Decenas de personas avanzan en procesión por las empinadas calles del barrio del Carmel de Barcelona. Todos son jóvenes, de entre 20 y 30 años, cargados con bolsas de las que asoman cervezas, botellas de vino y algún tentempié. La mayoría son turistas y extranjeros. Se dirigen a los búnkers del Carmel, nombre con el que se conoce a las baterías antiaéreas que se instalaron durante la Guerra Civil y que luego alojaron algunas barracas.
Desde allí, la vista a la ciudad es privilegiada. A una altura de 262 metros, este montículo ofrece una panorámica de Barcelona que no ha pasado desapercibida para los turistas. Hace años, antes del 'boom' de visitantes, se trataba de un lugar de encuentro de jóvenes de la ciudad, que pasaban los atardeceres allí, pero hoy es un enclave que figura en todas las guías y cuentas de Instagram y Tiktok.
El potencial del lugar ha atraído también a DJ y músicos que, desde hace unos meses, han empezado a anunciar en redes sociales sesiones cada domingo a las seis de la tarde. Fiestas ilegales, que no cuentan con autorización alguna, que pueden llegar a concentrar a 400 personas y que traen de cabeza a los vecinos por el ruido y la basura que los asistentes dejan a su paso.
La procesión de gente que escala el Carmel se dirige hacia allí. Pero la ilusión previa a la fiesta se torna en decepción cuando, en lugar de un DJ, en el mirador hay una decena de agentes de la Guàrdia Urbana. “¿Hemos caminado tanto para esto?”, se pregunta una joven chilena. Sus amigos quieren quedarse, por las vistas, y tomar al menos una cerveza. Pero ella se niega y da la vuelta. “Esto es un timo, me voy a un bar a bailar”, dice, taxativa.
Los agentes se han desplazado hasta el lugar porque, debido a las publicaciones en redes sociales, se está congregando mucha más gente de lo que es habitual. “Estamos aquí para evitar que haya incidentes”, explica uno de los uniformados. También quieren evitar que se haga la fiesta que estaba anunciada. Según comenta el guardia, vieron llegar a unos jóvenes con un equipo de música profesional pero, tras advertir la presencia de la policía, se fueron.
Hay asistentes, como Laura y Marta, vecinas de Barcelona, que también vinieron buscando la música, pero ellas sí deciden quedarse. Y aciertan. Porque hacia las 20:45 horas de la noche, cuando la policía se retira, aparecen los DJ y empieza la fiesta. “Cuando se consideró que ya no era necesaria la presencia de la Guàrdia Urbana, se replegaron los equipos. Posteriormente, recibimos incidencias conforme había mucha gente en actitud festiva y se desplegó nuevamente el dispositivo, pero al llegar, estas personas ya se estaban yendo”, afirma el inspector Jordi Oliveres, portavoz de la Guàrdia Urbana.
Los agentes tardaron en llegar más de una hora y eso ha despertado muchas críticas entre los vecinos. “El problema no es la fiesta en sí, es el conflicto con el entorno. Esta gente deja la basura, chillan, no respetan a las vecinas e incluso se mean en las puertas de los edificios”, explican desde la Plataforma d'Habitatges Afectats dels Tres Turons (PHATT). Este colectivo de vecinos está realizando asambleas y concentraciones periódicas para denunciar el efecto que tiene la masificación del barrio, que durante los últimos años está teniendo mucha presencia turística.
Al atractivo de la zona se suma que el Ayuntamiento hace tiempo que está llevando a cabo una estrategia para descentralizar el turismo y rebajar la masificación en barrios como el Born, Raval o Eixample. De hecho, el consistorio acaba de anunciar que dedicará 5 millones de euros procedentes del impuesto turístico para este objetivo. El problema, según la PHATT es que esto supone “enviar hordas de turismo” a un barrio “que no está preparado para acoger a tanta gente”.
