La fotografía de los hermanos Maragall en el mítin de Esquerra Republicana (ERC) el pasado domingo es, polémicas aparte, una escena que dibuja en varios sentidos lo que ha pasado en la política catalana en la última legislatura. Es una metáfora del resultado de un fuerte corrimiento ideológico que se ha llevado por delante los cimientos de las opciones federalistas y autonomistas -que entre 2006 y 2010 reunían porcentajes de hasta el 70% de los catalanes- en favor del independentismo, que se sostiene hoy algo por debajo del 50%. En el terreno de los partidos, el mitin de Esquerra solo es la plasmación gráfica de algo que los sondeos ya venían prediciendo: el partido de Junqueras está situado en una posición inmejorable para asaltar el centroizquierda catalán.
La política catalana en los últimos años ha tomado una velocidad poco corriente en comparación con los lentos cambios que ocurren en el entorno. A partir de 2010 se viene observando un fuerte trasvase entre las opciones sobre el modelo de Estado, hecho que supone también un nuevo dibujo del mapa de partidos. Hay, por ejemplo, una recomposición evidente entre las filas constitucionalistas, donde Ciutadans crece a expensas del PSC y PP. Pero el fenómeno ha tenido efectos devastadores entre los partidos que marcaban el centro político: CiU y, sobre todo, PSC. Ambas formaciones, que fueron hegemónicas durante toda la historia democrática en Cataluña, han visto mermados sus apoyos hasta puntos difíciles de imaginar hace un par de legislaturas. Tomando como referencia el último barómetro del Centro de Estudios de Opinión, dependiente de la Generalitat, el PSC perdería hasta 20 puntos entre las europeas del 2009 y las del próximo domigno, pasando de un 36 a un 17%.
El repliegue del PSC, que ha abandonado recientemente las posiciones favorables al derecho a decidir a las que al comienzo del proceso sí se sumó, deja un enome hueco en la socialdemocracia nacionalista. A esto hay que sumar además el goteo imparable de votantes socialistas, tradicionalmente federalistas, a posturas a favor de la independencia. Es ese el caldo de cultivo en el que ERC se ha hecho fuerte.
Desde la llegada de Junqueras al timón de la nave independentista, la formación también ha tratado de acercar sus potenciales nuevos votantes. En la acción parlamentaria, Esquerra ha suavizado su antiguo izquierdismo en claro viraje hacia al centro, lugar que solía ser patrimonio del PSC en el imaginario catalán. A la vez, han imitado a los socialistas en eso que se conoce como “responsabilidad de partido de gobierno” con un incansable apoyo al Govern de CiU en lo peor de la segunda oleada de recortes, con la insípida contrapartida de aprobar algunas medidas de corte socialdemócrata, como los nuevos impuestos que ERC demandaba. Por su parte, ERC ha tragado con unos duros presupuestos que le han valido serias críticas desde otras formaciones de izquierdas. “Todo por el Proceso” ha sido el tótem de ERC ante sus simpatizantes, tradicionales o recién llegados en virtud del soberanismo, que veían en el partido un vigía institucional de que se cumpla la hoja de ruta hacia la consulta del día 9 de noviembre, apoyada por 3 de cada 4 catalanes. La receta era simple pero efectiva: socialdemocracia, imagen de responsabilidad y moderación, y defensa a ultranza de la soberanía.
La llegada de cuadros ex-PSC, uno de los más llamativos el propio Ernest Maragall, ha sido el broche de oro de la opa de Esquerra a las maltrechas estructuras socialistas. Para Junqueras, el discurso integrador con otras sensibildiades políticas ha sido la mejor herramienta con la que inflar la expansión del partido. Suavidad con las bases que se incorporan, sí, pero exhibición de los trofeos ganados al enemigo. Esquerra ha sido agresiva en la absorción de cuadros salientes por la indisimulada descomposición en el ala soberanista del PSC, cuyo último pulso con la dirección tuvo lugar en las primarias abiertas para elegir el candidato a la alcaldía condal, cuando el candidato Jordi Martí hizo campaña con apoyos de la órbita de Esquerra.
Entre la socialdemocracia europea y el independentismo
ERC tiene dos grandes retos de cara a la Europeas. Uno menor y a corto plazo y otro más importante pero a más tiempo. Empezando por el primero, ERC necesita obtener un gran resultado el domingo. Eso es algo que casi se da por descontado. Lo que no está tan claro es si podrán sobrepasar en votos a CiU. Esta opción, la del sorpasso, ni siquiera levanta pasiones entre los dirigentes de Esquerra. Saben que un resultado así se vendería fuera de Cataluña como una desacreditación del propio Mas y creen que, en definitiva, esto no sería bueno para el proceso soberanista en su conjunto.
El otro reto, y este sí que es importante, es convertirse en el referente socialdemócrata catalán también en Europa. Pero para ello es necesario ser miembro de la Internacional Socialista, una vieja aspiración que siempre se le ha resistido a la formación. La cosa se complicó definitivamente cuando el viernes pasado, en el debate entre los 5 candidatos a presidir la comisión, el socialista Martin Schulz hizo una defensa cerrada del marco constitucional de cada país y dejó el asunto catalán en affair interno español.
No es esta precisamente la respuesta que ERC desearía de un grupo europeo en el que estuviera integrada. Y así, la dicotomía entre ser el referente socialdemocrata catalán en europa y el compromiso inequívoco con la independencia vuelve a ponerse encima de la mesa. El partido ya se ha decantado para estos comicios, al asegurar que Ska Keller, la candidata de Los Verdes a la Comisión que abraza sin tapujos el derecho a decidir catalán, es la persona a la que los independentistas apoyarán. Sin embargo, la aspiración a largo plazo de ser homologados a un partido socialista europeo es más díficil de olvidar.