Una dependienta que abrió las puertas de su zapatería a los turistas que huían de La Rambla, un agente de la Guardia Urbana que pasó de un operativo para las Fiestas de Gracia al de un atentado terrorista, un taxista que dejó a su familia en el camping para socorrer a los viandantes heridos en Barcelona, una psicóloga que acudió al punto de emergencias de Cruz Roja en el Hotel Palace, un coordinador de enfermeros que organizó la avalancha de heridos en el Hospital del Mar...
Este sábado, cuando miles de personas marchen contra el terrorismo en la capital catalana, lo harán detrás de una pancarta que sujetarán profesionales y ciudadanos como los que aparecen en este reportaje. Durante el tiempo que sucedió al atropello masivo –un tiempo que pasó frenético y que vuelve ahora distorsionado a sus memorias–, tuvieron que lidiar con heridos de diversa gravedad, con viandantes en estado de shock después de presenciar la masacre y con los peatones de una ciudad tomada por la policía en búsqueda del terrorista fugitivo.
“No íbamos a dejar a la gente en la calle”
Júlia Fulquet estaba, como cada día, trabajando en una tienda de zapatos situada en la calle Petritxol, a escasos metros de la Rambla. De repente oyó gritos y vio a gente corriendo. Pensó que, como otras veces, quizás hubiese habido un robo, un tirón de un bolso o algo similar. Pero no. A los pocos minutos empezó a entrar gente en la tienda. “Aún no sabíamos qué había pasado exactamente”, dice.
Fulquet y unos cuantos viandantes se encerraron en la tienda durante los primeros instantes. Luego salió a ver qué pasaba. Cuando llegó a la calle Portaferrissa con la Rambla fue cuando fue consciente de la magnitud del suceso. Gritos, gente corriendo, personas tumbadas en el suelo... Volvió a la tienda y con ella entraron más personas: dos chicas alemanas, una argentina y dos amigas de Júlia que estaban cerca en ese momento. “No íbamos a dejar a la gente en la calle” comenta la joven.
Bajó entonces la persiana por segunda vez. “Les di agua, comida... ¡y la contraseña del wifi!”, comenta. Estando encerrados, WhatsApp y las redes sociales eran la única manera de contactar con el exterior y saber qué pasaba. Así avisaron a familiares y amigos. “En general estuvimos bastante tranquilas”, explica Júlia recordando las casi tres horas que estuvieron confinadas en la tienda.
Salieron definitivamente al escuchar que un agente de policía gritaba a los comercios de la zona que ya se podían ir a sus casas. De las seis chicas, tres eran turistas. Se intercambiaron los números de teléfono y les dieron indicaciones sobre cómo moverse por la ciudad. “No nos volvieron a llamar, supongo que les fue todo bien”, confía Fulquet.
“Había policía con las víctimas y fuimos a por el autor”
Enrique Fernández no es un mando de la Guardia Urbana de Barcelona, sino uno de sus agentes, pero el jueves por la tarde tuvo que dirigir a un equipo de la Unitat de Suport Policial (USP), que bajó desde las Fiestas de Gracia hasta La Rambla en cuanto les llegó la alerta por radio. “Cuando el mando está de vacaciones, es el más veterano el que se pone al cargo de la furgoneta”, dice. Esos días le tocaba a él.
“Cuando llegamos, la imagen era dantesca, con compañeros atendiendo a gente en el suelo”, recuerda. Como ya había suficientes agentes con las víctimas, su unidad se dirigió hacia la Boquería, “donde se decía que podía estar el autor”, y entraron en columna. Aunque la USP, la unidad antidisturbios, no está pensada para actuaciones de estas características, Fernández asegura que están preparados y han recibido cursos de los Mossos d'Esquadra. Pero no encontraron al fugitivo.
Tampoco apareció en los registros que su unidad realizó en varios domicilios siguiendo las indicaciones de los vecinos. “Al final, colaboramos con otros equipos para hacer el despliegue en la zona cero”, cuenta Fernández, que se fue a casa ya por la noche, algunas horas después de que finalizara su turno. De sus compañeros destaca que acudieron a trabajar casi todos los que estaban de vacaciones. “Si no vino el 100% de la unidad, fue el 90%, con contadas excepciones”, concluye.
“Todo el personal se volcó inmediatamente”
“En el momento en que recibimos la alerta, hacia las 17.10 h, aviso al jefe de guardia y empezamos a redistribuir espacios y gente”. Quien habla es Xavier Canari, responsable de enfermería del Hospital del Mar, el centro sanitario de Barcelona que recibió al mayor volumen de heridos el jueves. “No sabíamos cuánta gente herida vendría, así que asignamos roles a cada grupo de profesionales”, relata.
Canari se encarga, junto a otros profesionales, de idear un protocolo para casos de múltiples víctimas. Ese día lo empezaron a aplicar. “Era muy importante asignar roles para que cada persona supiese qué tenía que hacer”, recuerda Canari.
