que vive una excesiva dependencia del turismo puede generar, y genera, disneyficación de los centros históricos, monocultivo comercial, pérdida de identidad local, gentrificación, transformación del paisaje urbano y heridas de muerte a la vida social de los barrios. La respuesta a esta situación puede venir desde la política institucional, el Ayuntamiento, el Gobierno de la Generalitat o del Estado, pero también desde la propia población a través de organizaciones como el reciente Sindicat de Llogaters, cuyo nombre, Sindicat, es más apropiado que nunca en el contexto antes señalado de explotación fuera del ámbito productivo, o la Assemblea de Barris per un Turisme Sostenible (ABTS), que exige una regulación más profunda de dicho sector.
La acción de #VidaLaietana acabó con “Força” y un llamado a la “vuelta de la vida a los barrios”. En solo media hora la plataforma cortó la Via Laietana y bailó, directamente, sobre ella mientras turistas curiosos continuaban con sus paseos, en bici o andando, por ambas aceras de la avenida. El área volvía, así, a su actividad natural, como también volverán los cruces de declaraciones entre instituciones echándose la culpa unos a otros por la compleja situación que enfrenta la capital. Sin embargo, algo bulle y Barcelona ha asistido, una vez más, a la conformación de un frente de clases en la ciudad.
La cita era a las 11.00 h.- de la mañana en la puerta del edificio que ocupa los números 8 y 10 en la barcelonesa Via Laietana. Sin embargo, los organizadores, una plataforma compuesta por, al menos, diecinueve organizaciones diferentes de la ciudad, habían llegado unos minutos antes a un callejón cercano para preparar la acción. La idea era sencilla, apropiarse, aunque fuera por un rato, de la Via Laietana; bailar llevando unas cajas de cartón con forma de casas sobre los hombros al ritmo de una ópera, dotar esta amplia avenida de la ciudad de vida construyendo #VidaLaietana en una zona que, actualmente, se encuentra de nuevo bajo el foco de los proyectos de reforma.
El objetivo principal de esta acción artivista no ha sido otro que reclamar al Ayuntamiento de Barcelona que convierta el edificio señalado en parte del prometido parque de vivienda pública, promoviendo la creación de 160 viviendas y comercios de alquiler en un inmueble que, de hecho, ya es de titularidad municipal.