“Que a Fèlix le gustaba mucho el dinero lo sabíamos todos, pero no entiendo cómo se le pasó por la cabeza 'eso'”. La frase la dijo en Rac-1 Pat Millet, hermana de Fèlix Millet, y “eso” es haber saqueado más de 20 millones del Palau de la Música para dedicarlos a uso y disfrute personal: lingotes de oro, viajes, obras en casa o efectivo para tabaco. Este jueves ha muerto a los 87 años Fèlix Millet, el ladrón burgués que ayudó a Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) a cobrar corruptos porcentajes de hasta el 4%, comisión personal mediante.
El apellido Millet ya era célebre antes del caso Palau por formar parte de una de una de las familias emblemáticas de la burguesía catalana. Ahora pasará a la historia asociado a la causa de corrupción más grave que ha sufrido Catalunya en las últimas décadas.
El reposo eterno le ha llegado a Millet en la residencia donde estaba ingresado por una enfermedad incurable. Allí cumplía, en tercer grado, la condena de nueve años y ocho meses de cárcel por el expolio que perpetró en el Palau. Antes había permanecido más de dos años en prisión.
A lo largo de este tiempo la Justicia ha hecho esfuerzos para recuperar el dinero que saquearon Millet y su número dos, Jordi Montull. Ya condenados y cuando tocó devolver el saqueó, los dos exmandamases realizaron ejercicios de ocultación de sus rentas que les valieron nuevas imputaciones judiciales. Millet muere con solo la mitad del saqueo devuelto.
La vida de Millet se puede resumir en dos etapas. El entorno privilegiado y burgués en el que creció derivó en el ostracismo provocado por su latrocinio. Mientras el saqueo se producía, muchos de los que después lo condenarían socialmente prefirieron mirar hacia otro lado. Nadie roba tantos millones sin un entorno que, por lo menos, haga ver que no pasa nada. Millet se creía el más listo, pero cayó.
El hombre que en su niñez jugaba con el Rolls Royce de las tías del conde de Godó ha pasado los últimos años de su vida alejado a la fuerza del mundo de las élites catalanas en el que nació y destacó. El propio Millet lo resumía así en el libro L'Oasi Català (Planeta, 2001): “Somos unas cuatrocientas personas que nos encontramos en todas partes y siempre somos los mismos. Nos encontramos en el Palau, en el Liceu, hay un núcleo familiar y nos vemos coincidiendo en muchos sitios, seamos o no parientes”. Eran los años dorados.
Hablar de ascenso social en Millet sería un error, pues ya nació en el Olimpo de los patronos de Barcelona. La familia labró su fortuna en el sector textil, pero sin renunciar a las inquietudes culturales. Su tío abuelo Lluís Millet fue uno de los fundadores del Orfeó Català, entidad que más de un siglo después Fèlix Millet contribuiría a saquear.
Su padre, Fèlix Millet i Maristany, fue un renombrado empresario de tendencias políticas democristianas, que como tantos otros se pasó a Burgos al estallar la Guerra Civil. Presidió el Banco Popular y cofundó la aseguradora Chasyr y Banca Catalana, además de presidir el Orfeó.
Lo que sí hizo Millet hijo fue sublimar el talento natural de los de su clase para acumular cargos empresariales y en entidades tan representativas como el F.C. Barcelona. Cumpliendo con lo que la burguesía espera de sus vástagos, se casó con Marta Vallès, heredera de la papelera Guarro y de un ingente patrimonio familiar. Vallès falleció en 2018.
Los primeros negocios de Millet se sitúan en Fernando Poo, enclave colonial español en Guinea Ecuatorial. Como muchos patricios catalanes, el padre de Millet explotaba plantaciones de café y cacao en Guinea, y el hijo acabó siendo el gerente de la compañía agrícola e industrial de Fernando Poo hasta que la colonia obtuvo la independencia en 1968. Millet regresó a Catalunya.
A mediados de los 80 Millet tuvo su primer encontronazo con la justicia: pasó dos semanas en prisión provisional por la estafa que perpetró en Renta Catalana, inmobiliaria dirigida por los hermanos Ignacio y Antonio María Baquer y de la que formaba parte del consejo desde 1974.
Millet lo fue todo en Catalunya. Se sentó en consejo de La Caixa, de Agrupació Mútua, de la sociedad del Gran Teatre del Liceu y de la fundación del F.C. Barcelona, entre otras empresas y fundaciones. Incluso hizo una intentona, sin éxito, de asociarse con sectores catalanistas para desbancar a Josep Lluís Núñez de la presidencia del Barça. Desde 1990 hasta 2009 comandó el Palau y al Orfeó Català.
Bajo el liderazgo de Fèlix Millet, el Palau llegó a competir con el Liceu como lugar de reunión predilecto de las élites. También tuvo tiempo para saquearlo. En su gestión absolutamente personalista y déspota –la confusión sobre qué dinero correspondía al Palau, la Fundación o el Orfeó era total y quitó el sueño a los investigadores– mantuvo al Palau como símbolo del catalanismo, lo que no le impidió acercarse a la FAES y a José María Aznar para buscar subvenciones del Ministerio de Cultura.
Ya fuera de su pedestal, durante los casi cuatro meses que duró el juicio, acusaciones y defensas coincidían en que Millet conservaba la lucidez de antaño aunque su estado de salud físico fuera delicado por los más de ochenta años que le contemplaban y agravado por los cuatro paquetes de tabaco que consumía a diario. “Tiene la columna vertebral como una culebra”, plañía su hermana Pat en una entrevista que forma parte ya de la memoria histórica del audiovisual en Catalunya.
En agasajar a políticos y empresarios, Millet no tenía rival. Pero detrás de los focos, racaneaba el dinero de los viajes a los 'cantaires' del Orfeó, aduciendo que invitar a estrellas de la música clásica requería de muchos fondos. Todo ello mientras los billetes de 500 euros sin declarar a Hacienda entraban y salían del Palau a toda velocidad y el auditorio era “la cañería”, en palabras del fiscal anticorrupción Emilio Sánchez Ulled, a través de la que Ferrovial pagó comisiones a Convergència a cambio de obra pública.
De todas sus gestas corruptas, destaca el haber cargado el coste del convite de la boda de su hija a las cuentas del Palau y cobrar la mitad del evento al consuegro. A la boda acudieron consellers de la Generalitat de la época, financieros y empresarios. El refranero popular proporciona explicaciones sencillas: la avaricia rompe el saco. A Millet simplemente lo pillaron.