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20 minutos a través de un interfono: las dificultades de las madres presas para comunicarse con sus hijos

Si ser mujer y estar en la cárcel ya supone una doble condena, la cárcel añade otro obstáculo para las madres presas, que conforman la mayoría de la población femenina reclusa: viajes de entre cuatro y horas hasta la cárcel para comunicarse 20 minutos a través de un interfono y malas condiciones de las salas de visita familiar, que se traducen en relaciones materno-filiales degradadas.

Estas conclusiones se recogen en el primer estudio que radiografía el perfil y la situación social de las penadas y las presas preventivas de las cárceles. Lo ha elaborado el observatorio social y económico de la justicia, formado por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), el Consejo de la Abogacía Catalana (CICAC) y la obra social 'la Caixa'. “Las mujeres son las invisibles y las grandes olvidadas del sistema penitenciario”, sostiene la profesora de derecho procesal de la UAB y autora del informe, Carmen Navarro, que pide una “reformulación” de los contactos de las madres presas con sus hijos.

Las cárceles españolas destinadas únicamente a mujeres se encuentran en Ávila, Madrid, Alcalá de Guadaira (Sevilla) y Barcelona. Según los datos del informe, estos centros albergan el 22,62% de la población penitenciaria femenina del conjunto del Estado. El resto está repartido en los módulos de mujeres de centros con mayoría masculina.

La normativa penitenciaria permite a los menores de tres años convivir con sus madres en los centros, algo que ocurre con 107 hijos de algunas de las 4.345 presas que hay en España, a penas el 8% del total de población reclusa. El 71% de ellas cumple condena por delitos contra la salud pública –relacionados con el tráfico de drogas– y contra el patrimonio. La nacionalidad mayoritaria (más del 65%) es la española.

Una vez cumplen los tres años, los hijos de las reclusas se ven con sus madres a través de las visitas “de convivencia” de seis horas, permitidas para menores de hasta 10 años y compatibles con las comunicaciones orales de veinte minutos en los locutorios. Asimismo, las internas pueden pedir “comunicaciones familiares” de entre una y tres horas como mínimo una vez al mes.

El informe, que recoge reflexiones anónimas de las internas, apunta a la necesidad de que los centros se doten de infraestructuras más adecuadas para mejorar las condiciones en las que las reclusas se relacionan con sus hijos. La totalidad de las reclusas entrevistadas para el estudio coincide en las “nefastas” condiciones de los locutorios, en las que se escuchan las conversaciones de otras reclusas.

Asimismo, las presas destacan que las salas destinadas a las visitas familiares no están preparadas para recibir niños. “El ambiente es muy 'taleguero'”, describe una de las mujeres entrevistadas. Las quejas versan sobre que los locales son viejos, tristes y pequeños, lo que en algunos casos lleva a los menores a confundirlos con las celdas de sus madres. “Es necesario adaptar las cárceles a las necesidades de las mujeres”, ha reclamado el presidente del CICAC, Julio J. Naveira.

Y para llegar a los centros, además, los menores llegan a tener que realizar viajes de entre cuatro y ocho horas. “Cuando consigue ver a su madre, el niño está cansado y con pocas ganas de volver”, sostiene el estudio, que mientras no se aborden cambios legislativos propone fomentar la reclusión de las internas con sus hijos en las llamadas Unidades Dependientes (pisos tutelados fuera de las cárceles), como los que albergan a penadas en régimen de semilibertad.

El director general de servicios penitenciarios de la Generalitat, Amand Calderó, se ha comprometido a abordar “con perspectiva de género” la política penitenciaria (Catalunya es la única comunidad con las transferencias sobre prisiones transferidas). La oportunidad para comprobarlo será la futura prisión de mujeres que está proyectada en la Zona Franca de Barcelona y que sustituirá a la cárcel femenina de Wad-Ras, en funcionamiento desde 1915.

La alternativa, los abuelos

El apartado estadístico del informe detalla que el 78% de les 570 mujeres que se encuentran en alguno de los centros penitenciarios catalanes son madres, con una tasa de natalidad superior a la media de la población: el 38% de las madres reclusas tienen tres o más hijos, mientras que un 30% tiene dos hijos.

Entre las reclusas catalanas abundan las madres solteras, que suponen un 72% del conjunto. De ahí que en un 70,3% de los casos, las madres dejen a los menores a cargo de los abuelos maternos antes de entrar en la cárcel, mientras que sólo en un 20% de las reclusas el hijo se queda con su padre. Todo lo contrario ocurre cuando es el padre el que tiene que ingresar en prisión: un 80% de los varones con descendencia dejan el hijo a cargo de la madre durante su estancia entre rejas.

“El ingreso en prisión de una mujer comporta un auténtico desequilibrio de la, a menudo, precaria situación familiar”, destaca Navarro. Para mitigarlo, el estudio reclama que la legislación precise una distancia máxima entre el centro penitenciario donde cumpla condena la penada y su lugar habitual de residencia, y que jueces e instituciones penitenciarias, a la hora de ejecutar las sentencias, “prioricen” la maternidad como criterio para escoger la cárcel de destino de la penada.