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Otoño en la Barceloneta: la última fiesta de la calle Pescadors

Hace unos días en una mesa en la calle Pescadors, en el barrio de la Barceloneta de Barcelona, un grupo de señoras de más de 70 años –y algunas de más de 80– ultimaban los decorados de la fiesta mayor. Son un símbolo del barrio popular que resiste a la invasión turística y a la pérdida de su carácter. Cuando la Barceloneta llenaba portadas este verano por las movilizaciones contra los pisos turísticos, ellas pasaban las tardes recortando cartones de leche en forma de hojas –y también se manifestaban cuando tocaba. Este año las fiestas de Pescadors tienen pinta de otoño. La última calle que se adorna en la Barceloneta con unas fiestas autogestionadas abandona la tradición después de 25 años, sin relevo generacional.

Mientras tanto, sin embargo, es fiesta mayor, y en este barrio alargan el verano hasta los alrededores de San Miguel. Se nota por el calor, el que pasan las vecinas que, a pesar de los años, se mueven arriba y abajo, y también sus hijos, sobrinos y nietos, que preparan bocadillos detrás de una plancha para una cola interminable de comensales, los asistentes a la fiesta, que bailan al ritmo de la orquesta Odisea, que hace muchos años que anima los bailes de la calle.

Hace 25 años en la calle Pescadores decidieron recuperar la tradición de la fiesta mayor y engalanar las calles. “Mi hermana lo lió todo, con las vecinas, comenzó a llamar a la gente”, dice Joana, hermana de la añorada Emilia Llorca, un referente para el barrio y especialmente recordada en estas fiestas. Se celebraron por primera vez en 1990, junto con tres tramos de la calle Sevilla y la calle Santa Clara. Las otros calles han ido cayendo por el camino. “Se han ido cansando”, dice Joana. “Se han ido muriendo las señoras que lo llevaban”, añade Antonio García, viudo de Emilia.

Celia, que fue a vivir en la calle de pequeña, antes de la Guerra, recuerda las fiestas antiguas, de los años 40, y lamenta haber perdido las fotos. Es un testimonio de cómo ha cambiado el barrio. En el mismo edificio que ella vivieron –en los llamados “quarts de casa”, con grandes familias apretadas en 30 metros cuadrados– algunas de las vecinas que durante 25 años han reavivado la tradición. “Pero ahora los pisos ya no quieren gente de aquí, quieren hacer negocio”, lamentaba una de ellas este verano, mientras recortaba hojas.

El barrio ha cambiado mucho desde que pusieron en marcha las fiestas. Sobre todo sus habitantes. “Ahora hay gente nueva y en la comisión estamos los mismos”, dice Joana. En su momento la fiesta implicaba a los vecinos, hasta el punto que aprovechaban la ocasión para repintar las fachadas de toda la calle, pero ahora sólo queda este pequeño grupo. “A todos nos sabe mal dejar la fiesta, pero es que nos hemos hecho mayores y ya no aguantamos, y este año lo hemos decidido porque hemos ido cayendo enfermas”, apunta, y repasa las enfermedades de algunas de sus compañeras. Sin embargo, dicen las unas de las otras, el día de la fiesta bailan como las que más, y la verdad es que cuando suena la orquesta les pesa menos la edad.

Ejemplo de un barrio transformado

La historia de estas vecinas y su calle es un ejemplo de la situación que vive la Barceloneta. Como explicaba la geógrafa e historiadora urbana Mercè Tatjer, no se trataría de una situación de gentrificación, sino de degradación, porque “se expulsa la gente del barrio no para que venga gente con más alto nivel adquisitivo, sino para que vengan visitantes temporarios”.

En el pregón, otro caso paradigmático. El invitado para la ocasión recuerda su infancia en Can Manel, restaurante que se encuentra desde 1870 en el paseo Joan de Borbó y ahora se ve rodeado de negocios para turistas. La Ley de Arrendamientos Urbanos, que permite a los propietarios actualizar los alquileres hasta los elevados precio de mercado, pone el local en riesgo. “Después de 144 años tendremos que luchar para salvar Can Manel, por una ley injusta que sólo beneficia a los especuladores, la gente que no se preocupa por la Barceloneta”, dice. Terminado el pregón, sin embargo, se pone a cantar, porque al fin y al cabo son las fiestas de la gente del barrio.

Antes del inicio de la fiesta también sube al escenario la gente de la Asociación de Vecinos de La Ostia, que es hija de la calle Pescadores. “La Asociación de Vecinos de La Ostia salió de aquí”, dice Antonio, “de mi mujer y varias compañeras, que en 2005 la montaron porque para nosotros la asociación que había no funcionaba”. Los vecinos de la asociación, de edades más diversas, agradecen a la comisión de fiestas, porque “vivir y sentir la calle Pescadors es aprender a amar la Barceloneta”, dicen, y dedican un recuerdo especial a la Emilia. Antonio asegura que si viviera su mujer la fiesta no acabaría. “Emiliona nos diría: ¡estáis muertas!” Dice Juana, confesando que sí, que si viviera su hermana no se atreverían a parar.

En la Asociación, aún quedan vecinos jóvenes que luchan para defender el barrio. Emma Alari recuerda que “ha sido un espacio donde hemos podido confluir vecinos y vecinas de toda la vida o recién llegados, como la gente que veníamos de Miles”, un antiguo cuartel de la Guardia Civil okupado en el paseo Joan de Borbó hasta el 2007, que se sumó a la lucha contra la especulación urbanística de las vecinas.

“Los veíamos lavando los cacharros en la fuente de la plaza Sant Miquel, y un día fuimos a ver dónde estaban”, dice Joana para recordar como los conocieron. Guardan muy buen recuerdo de la relación con los vecinos okupas, algunos de los cuales optaron por seguir en el barrio. “Yo me lo pasaba muy bien cuando iba donde los okupas y se sentaba en aquellos sofás que tenían”, recuerda riendo. “Es que eran nuestros okupas”, lamenta una de sus compañeras de mesa.

Recuerdos no les faltan y, como dice Emma, sus delantales ya forman parte de la historia de la Barceloneta. Pero durante una semana aún tienen fiesta. Tras soltar algunas lágrimas escuchando a la gente que se acerca al micrófono, Joana va al grano: “Bueno, muchas gracias a todos. ¡Que tengáis una muy buena fiesta mayor!”. Y todas se ponen a bailar.