El enfermero explica la dificultad del triaje de los heridos, cómo debían ser distribuidos, según la gravedad de las heridas, y luego identificarles. “Se tiene que hacer una valoración muy rápida del paciente, algunos tenían que ir directamente a la UCI o a quirófano”, precisa. Una de las dificultades añadidas en aquel momento fue que muchos heridos llegaban sin identificación personal, por lo que tuvieron que asignarles un código y un número para identificarles y hacerles un seguimiento hasta poder saber quien era esa persona.
El mejor recuerdo de Canari es que “todo el personal se volcó inmediatamente”. Rápidamente empezaron a aparecer muchos profesionales del centro que estaban de vacaciones o libranza: médicos, enfermeras, anestesistas, intensitistas, traumatólogos... “Todos querían ayudar”, afirma orgulloso.
Ahora que han pasado unos días desde el atentado, Canari remarca que el Hospital se ha volcado también en ayudar “por si algún profesional tiene algún problema”, sobre todo debido a síndromes postraumáticos. Para él es muy positivo el reconocimiento que se les hará en la manifestación del sábado, donde los equipos de emergencia sostendrán la pancarta delantera, pero asegura, convencido, que “la gran virtud no es solo de los profesionales médicos, sino de todas las personas que ofrecieron su ayuda, desde traductores a donantes de sangre”. Por eso concluye que “Barcelona se volcó, nosotros solo hicimos nuestro trabajo”, sentencia.
“Nosotros también estábamos en shock”
shockUna semana después de los atentados, Rocío Gamboa sigue trabajando en el apoyo psicológico a las víctimas y afectados por la masacre. Ella forma parte del Equipo de Respuesta Inmediata de Emergencias (ERIE) para la Cruz Roja, y como tal tuvo que acudir al punto de atención que la entidad habilitó en el Hotel Palace. Vivió las primeras atenciones psicológicas a pie de calle.
Su función ante los afectados, cuenta, era recuperar “su equilibrio emocional, que en aquel momento está roto”. “La atención psicológica primaria es esencial para preservar la salud mental, era necesario que la gente activara su capacidad de enfrentamiento”, explica esta psicóloga. Aunque añade también que, ante una situación tan inesperada, su tarea a veces consistió también ayudar a “cubrir las necesidades básicas”. Con ello se refiere a dar a la gente agua, pañales, cargadores de móvil...
Gamboa resalta que fue “impresionante” ver como todos los servicios presentes en La Rambla “trabajaban por el bien común”. “Nosotros también estábamos en shock y, en momentos así, una sonrisa, que alguien te toque la mano, es de agradecer”, expresa. Además de en el Hotel Palace, los días siguientes tuvo que acudir al hospital Vall d'Hebron y a la Ciutat de la Justícia a prestar apoyo a familiares de heridos y de víctimas mortales, respectivamente.
“Había un silencio que parecía que iba solo en el taxi”
Cesc Roca estaba en el camping en el que veranea con su familia cuando se enteró del atentado. Rápidamente arrancó el taxi y bajó directo a Barcelona: “Mi deber está con mis compañeros y mi ciudad”, proclama. Según los protocolos internos de los taxistas, delante de cualquier situación de emergencia, hay que contactar con la Guardia Urbana de Barcelona para saber cómo ayudar: “Lo importante era llevar a las personas de un lugar a otro”, afirma.
Roca, como otros muchos compañeros suyos, llevaron a varios heridos a los hospitales –en su caso, sobre todo al Hospital del Mar–, pero también llevaron a gente a otros transportes públicos por si tenían que hacer trayectos fuera de la ciudad. “Así no se desaprovechaba el tiempo”, explica.
“Te quedas muy tocado por todas las emociones”, reconoce, “vas con cuatro personas más en el coche, pero con un silencio y tensión que parece que vas solo”. A partir de las 23 h un grupo más reducido de taxistas continuó por los alrededores de La Rambla, por si se les necesitaba.
El resto de conductores, entre ellos Roca, llenó los coches con agua y comida y se dirigieron a la Ronda de Barcelona, donde había muchos coches atascados desde hacía horas por la operación Jaula de control policial. Con los taxis parados en la zona alta de la ronda, bajaron a pie a socorrer a las familias, entregándoles agua y comida.
Al verles, algunas familias dejaban al conductor en el coche y el resto de la familia se podía ir a casa gracias a la ayuda del taxista. “Esa noche no pude dormir por todas las emociones vividas”, relata este taxista, que había estado en las Rondas hasta pasadas las 3:30 h de la mañana.
Por si eso no fuese suficiente, Roca participó en la muestra de pésame por parte de los taxista el sábado. “Eso ya fue demasiado. Ver cómo reaccionaba la gente que había en la ofrenda es un momento que no podré olvidar nunca en la vida”, asegura emocionado.