Cuando José Luis Rodríguez Zapatero visitó la sede del PSC para ganar apoyos en su carrera por el liderazgo del PSOE, José Montilla le recordó que estaba entrando en la sede de un partido distinto. En 2008, el mismo Montilla, aprovechando la celebración de un congreso del PSC, aprovechó su discurso, frente a centenares de cargos y militantes, para pronunciar una frase que resumía la no siempre fácil convivencia entre ambas formaciones: “Los socialistas catalanes te queremos bien, pero aún más queremos a Catalunya”. El apoyo del PSC fue fundamental para que Zapatero lograse ser secretario general del PSOE y si Pedro Sánchez ocupa ahora ese mismo cargo es en gran parte porque los socialistas catalanes le respaldaron incluso durante su destierro de Ferraz.
Los diputados catalanes rompieron la disciplina de voto para no tener que facilitar la investidura de Mariano Rajoy. Su 'no es no' al PP fue interpretado como una deslealtad por la gestora que entonces dirigía el PSOE y por algunos de los compañeros de grupo que todavía hoy comparten escaños con los parlamentarios del PSC. En ese momento la cúpula de los socialistas catalanes consideró que sus votantes no iban a entender que ayudasen al PP a seguir en el poder. Fue una decisión que se tomó por unanimidad y se defendió hasta el final. La posterior victoria de Sánchez en las primarias del PSOE y la habilidad de Miquel Iceta para restañar heridas, incluso con Susana Díaz, facilitó una pacificación de las relaciones entre ambas fuerzas. PSOE y PSC han hecho de la conllevancia una fórmula para preservar sus respectivos intereses, a veces compartidos pero no siempre coincidentes, tal y como se está comprobando en esta campaña.
La dureza exhibida por el presidente del Gobierno en el debate del lunes o la insinuación de que él ha ordenado a la Fiscalía que reclame una euroorden para que Bélgica extradite a Puigdemont son argumentos que contrastan con un PSC que, sin contradecirle, combina la contundencia contra el independentismo con las apelaciones a “desinflamar” el conflicto. En la dirección de los socialistas catalanes insisten en que no hay discrepancias con la estrategia del PSOE aunque asumen que el contexto de ambas campañas es distinto. “Lo importante no es lo que Sánchez dice si no, sobre todo, lo que no dice”, argumenta un dirigente del PSC. Cita como ejemplos, algunas de las propuestas de Ciudadanos y el PP, desde una aplicación inmediata del 155 a defender el traslado de los dirigentes encarcelados a prisiones de fuera de Catalunya.
El PSC quiere huir de “la teoría de los bloques” y eso le obliga a unos equilibrios nada fáciles. En esta campaña ha decidido que no habla ni de indultos ni de amnistías porque cada vez que algún dirigente lo ha insinuado ha sido tachado de poco menos que de sedicioso. Además, cualquier declaración pública que pueda interpretarse como una concesión al independentismo juega en contra de uno de sus principales propósitos: recuperar este domingo el voto que se fue a Ciudadanos (según todos los sondeos va a conseguirlo). Pretende lograrlo sin renunciar a principios del socialismo catalán, entre ellos, el modelo actual de la escuela catalana, incluida la inmersión lingüística. Sánchez bautizó la nueva asignatura que pretende impulsar como Educación en valores civiles y éticos. Fue su manera de intentar acallar la insistencia de Ciudadanos, pero también del resto de la derecha y de sus medios afines, de que en las aulas catalanas se adoctrina a los alumnos.
Seguramente porque Ciudadanos fue apadrinado por algunos intelectuales de la órbita del PSC, porque la estrategia de Albert Rivera fue desde un principio atacar a los socialistas por considerarles demasiado tibios con el nacionalismo, y porque el partido naranja se convirtió en su principal adversario electoral, los socialistas catalanes siempre han recelado de Ciudadanos. Incluso cuando Sánchez y algunos grupos mediáticos se felicitaban por las fotos con Rivera.
Estos días, los socialistas catalanes tiran de ironía y explican que llaman “todo el rato” a Ferraz, una frase que puede entenderse como una prueba de que están en contacto permanente o de que a menudo el PSOE les complica la vida. La última que ha trascendido fue la que Iceta hizo a Cristina Narbona para reclamar que el programa electoral incluyese una referencia a la apuesta de los socialistas por el federalismo e incluyese las declaraciones de Granada y Barcelona, unos documentos que reivindican el carácter plurinacional de España y de los que Sánchez parece haberse olvidado.