Así lo apuntan también Jaume y Mercè. Ellos son vecinos y suben a menudo a los búnkers. “Este domingo es el día que más gente hay, con diferencia. Seguro que vienen por la fiesta”, considera ella, mientras mira alrededor, algo sobrepasada por las hileras de gente que no dejan de transitar por el espacio. “No tengo un problema con el turismo, la cuestión es que toda esta gente que ves aquí viene en autobuses o taxis que saturan el barrio. Ya que los hoteles y el Ayuntamiento ganan tanto dinero, pues que inviertan algo”, se lamenta él.
Hay principalmente dos autobuses que llegan a los búnkers. Uno que viene de la playa y otro de Plaza Catalunya, ambos muy concurridos por los turistas. Intentar coger uno de estos buses cuando el atardecer se acerca es una aventura. Los vehículos están saturados tanto a la ida como a la vuelta, una vez ya ha caído la noche y la música y las vistas llegan a su fin. “Esta es la primera parada de la línea y a menudo ni siquiera cabe toda la gente que espera en la marquesina. Los vecinos muchas veces tenemos que ir caminando. Nos expulsan hasta del autobús”, apuntan desde la PHATT.
Cierre del espacio inminente
Antonio viene de Italia y está muy indignado con el panorama. Forma parte de un grupo de tres jóvenes, y han venido porque una amiga les recomendó las vistas del lugar. “Pues yo creo que la fiesta no está tan mal. Es buena para el negocio”, le replica un compañero. “¿Qué negocio? El único que gana es el latero, pero para los vecinos es una mierda y toda estas fiestas no dejan un duro en la ciudad”, le contesta Antonio. Su amiga les insistió para que fueran a los búnkers antes de que el Ayuntamiento cerrara el espacio, pero para este italiano no ha valido la pena. “Si lo sé, no vengo”.
Estas escenas vespertinas, teóricamente, tienen los días contados. El consistorio anunció a finales de 2020 que su plan era cerrar y no permitir el acceso a las baterías antiaéreas. Las obras se iniciaron en 2022 y actualmente hay algunas vallas que, aunque no impiden el paso, sí que han servido como elemento de seguridad, ya que ha habido diversas personas heridas en caer ebrias por el barranco. Pero los trabajos, que debían acabarse hace un año, se pararon debido al incremento de precios derivado de la guerra de Ucrania. “El contratista se echó atrás, así que hemos hecho una nueva licitación y en mayo debería estar acabado”, asegura Rosa Alarcón, concejala de distrito.
Según Alarcón, en vista de que los dispositivos policiales “no funcionan”, la única manera de garantizar la convivencia es el cierre del espacio. Según la concejala, “la mayoría de vecinos están a favor” de la propuesta, una afirmación que desde la PHATT desmienten. “Somos cinco asociaciones de vecinos en la zona y cuatro estamos en contra”, sentencian. Los motivos: que nadie garantiza que lo que empieza siendo un cierre nocturno no se convierta en un espacio cerrado al que sólo se pueda acceder pagando entrada.
A pesar de la oposición vecinal, todo indica que el cierre será una realidad en menos de dos meses y, mientras tanto, desde el Ayuntamiento han anunciado que incrementarán la presencia policial en los búnkers para que no vuelva a suceder lo mismo del pasado domingo. Sólo así, apunta Alarcón, se podrá asegurar la conservación de uno de los patrimonios históricos “más importantes” de la ciudad.
Los búnkers del Carmel forman parte del Museo de Historia de Barcelona (MUHBA), pero la imagen se asemeja poco a la que ofrecen los equipamientos culturales. Las placas explicativas están cubiertas de grafitis y, en lugar de fotografías o información de contexto, hay latas vacías y botellas rotas. Todo iluminado por el escenario del DJ, que desprende luces de colores, y que corona el cerro.
Ninguna de las personas preguntadas –ni siquiera locales– tenía idea de la historia que hay detrás de estas baterías antiaéreas. “No lo sabía, en TikTok no explicaban eso, sólo que había fiestas”, exclama Hannah, una joven estadounidense que lleva seis meses en Barcelona de intercambio. “Tampoco es que necesitemos más que esto”, dice, agitando una botella de vino blanco.