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Victorias y derrotas

I

El 26J ha resultado claramente una sorpresa. Habrá tiempo para ver en perspectiva que es lo que se ha podido hacer mal o bien en una campaña electoral no esperada y en la que habíamos puesto como principal propuesta la conformación de un gobierno vertebrado por las distintas confluencias. De hecho, la campaña se ha convertido para el resto de actores políticos no en un plebiscito sobre el gobierno realmente existente, el del PP, sino sobre la propuesta que hacíamos. Eso significaba defenderse de múltiples mensajes cruzados precisamente dirigidos contra esta posibilidad. De allí que la principal celebración del PP en la noche electoral –con el grito del “Si se puede” como acto de pura venganza– no era su victoria, sino la derrota de las nuevas fuerzas del cambio. De allí que la principal celebración del PSOE fuera precisamente que no se le hubiera superado electoralmente, era su “victoria”. En un efecto que se multiplicaba también en otros partidos.

En este sentido ha funcionado la activación del temor hacia un gobierno protagonizado por estas nuevas fuerzas. ¿Estos temores se podían superar con una campaña de apenas un mes? Difícilmente, más allá de que haya cosas que hayan funcionado y otras no o que haya problemas de base o no. El problema probablemente es más profundo y no se juega sólo en el terreno de las hegemonías electorales a corto plazo, más cuando la propuesta que se hace no encuentra eco en la formación que propones como principal aliado de ese posible gobierno. Para desactivar ese temor se tiene que apelar a la suavidad, lo que hace que a su vez pierdas señas de identidad anteriores, y esa suavidad en quince días o un mes tiene que actuar contra mil elementos cruzados. Hay dilemas que a veces son imposibles tanto por un lado como por el otro.

II

En toda victoria hay elementos de derrota. Ciertamente el resultado más probable será un gobierno del PP, que prácticamente no ha sido ni juzgado en esta campaña. Pero este será un gobierno parlamentariamente débil y que no tendrá respuestas a ninguna de las grandes preguntas que nos ha llevado al escenario de cambio político actual, sino es la negación o reformas de muy bajo nivel ante unas crisis de alto nivel: la democrática, la social y la plurinacional. Será en este sentido un gobierno o una coalición de gobierno, explicita o implícita, agonizante. En este marco se debe construir una oposición eficaz, tanto en aquello que implica capacidad de incidencia para cambios concretos, como en aquello que implica construcción de una nueva alternativa de futuro que debe tener una de sus bases en la política desarrollada en el Congreso, pero no sólo.

El sistema político del estado se encuentra en plena transición y es todo él el que debe ser finalmente refundado. Proceso en el que la clave social, la cultural, la democrática y la plurinacional deben ser construidas desde distintos niveles, ámbitos y sujetos para hacer que las alternativas fuertes, al devenir progresivamente más hegemónicas, devengan suaves por mayoritarias. Fuera de las lógicas de campaña, se debe generar un proceso amplio donde lo que esté en juego ya no sea la refundación de un sistema político sino la generación de procesos constituyentes para que las alternativas de gobierno nazcan de las alternativas de sociedad.

III

En toda derrota hay elementos de victoria. El mismo hecho de que lo que realmente se ha plebiscitado es la alternativa de gobierno que proponían las nuevas fuerzas del cambio, indica hasta que punto han sido ellas, y sólo ellas, las que están marcando la pauta del debate político y se constituyan a su vez como única alternativa real al gobierno del PP. Esa centralidad sólo ha sido posible a partir de una gran osadía que nació en las calles, se solidificó en los ayuntamientos del cambio, e irrumpió con una fuerza enorme en el congreso el 20 de diciembre, convirtiendo el bipartidismo en una pobre sombra de lo que había sido e inaugurando la transición del sistema político. Eso sólo ha sido posible por la acción de millones de ciudadanos anónimos y por la conjunción de las más generosas de las voluntades y de las mejores inteligencias que hemos tenido de nuestro lado. Sólo desde esa osadía democrática se entiende que ante el fracaso de conformación de un gobierno del cambio real, y el bloqueo vivido que en este sentido nos llevó a nuevas elecciones, se pretendiera una aceleración del tiempo histórico que finalmente no ha sido posible. Pero ante ello debemos convertir la frustración en un nuevo tiempo de cambio. No será en este sentido ni la primera vez, ni la última, que nos encontremos colectivamente frente a este reto.

IV

Tenemos por delante una gran responsabilidad. Eso conlleva analizar sosegadamente tanto los errores como los aciertos, pero no encerrarnos en dilemas imposibles, ya que lo que tenemos por delante es una redefinición estratégica de largo alcance. Esta es una historia que va más allá de un momento y un espacio determinado. Nos encontramos en el inicio de una nueva fase histórica, que tiene un ciclo político especifico, pero también económico, social y cultural, incidir en el mismo no es quedarse atrapado en lógicas políticas cortas, es intentar siempre estar a la altura y saberse adaptar a los retos de cada momento sin olvidar los de conjunto. Las viejas fuerzas no quieren ceder y si ceden los hacen para ganar tiempo, las nuevas deben saber representar las aspiraciones inmediatas pero también actuar en un conjunto más amplio, donde se pueda dilucidar finalmente una alternativa social, económica, cultural y política.

I

El 26J ha resultado claramente una sorpresa. Habrá tiempo para ver en perspectiva que es lo que se ha podido hacer mal o bien en una campaña electoral no esperada y en la que habíamos puesto como principal propuesta la conformación de un gobierno vertebrado por las distintas confluencias. De hecho, la campaña se ha convertido para el resto de actores políticos no en un plebiscito sobre el gobierno realmente existente, el del PP, sino sobre la propuesta que hacíamos. Eso significaba defenderse de múltiples mensajes cruzados precisamente dirigidos contra esta posibilidad. De allí que la principal celebración del PP en la noche electoral –con el grito del “Si se puede” como acto de pura venganza– no era su victoria, sino la derrota de las nuevas fuerzas del cambio. De allí que la principal celebración del PSOE fuera precisamente que no se le hubiera superado electoralmente, era su “victoria”. En un efecto que se multiplicaba también en otros partidos.